Jubileo 2025: Llevar esperanza a donde se ha perdido
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
“Yo bendigo tu nombre de rodillas;
y de pie en los dinteles de mi ocaso,
venero con mis rimas
la pálida blancura de tus canas
como un plumón sagrado”.
Maestro:
Estoy en una edad en que se entiende
fácilmente
lo que vale tu verbo;
y si escribo esta carta,
es porque en mí se determina ahora
tu figura indeleble,
como una tinta china
grabada sobre el lienzo
carcomido del recuerdo.
Eres uno, Maestro,
y eres todos
los que en mi vida fueron:
desde aquel mozo joven
que me enseñó la O por lo redondo
en la escuela del pueblo,
hasta aquel viejecillo catedrático,
que me enseñaba el álgebra,
triturando atrozmente
mi cerebro.
Mi memoria te tiene,
como imagen precisa
de aquello que jamás el tiempo borra,
y que en nosotros queda,
saturando las horas
de un perfume esencial que se eterniza
recorriendo nuestro cinco sentidos, lo mismo que si fueran una gran avenida.
Maestro:
mi letra es un enigma
de esta noche,
en que corre
la tinta,
– transcripción de la pluma -,
sobre el blanco papel.
Si en mis ojos quedara alguna lágrima,
con ella borraría
el mapa de esta epístola,
que no es sino la carta de un camino
al que nunca jamás he de volver.
¡Me parece que tengo
en las manos
los métodos
de Campillo y Raymundo de Miguel,
y que van la metáfora y la imagen
cruzando mi cerebro igual que ayer!
Góngora y Garcilaso
que un día se perdieron en mí mismo,
a través de tus frases
me enseñaron
el secreto sonoro
donde palpita el ritmo.
¡Y me hiciste poeta!
y como una gratitud a tu genio,
que me enseñó la ciencia
suprema
de hacer versos,
mi homenaje se extiende en estas líneas
bajo el dictado de mis sentimientos.
¿En qué forma podría yo pagarte
esta lírica joya
que tu enseñanza buriló en mi mente,
y que es la brújula que me marca el rumbo
por donde van los seres
y donde están las cosas?
No ha existido ni existe
el tesoro que logre ese prodigio:
La tuya es una deuda que se incrusta
a los días, los años y los siglos,
y alguna ingratitud podrá olvidarla,
pero saldarse, ¡nunca!
Maestro:
Te has quedado
como símbolo único
en la ruda aspereza de mis años…
Y te miro y te siento con tu Inri y tu Cruz, siempre marcando, la ruta de los pasos infantiles,
la marcha de las locas juventudes,
y la gloria del hombre, con tu paso.
Maestro:
yo bendigo tu nombre
de rodillas;
y de pie en los dinteles de mi ocaso,
venero con mis rimas
la pálida blancura de tus canas
como un plumón sagrado.