El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Lo entendemos, coincidimos embajador
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Cuando Occidente disfruta de los frutos de la ilustración, los mejores inventos de la revolución informática y las comunicaciones tienden a ser usados más como instrumentos de sometimiento y control social, que de liberación de los pueblos.
“El triunfo arrasador del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador en 2018, su larga y obstinada lucha por acceder al poder de manera pacífica en México, me animan a compartir estas reflexiones de una aciaga década en la historia reciente de nuestro país.
“Pero el movimiento que hizo posible esta hazaña está llamado a convertirse ya en un auténtico sujeto de poder transformador, de lo contrario Morena no estará a la altura de los desafíos de la transformación de un México que se debate en la descomposición.
“Morena, como todo auténtico movimiento de masas, requiere con urgencia la capacitación de sus bases y dirigencias para que, desde lo local y en todos los rincones del país, apoye y estimule la constructiva participación ciudadana en las transformaciones que el país reclama.
“Espero que estas reflexiones tengan eco entre los cada vez menos lectores, pero especialmente entre quienes están haciendo historia”.
Lo entendemos, coincidimos y lo compartimos, con entusiasmo don Antonio Pérez Manzano.
(Está en la introducción al libro “La verdad como justicia”, del también diplomático Atanacio Campos Miramontes. El autor se desempeña como Cónsul Adscrito en el Consulado General de México en Vancouver. La obra ha sido publicada por Editorial Porrúa, México. En agosto de 2019)
4 mayo, 2020 Antonio Pérez Manzano Obras Escritas y Artísticas, Pedagógicas 0
En los albores del siglo XX, el pensador ruso Vasili Vasiliévich Rozánov se preguntaba: “¿Con qué estamos recibiendo el nuevo siglo? – Es extraño decirlo, pero lo recibimos con un aburrimiento universal… hay un tedio definitivo en todo: en la ciencia, en las letras, en la vida social.”
(1) Fue justamente en ese tiempo que el mundo occidental emprendió una frenética búsqueda por huir del tedio, inventando toda suerte de artilugios llamados a inflamar las ilusiones. La radio y el cinematógrafo conquistaban la atención del amplio mundo.
Pocos años después, Lev Nikolaévich Tolstoi advertía en sus diarios que “todos los inventos de la civilización son cómodos e interesantes sólo al principio, luego terminan hartándonos.”
(2) Entre guerras, jolgorios, revoluciones, treguas, cataclismos, correrías, catástrofes y reconstrucciones, el hombre progresó durante todo el siglo XX; y cruzó el umbral del tercer milenio, convertido ya en todo un individuo, rodeado de una parafernalia infinita de invenciones y comodidades, pero igual que siempre, tratando de aliviar su soledad. Pareciera que, con los espectáculos y el turismo de masas, la televisión y ahora el internet, el individuo al fin alcanzaría el consuelo de comulgar con su prójimo. Pero no, en el siglo XXI “la gente [de Occidente] viaja al lugar [Chernóbil] en busca de nuevas y poderosas impresiones… La vida se vuelve aburrida. Y la gente quiere algo eterno,” advierte Svetlana Aleksiévich al final de su conmovedora plegaria de Chernóbil.
(3) En nuestros días, el ciudadano de las redes sociales contempla el mundo a través de lo que cree que son sus propios deseos, inflamando el narcisismo y exaltando el individualismo, para luego terminar fragmentando las identidades gregarias de su entorno social. El individuo huye de su comunidad real, pues no discierne ni soporta las complejas determinaciones sociales que sufre, pero al mismo tiempo no se aguanta en soledad y, en una suerte de escapismo, se “conecta” con una infinita comunidad virtual y, con el suave pulso de sus dedos, cree moldear la realidad a su antojo. Y sin embargo se aburre. La gente sigue inmersa en un tedio que lo devora todo.
Hace casi 600 años, la invención de la imprenta revolucionó la palabra escrita y el libro, y éste acercó a los hombres de distintas culturas y latitudes, convirtiéndose en la mejor arma de la ilustración, el momento estelar de la modernidad.
El libro se abrió paso en un mundo donde la inmensa mayoría no sabía leer ni escribir, y los insignes hombres no escatimaron sacrificio alguno por llevar luz al pueblo, que padecía la oscuridad de la ignorancia.
En la condición posmoderna, paradójicamente, el bullicio sin fin, más temprano que tarde, se torna aburrimiento. Todos los días se producen series, películas, programas de toda laya, y los ya miles de millones de almas conectadas a la red hacen lo propio, engullendo porciones de tiempo que se antoja infinito en la escala de la vida humana.
Esto nos trajo la era post: el postmodernismo, el postcomunismo, el post humanismo, etc. y es natural cuestionarse si tiene algún sentido recopilar reflexiones que atendieron a problemáticas de años ya pasados. Estas cavilaciones y soliloquios fueron motivados por una época en la que la izquierda en general, ante nuevos desafíos y determinaciones sociales sumamente complejas, lejos de intentar entender, emprender nuevas búsquedas, y proponer alternativas trascendentes, optaba por acomodarse a una nueva realidad, abandonando su originaria vocación transformadora.
Desde el desmantelamiento de la Unión Soviética, la izquierda no hizo otra cosa que desmarcarse de las experiencias revolucionarias de la modernidad en toda su diversidad y complejidad histórica, y abjurar hasta de las mejores tradiciones socialistas. La izquierda institucionalizada se refugió en un discurso de lo políticamente correcto y, como todo renegado, terminó por abrazar el programa de su antípoda, la derecha.
En los últimos 30 años hubo que nadar a contracorriente y resistir el embate ideológico que decretó el fin de la historia.
La primera parte la conforman incursiones por las sendas de San Petersburgo a 300 años de su fundación. Los soliloquios son posicionamientos ante situaciones críticas en el México de los años recientes, en las que una izquierda ya institucionalizada buscaba siempre, ante todo, ser obsequiosa, acomodaticia y complaciente con el sistema que la había domesticado.
Sin embargo, en medio de la tragedia nacional, la izquierda también resistía y, cual Sísifo, intentó una y otra vez regenerarse.
En los años funestos del enseñoramiento de la canallada, gracias a los necios no murió la esperanza.
Pero el movimiento que hizo posible esta hazaña está llamado a convertirse ya en un auténtico sujeto de poder transformador, de lo contrario Morena no estará a la altura de los desafíos de la transformación de un México que se debate en la descomposición.
Morena, como todo auténtico movimiento de masas, requiere con urgencia la capacitación de sus bases y dirigencias para que, desde lo local y en todos los rincones del país, apoye y estimule la constructiva participación ciudadana en las transformaciones que el país reclama.
Espero que estas reflexiones tengan eco entre los cada vez menos lectores, pero especialmente entre quienes hacen historia.