Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Sigamos con música Sarita
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
De más adeptos.
“Justo de la Llave, nombre ficticio de un vago ricachón de Tacubaya, fue uno de esos melómanos que iban a la ópera en el Palacio de Bellas Artes.
Recordarás, nos dice el experto Aspiros Villagómez, que escribí en 2014 de la novela sobre su ociosa, pero culta vida, en un texto donde mezclé mi asistencia por esas fechas al mismo lugar, donde presentaron Manon (o Manón).
O doña Rusia MacGregor:
“Muy interesantes tus Nubes de hoy en cuanto a historia se refiere. Ignoraba todo lo que comentas. En cuanto a Sara mis más sinceras felicitaciones. No es fácil lograrlo. Es un triunfo muy merecido.
Yo tuve oportunidad de ir becada a Berlín, Roma o Rusia cuando tenía 15 años para terminar mis estudios de piano. La beca me la ofreció el gobierno mexicano, en turno, pero… mis padres y mi abuela, temerosos de que apenas unos años se había dado la guerra, optaron por no aceptarla y aquí estoy.
Quizá lo que me tocaba era el periodismo y la comunicación. Años después, en platica con mis padres, mi padre me preguntó si no estaba yo molesta con él por aquella decisión.
Mi contestación fue que no, porque pensaron que no era prudente, pero si me cuestionaba que hubiera sido de mí, pues quizá no hubiera terminado mis estudios y estaría en Berlín, casada o no, come y come salchichas.
O en Roma, casada con un pizzero, gorda y llena de hijos o en Rusia, vestida de overol en el arreglo de calles. Ve tú a saber.
Besos… un bonchi. Rusia.”
Sigamos con la música.
Estudiar la ópera en México en esos años nos ayuda no sólo a descubrir historias realmente fascinantes, sino también a entender el proceso de descolonización de manera más crítica y menos radical.
La ópera convirtió a México en colonia cultural de Europa, nos transmite la colega Noma Vázquez Alanís.
Nos adentra en el tema con la «Historia de la Ópera en México (1823 -1838)» que dictó Francesco Milella en el Centro de Estudios de Historia de México.
Maestro en políticas culturales por la Universidad de Maastricht (Holanda) dijo que en el periodo comprendido entre 1805 –cuando se presentó por primera vez en la Nueva España la ópera italiana ‘El filósofo burlado’, de Doménico Cimarosa– y 1820, el repertorio de óperas francesas e italianas se adaptó al gusto local mediante la traducción al español de sus letras y su presentación como zarzuelas.
Además, explicó, en las pausas se presentaban espectáculos tradicionales con ciertas tonadillas, es decir, seguían utilizándose las formas de teatro de la tradición colonial y española.
“Los intermedios eran unas pequeñas piezas de baile folclórico mexicano, para no alargar demasiado la función”, según apuntaban los anuncios de las óperas italianas publicados en El Diario de México. Así no aburrían al público, acotó el ponente.
Otro aspecto muy interesante es que la música, la ópera, ya no fue una forma solamente aristocrática, se transformó en un lenguaje de sociabilidad, pues se tocaba en los eventos privados y en las fiestas porque se hicieron transcripciones tanto para guitarras como para piano de, por ejemplo, la obertura de ‘El barbero de Sevilla’, de Gioachino Rossini.
Rossini dominó la escena operística en México. En 1823 se presentó por primera vez ‘El barbero de Sevilla’ en la ciudad de México.
A partir de entonces, llegaron nuevas óperas a la capital y los espacios de esta primera transformación fueron El Coliseo, un teatro que, en 1754, a partir de una estructura colonial de madera ya muy frágil en esos años, se convirtió después de la Independencia en el Teatro Principal, que fue el más importante de la ciudad.
Otro escenario fue el Teatro Provisional o de Los Gallos, que era un palenque para peleas de gallos construido en 1786 y que el ayuntamiento de la ciudad de México, con el apoyo de un indio criollo muy rico, don Luis Castrejón, transformó en un teatro.
En esos teatros se presentaba por un lado el repertorio español con tonadillas y sainetes y por otro las óperas de Rossini.
Un compositor que la historia olvidó y no aparece en ninguna enciclopedia, es Stefano Cristiane, nacido en Bolonia en 1770 y discípulo del músico italiano Giovanni Paisiello.
Llegó a México en 1823 y trabajó aquí hasta1825, cuando murió. De esos dos años que estuvo en la ciudad de México,
Hasta que en 1826 llegó a la capital Manuel García, español que era una de las figuras más importantes de la ópera en el mundo. Fue el protagonista de la vida operística en México entre 1826 y 1829. Y el primer ‘Don Giovanni’ de Mozart, Cantó también el repertorio de Rossini, ‘El barbero de Sevilla’, ‘Otelo’ y ‘La Cerenentola’.
México se dio cuenta de su distancia cultural con Europa y en 1830 el ayuntamiento de la ciudad encargó a Cayetano París que fuera a Milán para buscar una compañía de ópera, instrumentos y partituras.
Regresó un año después con nueve pianos, 30 óperas bufas, 30 óperas serias y un cantante, Filippo Galli, quien acaparó las presentaciones de ópera en México entre 1831 y 1838.
“Es una figura olvidada, pero fundamental, tan importante que Rossini escribió para él casi diez óperas”. interpretaba todo el repertorio de Rossini, lo cual contribuyó a una consolidación definitiva de la ópera italiana en la ciudad de México.
En el periodo 1823-1838 la ópera jugó un papel fundamental en los planos político y diplomático porque definió la identidad nacional de México, pero esencialmente en lo social, pues ofrecía nuevos espacios de agregación urbana que ya no eran solamente los teatros, sino también las casas.
“Estudiar la ópera en México en esos años nos ayuda no sólo a descubrir historias realmente fascinantes, sino también a entender el proceso de descolonización de manera más crítica y menos radical”, nos comenta la escritora doña Norma Vázquez Alanís.