Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Llanto por los que menos tienen
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Pobres de mis pobres. Pero más pobres son los ricos. Adiós a nuestra clase media. Y llanto por los que nada tienen
La pobreza no es tanto no tener, sino estar desprendido de todo.
Miseria, carencia, penuria, escasez, necesidad, sinónimos que no les dicen nada. Sólo conocen la palabra pobreza.
Calificados por los de arriba como ignorantes, tontos, son consecuencia de una educación manejada por la cúpula del poder.
Si no, cómo explotarlos.
Abandonados a su suerte, su conciencia vacila, tiembla, mientras el crimen pretende aturdirle frente a un suicidio que le zumba en sus oídos.
Me pregunto si mis pobres son los mismos de otras latitudes. Si sufren las mismas penurias y carecen de las mismas capacidades. Pobres iguales a los ojos de Dios.
“Todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros” diría George Orwell.
Nadie mejor para ampliarlo que un filósofo, inmerso siempre en los problemas de la vida.
Y sin desprenderse de su valor intrínseco nos platica, con su habitual y precisa prosa don Octavio García Abrego, su sentir al respecto.
“Bienaventurados los pobres…
Jesús, qué buen sentido del humor tienes.
En México hay 90 millones de habitantes en pobreza y otros 44 millones están a punto de caer al precipicio de la inopia.
Adiós clase media, adiós.
¿Cómo son los pobres de mi patria?
Suelen ser silenciosos; y cuando hablan, lo hacen sobre su pobreza. Sus ojos son los de la pobreza que no llora, que no tiene voz. La pobreza -se les ha enseñado- fue enviada por Dios para sufrirla por el mártir del Calvario.
Abnegación que será premiada por la Guadalupana: “No estoy yo aquí que soy tu madre”.
Pobreza y religiosidad entre mis compatriotas es, como diría André Bretón, “un surrealismo en estado puro”.
Los pobres de mi patria sufren en silencio; la pobreza no se rebela. Van desfilando, valga el gerundio, con una indiferencia de piedra tallada. Todos serenos, todos inmutables, con ese entrecejo de austeridad que tanto los identifica. No hay asombro, no hay alegría, no hay tristeza, no hay nada.
Son mugrosos porque antes que gastar en un jabón de pasta, compran una tortilla.
Son desarrapados porque las garras que traen puestas les han servido para cubrirles del frío.
Son sombrerudos porque así han atajado el sol y las mentadas que les envían los de arriba
(¿Qué favor le debo al Sol por haberme calentado, si de chico fui a la escuela, si de grande fui soldado, si de casado cabrón y a muerte condenado? ¿Qué favor le debo al Sol por haberme calentado?)
Son borrachos de rones porque el alcohol del 96 lo prohibieron las empresas vinateras.
Son cotonudos porque su viejo cotón es más caliente que el periódico recogido de la basura.
Los compran con una copa de alcohol, pero nadie les ofrece una pieza de pan.
Pobres de mis pobres.
El hombre, como muchos animales marca su territorio.
Tiene, como la araña, su coto de caza. Hilos cruzados de un capullo.
Los pocos ricos evitan contaminarse de los muchos pobres.
Un pobre no tiene miedo de caer pues está en el fondo, mientras que el poderoso tiene terror a conocer la profundidad del infierno donde habita la prole.
El hombre pobre espera sentado, y sueña regresar algún día a su pueblo, triunfante.
El rico que cae se enfrentará al abandono de los amigos. No habrá compañeros de la banca que mitiguen su pena, ni hermanos que le defiendan de los golpes que le tiran para acabar de hundirlo.
La pobreza no es tanto no tener, sino estar desprendido de todo. Miseria, carencia, penuria, escasez, necesidad, sinónimos que no les dicen nada. Sólo conocen la palabra pobreza.
Calificados por los de arriba como ignorantes, tontos, son consecuencia de una educación manejada por la cúpula del poder.
Si no, cómo explotarlos.
Abandonados a su suerte, su conciencia vacila, tiembla, mientras el crimen pretende aturdirle frente a un suicidio que le zumba en sus oídos.
Me pregunto si mis pobres son los mismos de otras latitudes. Si sufren las mismas penurias y carecen de las mismas capacidades. “Todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros” diría George Orwell.
Mientras tanto, el uno por ciento de la población mexicana que gana más de decenas de miles de pesos mensuales rumia cuando ven llegar el tributo hacendario.
Pobrecito mi patrón que piensa que el pobre soy yo, cantaría Facundo Cabral.
Es la verdad del pensamiento de un periodista mexicano por excelencia, don Octavio.