Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
A todos nos interesa
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Nos embarga la tristeza por el fallecimiento de nuestra amiga y colega doña Mercedes Aguilar Montes de Oca. Una trayectoria en el periodismo nacional y oficial, gloriosa.
Seguimos con interés la plática que sostuvimos con el señor embajador emérito don Antonio Pérez Manzano, a quien damos una disculpa por la omisión involuntaria en el anterior capítulo.
Vaya, no lo mencionamos, imperdonable.
Coincide con la visita de nuestro presidente con el de USA, a nivel oficial de mandatarios. Y vecinos.
Don Antonio escribe:
“Algunas de las características de la profesión diplomática son la seriedad y la formalidad para su desempeño y están regidas tanto por leyes internas (las de su propio país), como por el Derecho Internacional, en cuyo marco se han plasmado varias convenciones internacionales”.
Continúa.
“Otro ejemplo es el que se cita en la obra titulada “De Legato”, en la que su autor el italiano Ottaviano Maggi sostenía:
«Un embajador debería de ser un consumado teólogo y poseer, además, amplios conocimientos sobre Aristóteles y Platón”.
En otra parte el mismo autor afirmaba que dicho representante: “Debería tener capacidad para tomar decisiones por sí mismo. Es decir, saber resolver sobre la marcha los problemas más difíciles en la forma correcta y, que además de dominar los conocimientos científicos de la época y los idiomas útiles a la
profesión, debería -tener un gusto refinado por la poesía”.
Pero, por encima de todo: «ser de excelente familia, rico y dotado de una presencia hermosa.”
Al correr de los tiempos algunas condiciones se mantenían y surgían otras. Por ejemplo, se atribuye a la princesa Zerbst -madre de la emperatriz Catalina de Rusia-, que entre las recomendaciones que daba al Zar Federico El Grande, estaban las que se referían a la elección de sus embajadores:
“Para nombrar a un plenipotenciario en San Petersburgo, debería tomar en cuenta que éste fuera joven, guapo y de buen cutis; o para el enviado ante las cortes de Holanda y Alemania, se exigiría que tuviera una gran capacidad para ingerir sin peligro de trastornos, grandes cantidades de bebidas alcohólicas”.
En relación con las consideraciones anteriores, se pueden traer al presente algunas anécdotas que retratan la forma de ser y de actuar tanto de gobernantes, como de representantes en el ámbito de las relaciones internacionales.
Así como se ha hablado brevemente acerca de las condiciones que deben reunir los representantes diplomáticos y consulares, debo agregar, explica el diplomático, que en dichas labores a la hora de aplicar las directrices de política exterior de cualquier Estado, se han
puesto en práctica diversos métodos, estilos o sistemas, que reciben su nombre por las características propias que les dieron origen.
Así por ejemplo se habla de:
la “diplomacia monárquica”; “diplomacia de alianzas”; “diplomacia secreta”; “diplomacia pública”; “diplomacia democrática”; “diplomacia realista” y otras.
Aclara que en algunos casos se trata de lineamientos de la política exterior de un determinado Estado.
A la Emperatriz Catalina de Rusia -quien alcanzó el trono a la muerte de su esposo el Zar Federico El Grande en 1762 y lo ejerció durante 34 años-, se le atribuye haber cultivado una especie de estrategia en las negociaciones con representantes extranjeros,
basada en el empleo de sus encantos personales.
Dicha práctica de “negociación” ha recibido el nombre de “diplomacia de tocador”, que más bien era uno de los recursos o argucias empleadas por soberanos, familiares y diplomáticos de aquella época, para la obtención de un fin determinado.
Dichos métodos empleados para ciertas negociaciones, son
discutibles y dudosos, sobre todo en cuanto a resultados permanentes o duraderos.
Un ejemplo de lo anterior, fue el fracaso de la misión emprendida por Sir James Harris, de Inglaterra (también conocido por Lord Malmesbury) en San Petersburgo (por entonces capital de Rusia) en 1779, quien pretendía lograr la alianza de Catalina La Grande con Gran Bretaña:
«Harris era un hombre guapo y la Emperatriz asequible; fue una diplomacia personal de lo más embriagante y sin embargo, al final Harris volvió a Londres sin haber conseguido apenas nada, y con veinte mil libras esterlinas menos en su propio bolsillo.”
Como antes se dice, es deseable una presencia física agradable y un organismo en buena salud; lo que vendrá en beneficio del propio funcionario, pues una apariencia repugnante, la falta de alguno de los sentidos, malformaciones físicas, o alguna otra deficiencia parecida, pueden hacerle más difícil el desempeño de su trabajo, de como lo haría en condiciones normales.
Ahora bien, ello no es determinante en última instancia; ya que habrá casos en que la inteligencia, el ingenio y las virtudes de la persona, ayudarán a disminuir algunas de las deficiencias mencionadas.
Sobre el asunto de la presencia física, se cuenta una anécdota, en la que los actores son dos embajadores: uno era el Duque de P. Grande de España, cuya estatura contrastaba notoriamente con su apellido (era muy bajo) y continuamente era presa de bromas.
El otro, un embajador francés de estatura mayor al promedio:
“El suceso se centra en el momento en que -durante una recepción- un grupo de diplomáticos admiraba un cuadro.
El embajador galo al observar que la pintura estaba inclinada, pretendió enderezarla y pese a su elevada estatura no lo logró.
Al observar a su colega hispano dijo con sarcasmo:
“Yo no alcanzo, pero quizás pueda hacerlo mi colega español que es Grande de España.
El Duque aludido sin turbarse por las risas que despertó la referencia a su corta estatura, sacó su espada y con ella rectificó el cuadro…”.
Y aún tenemos más que platicar, con su permiso don Antonio Pérez Manzano.