Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Esa memoria.
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Aprovechamos, con su anuencia, la memoria del colega Aspiros Villagómez. Y nos recuerda noticias internacionales relevantes en 1974:
La aprobación por parte de la ONU de la Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados propuesta por el gobernante mexicano Luis Echeverría, y la aceptación en ese organismo, como miembro observador, de la Organización para la Liberación de Palestina.
El 26 de noviembre México rompió relaciones diplomáticas con el gobierno chileno de Augusto Pinochet tras lograr la liberación de 71 asilados en su embajada.
Y en un año de violencia generalizada en Argentina, murió el presidente Juan Domingo Perón y lo reemplazó su viuda Isabel Martínez.
Los últimos territorios de la República Mexicana, Quintana Roo y Baja California Sur, fueron convertidos por el Congreso en Estados Libres y Soberanos.
No faltaron en el país sucesos dramáticos como los secuestros del senador por Guerrero, Rubén Figueroa, y del suegro del presidente Echeverría, José Guadalupe Zuno.
En el aspecto deportivo destacó el 7 de julio la coronación de Alemania al derrotar por dos goles a uno al equipo holandés, que fue la sensación del Mundial de futbol en Munich.
México se vio gratificado en el terreno de las bellas artes, cuando el pintor Rafael Coronel ganó, en Tokio, el primer premio de la Bienal de Arte Decorativo.
Dieron la nota luctuosa, a lo largo de 1974, figuras tan reconocidas como el muralista David Alfaro Siqueiros; los escritores Miguel Ángel Asturias, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet -quien se suicidó-, José Alvarado y Rosario Castellanos, quien se electrocutó accidentalmente en su residencia de Tel Aviv cuando era embajadora de México en Israel.
Recuerda también cuando el presidente de los Estados, Unidos, se fue. O. mejor dicho, corregimos, lo fueron:
El ocho de agosto de 1974, en una noche llena de tensión, el presidente Richard Nixon anunció su renuncia al cargo por carecer del «suficiente respaldo en el Congreso» para salir airoso del proceso de inculpación, iniciado en su contra a causa del escándalo Watergate.
Apenas tres días antes, el gobernante había reconocido que mintió a todos, incluso a sus propios abogados, y todavía entonces dijo que ni así encontraba motivos suficientes para su dimisión.
Sólo cuando sus colaboradores le informaron que únicamente contaba con 16 votos a su favor en el Senado, el presidente preguntó consternado: «No tengo muchas opciones, ¿verdad?».
Renunció. Ojo Werito, como le llamamos con respeto al señor del muro.
Con la dimisión de Nixon culminó un caso de espionaje político descubierto el 17 de junio de 1972 en las oficinas del Partido Demócrata, en el complejo de edificio Watergate, de Washington.
Las investigaciones apuntaron primero hacia la Agencia Central de Inteligencia, luego hacia el comité para la reelección del presidente, y finalmente hacia la Casa Blanca.
El gobernante republicano negó siempre tener culpa alguna y se resistió a entregar al Senado las cintas grabadas con conversaciones telefónicas hechas desde la sede del Ejecutivo.
Fue necesaria la amenaza de un proceso de inculpación por encubrimiento y abuso de poder, para que cambiara de actitud.
Diez meses antes de la renuncia de Nixon, había dimitido el vicepresidente Spiro T. Agnew para evitar una condena por soborno político cometido cuando era gobernador de Maryland.
El nuevo presidente a partir del 9 de agosto de 1974, Gerald Ford, era un hombre que ni había sido elegido a ningún cargo, ni tenía la debida experiencia.
El día 20, Ford nombró vicepresidente a Nelson Rockefeller y el 8 de septiembre concedió un «amplio perdón» a Nixon por cualquier infracción cometida durante su mandato contra las leyes federales.
Así lo libró definitivamente de un proceso en su contra, que había seguido latente.
Si la renuncia de Agnew ya hablaba de la corrupción de aquellos gobernantes, la de Nixon y tantas cabezas cómplices que rodaron antes que la suya constituyó lo que Ford llamó «nuestra larga pesadilla nacional».
Los estadunidenses aún recordaban el Watergate en 1976, cuando en las elecciones de ese año prefirieron al aspirante demócrata Jimmy Carter pese a que la gente decía: ¿Jimmy who?
Aquel escándalo hizo famosos a Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros de The Washington Post que investigaron los pormenores, ganaron por ello el Premio Pulitzer de 1973 y publicaron el libro Los hombres del presidente.