Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
No los olvidamos, tampoco
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Un crimen más en contra de un periodista en México vulnera las libertades de prensa y expresión en nuestro país.
La mañana del sábado 9 de febrero en el restaurante del Hotel Ramos, del municipio Emiliano Zapata, Tabasco, fue abatido a tiros el periodista radiofónico Jesús Eugenio Ramos Rodríguez frente amistades y comensales.
El colega tabasqueño es la segunda víctima mortal en 2019.
De 1983 a la fecha suman 307 homicidios: 270 periodistas. 2 locutores. 10 trabajadores de prensa. 13 familiares. 10 amigos de comunicadores. 2 civiles. Además de 28 desapariciones forzadas. Todos pendientes de aclaración.
Los que compartimos los vericuetos, para no llamarlo de otra forma, del periodismo, nos olvidamos a veces de los colegas caídos en Poza Rica, hace casi medio siglo.
Uno de ellos los evoca. Es José Antonio Aspiros Villagómez, quien se salvó de sucumbir, porque su jefe de información le encomendó otra tarea en la ciudad de México, y en su lugar envió a otro colega.
Aprovechamos su relato.
Nos platicó, con su prosa amable, cómo sucedió el accidente, que sí lo fue.
En la entrada del Club de Periodistas de México (Filomeno Mata 9, Centro Histórico de la Ciudad de México), hay una placa en homenaje a los periodistas que murieron hace 49 años, el 25 de enero de 1970, cuando se accidentó el avión en que viajaban a cubrir una etapa de la campaña del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Luis Echeverría Álvarez. .-
(En el mismo edificio del Club de Periodistas de México se encuentra un viejo linotipo marca Intertype que fue donado en 1997 por el diario Excélsior y que, cuando aún estaba en uso en los remotos años 60, este tecleador -entonces estudiante de periodismo- tuvo la oportunidad de verlo trabajar, décadas antes de que esa labor se hiciera en computadoras)
En esa placa sólo figuran los nombres de los 14 reporteros y fotógrafos que perdieron la vida entonces, pero fueron 19 las víctimas pues es justo mencionar a la tripulación y al médico colaborador del PRI que iba en el mismo vuelo.
También resulta insoslayable recordar que hubo un sobreviviente, Jesús Kramsky, de El Heraldo de México, quien cada año viaja a Poza Rica, Veracruz, a la ceremonia en que se pasa lista de presentes a sus colegas caídos en ese lugar, donde hay calles con sus nombres.
En uno de esos actos, hace diez años, fue anunciada la muerte ocurrida una semana antes, de Eudocio Nicolás Ramírez, quien vivía en el ejido Cerro del Mesón y el día del accidente llegó antes que nadie al lugar del avionazo, donde encontró a Kramsky y fue a pedir auxilio a una farmacia con un recado del propio herido, escrito con su sangre en un pedazo de papel.
Ya casi pasó medio siglo y aquella tragedia aún permanece indeleble en la mente de quienes, de una u otra forma, tuvimos alguna cercanía con el suceso.
Además, el hecho nos recuerda a otros periodistas víctimas de accidentes aéreos, entre ellos Carlos Septién García y Carlos Violante, de El Universal, quienes iban a cubrir un acto del entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines (1953), y Horacio Estavillo Laguna cuando era jefe de prensa de la Secretaría de Pesca y se dirigía con su esposa e hijo a un descanso (1986).
Aquel 25 de enero de 1970 terminaba en el Distrito Federal una parte de la segunda etapa de la campaña, después de haber visitado Puebla y Tlaxcala. Era domingo. Fueron habilitados dos aviones para transportar a los periodistas y el segundo de ellos – un Corvair de la Comisión Federal de Electricidad, es decir, del gobierno- fue el accidentado en el cerro del Mesón por la nula visibilidad. Los reporteros que viajaron en la otra aeronave tuvieron que enviar a sus medios y también a los diarios de los fallecidos las noticias del suceso, en un acto de solidaridad entre los diversos periódicos de la Ciudad de México.
Las víctimas fueron los reporteros Miguel de los Santos Hernández, de Prensa Independiente de México (Pimsa); Rafael Moya Rodríguez y José Falconi Castellanos, de El Heraldo de México; Jesús Figueroa Ballesteros, de La Prensa; Adolfo Olmedo Luna, de Ovaciones ;Hernán Porragas Ruiz y Mario Rojas Cedeño, de El Sol de México, y Rubén Porras Ochoa, de La Afición.
Además, los fotógrafos Eduardo Quiroz González e Ismael Casasola Tezcucano, de El Heraldo de México; Jaime González Hermosillo, de Excélsior; Lorenzo Hernández Borboa y José Ley Zarate, de El Sol de México, y Rodolfo Martínez Martínez, de La Prensa.
Los otros fallecidos fueron el doctor Camilo Ordaz Hernández, del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES) del PRI, y los tripulantes Leopoldo Ramírez Diestefano, piloto; Luís Martínez Villanueva, copiloto; Javier Eliseo Ríos Rivera, ingeniero de vuelo, y Rosa María Pedrosa, sobrecargo.
Se han escrito diversos libros y artículos sobre esta tragedia del gremio periodístico. Está entre ellos el testimonio de Kramsky. Otro es la novela Fotografía de una gitana, en la que su autor Octavio Raziel García Ábrego recrea con personajes ficticios su propia experiencia. Como reportero de El Nacional, a quien enlistaron originalmente entre las víctimas, pero la realidad es que había perdido ese vuelo, o la nota si hubiera viajado en el otro avión, por haber pasado la noche anterior en el conocido bar ‘Manolo’.
Aspiros Villagómez también narró cómo fue retirado de la campaña justo a tiempo y su lugar fue ocupado por alguno de los enviados de El Heraldo de México.
Un texto preparado hace 15 años para la sección de anécdotas del sitio digital del Club Primera Plana, relata esa experiencia y dice entre otras consideraciones lo siguiente:
Ya avisado de que no regresaría a la gira como enviado de la agencia Radionoticias El Heraldo, “el domingo 25 de enero de 1970 me levanté tarde para ir a mi turno vespertino de edición de cables y redacción de noticiarios y, como ha sido costumbre, encendí el radio para escuchar las noticias del día. Me quedé frío, mudo y paralizado. Leía la lista de las víctimas del accidente del avión Corvair y mi cabeza se llenó de ideas confusas.”
“Con cierta bruma pensé en Juan José Bravo Monroy, que había sido mi compañero al principio de la etapa y que sustituía a (Germán) Carvajal por parte del Núcleo Radio Mil.
Pero él había viajado en otro avión de prensa.
No fue fácil reponerme de la conmoción pues, en lugar de que me diera gusto porque una decisión de los dueños del periódico me había salvado la vida, me invadió un sentimiento de culpa que duró meses.”
Son varios los reporteros de diversos medios que por una u otra razón tampoco hicieron ese viaje mortal, y junto con ellos tenemos el deber moral y solidario de recordar a los colegas caídos. Alguna vez propusimos -no hubo eco- reunir en un libro los recuerdos de cada uno acerca de esa experiencia y, sobre todo, las semblanzas y vivencias con los colegas fallecidos como un homenaje a ellos.
Ahora la Federación de asociaciones de periodistas de México, FAPERMEX, lleva la cuenta exacta de cuántos colegas han perdido la vida, en función a su trabajo.