El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Antes de entrar al traje de baño femenino y algo más, presentamos el prólogo, de un experto que lo firma:
“Tere: qué tema tan refrescante con todo y sus evocaciones seculares, aun cuando no resististe la tentación de referirte a lo político.
Me ha suscitado recuerdos, pues en mi juventud lo que me desquició fue la audacia de las actrices mexicanas que en los años 60 comenzaron a pasear en minifalda por la avenida Juárez y aparecían en el Diario de la Tarde, y más adelante el monokini (supongo que así se escribe) de Meche Carreño.
Aquello me parecía de una fina provocación (y en cierta medida libertad, como bien dices), muy distante de, por ejemplo, las actitudes procaces de Irma Serrano e Isela Vega, que fueron sin embargo los gustos de ellas, tan respetables como los de las mujeres audaces de antaño que mencionas.
He visto en algún lado fotografías de cómo evolucionó el traje de baño femenino. ¿Qué sigue?
Supongo que de los campos nudistas no hablaste, porque ahí los trajes de baño son invisibles, como el de Brigitte Bardot en unas fotos que tengo de ella con cero licra, lo cual en sintonía con tu enfoque representa una libertad absoluta. Al ciento por ciento.
Como ves, reviso el tema desde otra perspectiva, no la de la libertad femenina a través de la moda porque ni se me había ocurrido, sino la de mi propia experiencia, llámese como se llame. Estética, tal vez: José Antonio Aspiros Villagómez”.
Y esto es lo que escribió doña Tere Gurza en Historia de la Libertad, que intitulamos “Mucha Ropa”:
“Como pudiera ser que ustedes estén tan agotados como yo, con el sexenio de López Obrador que apenas lleva una semana.
Y tras lamentar que los diputados morenistas incumplen su promesa de austeridad y se regalan por el fin de año alrededor de 233 mil pesos por cabeza, no escribiré hoy sobre la Cuarta Transformación y sus problemas con la Conferencia Nacional de Gobernadores, (CONAGO) sino de una transformación sin número que nos ha dado libertad.
Allá por 1971 cuando comencé como reportera en Telesistema Mexicano y ante mi frustración porque una nota bien trabajada perdía vigencia en pocos minutos cuando las noticias se acumulaban, el veterano periodista estadounidense George Natanson, corresponsal en México de la CBS, me decía que con el tiempo entendería que las mejores historias se me quedarían en el tintero y que no hay nada que no tenga interés, si se es buen reportero.
Y esto último lo prueba a cada rato, el diario El País, que el verano pasado publicó un artículo de Yolanda Clemente y Antonio Alonso, sobre los cambios sufridos por los trajes de baño.
Se titula “La historia del bañador en centímetros de piel” y describe como pasamos de la enagua a la tanga, en solo 130 años.
Es increíble que en épocas tan recientes como las de nuestros abuelos, hombres y mujeres pudieran nadar o meterse al agua, con los incómodos adefesios que eran los trajes de baño.
Hoy nos parecen espantosos y grises esos pantalones hasta el tobillo, esas playeras rayadas, esas blusas de mangas largas y esas faldas que dejaban al descubierto cuando mucho, el cinco por ciento de los cuerpos.
Y nos cuesta aceptar que ellos y ellas, se sintieran desnudos y elegantes.
Pero así era y es gracias a osadas y osados, que han ido aumentando los centímetros de piel al descubierto que alcanzan ya, el 80 o 90 por ciento del cuerpo y hasta el cien por ciento, en algunas atrevidas.
“Bikinis, trikinis, tangas, bañadores surferos o tipo Speedo, han marcado hitos en la relación entre cuerpo y vestimenta”, dice el artículo.
Y agrega que uno de esos hitos se dio en 1953, con la fotografía de Brigitte Bardot en Cannes posando con un bikini; prenda que se supuso sería una bomba de indecencia y se bautizó con el nombre del atolón, donde Estados Unidos realizaba sus pruebas nucleares; y que se volvió popular hasta la década siguiente.
En mi juventud había trajes de dos piezas y empezaban los diminutos bikinis, que no todas nos animábamos a usar; además, nuestros papás y las monjas del colegio no los permitían y era mal visto que los usaran niñas chiquitas.
A principios de los 80s en el balneario de Sochi, me impresionaron las rusas que usaban bikinis de los que todo desbordaba, por sus muchos años y bastantes kilos.
Pero actualmente los bikinis son comunes en todos lados y a todas las edades y tallas; se tenga o no buen cuerpo y se esté gorda o esquelética.
El País afirma que es por internet como más se comercializan los trajes de baño de mujer; pero que los hombres, prefieren probárselos.
Los hay de todos los estilos y materiales y las nuevas tecnologías ayudan a que sequen rápido y protejan del calor y la radiación solar.
Explica el artículo que los cambios habidos en los trajes de baño, significan la conquista de nuestros cuerpos a través de la reducción en centímetros de tela.
Y destaca que «esos pequeños grandes logros, han sido parte de la historia de la libertad de vestimenta… y de la humanidad».
Recuerda que la estadounidense Annette Kellerman, a los 20 años de edad se plantó por primera vez en la playa con un bañador ¡de manga corta y sin enaguas! en la puritana y católica Boston de principios del siglo XX; lo que provocó que la detuviera la policía y una escandalera mundial.
Y que quitarse un día las enaguas, logró que en 1962 Úrsula Andress «mareara» a los espectadores de medio mundo, con su bikini en la película Dr. No.
Lo que no sucedió en la España franquista, donde hasta los anuncios de la cinta fueron censurados.
«Y ni hablar de topless; para eso hubo que esperar a que llegaran las suecas, (y sus divisas)».
En fin, así ha sido la historia de los trajes de baño que, con cada vez menos pedacitos de licra, nos ha ido dando mayor libertad”.
Viva la imaginación cuando gritábamos “Mucha ropa”