Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Se aprende de ellas
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Acabamos de recordar que hace 75 años, cuando teníamos 15 de edad, llegamos a aquél extraordinario periódico, el mejor diario de América Latina, llamado Excélsior, el periódico de la vida nacional.
Rodrigo de Llano, director general. Gilberto Figueroa, gerente general. Manuel Becerra Acosta y Xavier Sorondo, subdirectores. Y don Ignacio Morelos Zaragoza, jefe de información.
Bella época vivimos y nunca olvidaremos.
A los 90 no nos desprendemos de la tecla, seis días de todas las semanas, con nuestros comentarios, como el de hoy.
Hay mucho de cierto. Mucho aprendemos de ellas, las mujeres. Y las presumimos, como nosotros, con devoción, admiración y afecto.
El siguiente es un ejemplo que habla por sí solo. Y nos lo explica, por el dulce poder de su amabilidad una escritora e historiadora.
Y nosotros compartimos lo que la también licenciada en periodismo, doña Norma Vázquez Alanís, nos platica con fina prosa, la
conferencia de la historiadora María José Encontra y Vilalta.
A pesar de que libros de Historia afirmaban que la mujer peninsular no apareció por la Nueva España, muchas de ellas emprendieron la travesía transoceánica básicamente en busca de fama y fortuna.
De tal suerte que las hubo valientes y aguerridas como aquellas que acompañaron a Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez, pero también dedicadas a la enseñanza, el comercio, la encomienda, la panadería o la salud, e incluso la prostitución.
De igual modo hubo impresoras como la esposa de Juan Pablos, quien ejerció el oficio a pesar de las restricciones gremiales.
Incluso vinieron mujeres casi ennoblecidas con cierto nivel social y económico en la península, como María de Estrada y Ana de Castilla, la hija del virrey que se casó con uno de los más ricos mineros de la Nueva España.
Eran damas educadas.
En el Archivo de Indias en Sevilla están las listas de quienes viajaron a América.
Si las mujeres iban solas, si eran solteras, doncellas, criadas, etcétera.
La doctora Encontra y Vilalta aclaró que soltera y doncella, no eran lo mismo pues podía haber doncellas de 15 años o de 90 siempre que fueran vírgenes, mientras que el término criada o criado no sólo correspondía a una asistente que trabaja en casa, sino a un hombre, mujer, niño o niña, que en algún momento por cierta necesidad sería recogido por un familiar cercano o lejano para criarlo en su casa.
Las referencias asentadas en el Archivo de Indias terminan con otro de los equívocos más recurrentes, el de que solamente viajaron castellanas a Nueva España, pues había pasajeras procedentes de Cataluña, Valencia y Flandes.
La emigración fue pluricultural. De 1520 a 1539, la mayoría de aquellas mujeres provenían de Andalucía, pero también las había de Extremadura, de Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y León, además de unas pocas de Aragón.
Bernal Díaz del Castillo, más parco en ese tipo de información, refiere los nombres de varias mujeres que llegaron con los conquistadores e indica que, en un momento dado, encontraron en Tultepec un lugar donde habían sido sacrificadas a los dioses muchas personas, pero no dice nada más.
(Apenas en 1997 se supo que se trataba de un tzompantli, porque antropólogos forenses analizaron los restos hallados y determinaron que había cuatro mujeres de raza europea y una persona mulata.)
En el Archivo de Notarias de la Ciudad de México quedó asentado que desde 1525 Francisca de Valdivieso alquiló una huerta en la calzada Tacuba.
Esa persona no viajó con Cortés ni con Narváez, pero está registrada en el primer documento notarial relacionado con una mujer peninsular.
Otro caso fue el de Isabel Rodríguez, quien en 1527 reconoció notarialmente una deuda de 24 pesos por seis arrobas de lana a Leonor de Espíndola, lo cual prueba que las mujeres también prestaban dinero.
La doctora en Historia por la Universidad Iberoamericana, María José Encontra y Vilalta, dio a conocer elementos para desechar la creencia de que a América llegó la escoria de la sociedad peninsular.
Explicó que las autoridades españolas tenían una serie de mecanismos para filtrar a los emigrantes, tales como rastrear sus orígenes para probar su limpieza de sangre, además de demostrar que no tenían antecedentes de procesos en el Santo Oficio.
Una vez superados estos requisitos, la Casa de contratación de Indias, organismo creado en Sevilla en 1503 para regular la emigración, registraba todas las características de cada individuo y, como no se contaba entonces con un documento de identidad, se asentaban sus características físicas, la edad y si tenía alguna seña distintiva como una mancha o alguna cicatriz.
También se consignaba cuál sería su destino final.
Obtenida la autorización para viajar a Nueva España, los interesados debían buscar en el barrio sevillano de Triana a un agente mercante que les garantizara el traslado.
Cada transportista ponía sus tarifas. El importe del viaje fue más barato en los primeros años por la poca demanda, y conforme avanzaron los procesos de colonización se encarecieron considerablemente.
En 1536 para mantenerse durante los casi tres meses que duraba esta travesía, cada pasajero llevaba sus propios alimentos, que podían ser desde legumbres secas como chicharos, garbanzos, habas, etcétera, hasta animales de acompañamiento que conforme avanzaba la travesía se iban matando para consumirlos.
Mujeres, siempre mujeres. Y algunos las matan o maltratan frente a las autoridades, que nada hacen por evitarlo.