Tregua verbal
Del autor de Santa
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Nos recuerda al irredento. Pero certero. Federico Gamboa.
Ella, doña Norma Vázquez Alanís, es espléndida escritora. Y certera en sus narraciones.
Encuentran un retrato de Federico Gamboa, abandonado entre las ratas, comienza.
Al cumplirse este año ocho décadas de que falleció el escritor y diplomático mexicano Federico Gamboa, nos platica sobre la vida y obra de este personaje.
Gamboa incursionó en varios géneros literarios como la narrativa, el teatro, el ensayo y la autobiografía, aunque también hizo trabajos periodísticos, desde corrección de estilo hasta redacción y traducción, comentó el divulgador de la historia, a cuyo juicio el mejor libro de este personaje es su Diario, “un documento testimonial fabuloso que tiene siete tomos en la edición más moderna de Conaculta”.
Fue en la casona que alberga el Centro de Estudios de Historia de México, precisamente en la plaza que lleva el nombre del autor de la novela ‘Santa’, en Chimalistac.
Allí, el abogado José Manuel Villalpando inició la anécdota sobre el hallazgo de un retrato que lo cautivó y despertó su interés por la figura de Federico Gamboa (1864-1939), quien fue un abogado que nunca ejerció como tal y dedicó su vida a escribir y “servir a México”.
El catedrático mostró al público el retrato y contó que fue pintado por Rodolfo de la Torre en 1939, y que él lo descubrió por azar y así le nació la idea de hacer una investigación minuciosa sobre la trayectoria de esta figura de la literatura y la política.
El hallazgo del retrato, en el cual aparece el escritor con su libro ‘Santa’ en las manos, ocurrió en julio de 1999 cuando, junto con su amigo el doctor Jaime del Arenal, Villalpando hizo una incursión a los “tenebrosos sótanos de la Escuela Libre de Derecho a los que nadie entraba y tenían muchos años cerrados”.
Íbamos, dijo, con el propósito de buscar unos papeles que estaban en cajas y que recordábamos haber visto cuando éramos alumnos muchos años atrás, en 1977-78.
“En una aventura prodigiosa -narró- entre telarañas, ratones que pasaban corriendo, todo tipo de alimañas y sin luz, con lámparas que nos prestaban en la escuela, encontramos los papeles, pero también hallamos arrumbadas dos pinturas que en ese momento estaban llenas de polvo, deterioradas y por supuesto sin marco.
Una de ellas era la de don Federico Gamboa y la otra correspondía a otro maestro de la Libre de Derecho, Toribio Esquivel Obregón”.
“Entonces, cada uno según sus propias aficiones, ‘expropió’ un retrato.
Toribio Esquivel Obregón fue un gran historiador del Derecho, al igual que lo es Jaime del Arenal (doctor en Derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra, Pamplona, España) e inmediatamente dijo: “éste es mío”, y yo lo dejé hacer porque ya le había echado el ojo al otro en cuanto vi que era Federico Gamboa”, comentó el conferencista.
Es el relato de la vida de un hombre inmerso en el régimen porfiriano, que conoció a Porfirio Díaz y pudo platicar con él varias veces, y al que después le tocó vivir la Revolución y la postrevolución. Gamboa narra en su Diario sus experiencias y vivencias, al tiempo que observa una realidad que sucede en su entorno desde que él comenzó a escribir, hasta un par de meses antes de su muerte.
Explicó Villalpando que el cuadro estaba en la Escuela Libre de Derecho porque Gamboa fue maestro en la institución desde 1920, cuando regresó del exilio, hasta su fallecimiento en 1939.
Tradicionalmente, cuando muere algún profesor venerable que formó a muchas generaciones se le rinde un homenaje luctuoso, la ceremonia la preside una imagen del catedrático, que al término del acto se entrega a su familia.
En los años 20 y 30 del siglo pasado los retratos se mandaban pintar.
Entonces, indicó, “me entró la duda de por qué el cuadro se había quedado en la Escuela y descubrí que, para cuando el dejó de existir, ya habían fallecido su único hijo y su esposa; estaba sólo en el mundo por lo cual después del homenaje el cuadro se guardó y luego fue arrumbado en los sótanos”.
Villalpando recomendó la lectura del Diario de Federico Gamboa, pues “es un texto prodigioso, que tiene esa riqueza de la experiencia de un hombre vertida en esas letras; contiene amenas narraciones de sus peripecias en el ámbito de la diplomacia y la política, así como el amargo encuentro que tuvo en París con el escritor francés Emilio Zola, que era su ídolo”.
Gamboa estudió Derecho, pero no quería trabajar de abogado, su vocación era escribir y tuvo la suerte de que su maestro Ignacio Mariscal consiguiera su ingreso al servicio exterior; su primer encargo fue como segundo secretario en la legación –todavía no era embajada- de México en Argentina, pero para ir a Buenos Aires en esa época era necesario viajar a Gran Bretaña para tomar otro barco hacia la capital argentina y, como el buque tenía una diferencia de un mes, se fue a París donde quería conocer a Zola.