La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Aroma, cuerpo y sabor
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Estimado amigo:
¿De dónde sacaste esa reliquia sobre el café? Yo no la recordaba. Hoy tus Nubes salieron muy largas por mi culpa, así que espero la indulgencia de tus lectores, entre quienes estás empeñado en hacerme famoso (o chocante, tú me avisas); muchas gracias.
Salud. Aspiros Villagómez. (El «no escritor»)
Muy merecidos comentarios para nuestros queridos José Antonio y Norma. Excelente trayectoria de ambos. Celebra la escritora Rusia MacGregor, desde Colima, donde vive. Y comenta:
“Sobre el Café La Habana, me trajo muchos recuerdos, entre ellos uno de mi infancia en Mazatlán en casa de mis abuelos maternos. A mi abuelo le encantaba el café. Todos los días entre 5 y 5:30 de la mañana, empezaban a percibir el aroma del café que la cocinera, doña Alejandra, Vieja le decíamos de cariño, ponía a tostar y hacía extracto.
Aparte ponía una olla con agua y otra con leche para que cada quien lo tomara a su gusto.
A los chiquillos, que éramos muchos, sólo por la mañana nos permitían disfrutar de ese rico café.
Por la noche nos daban té de canela con hojas de naranjo.
Eso era diario, porque no se guardaba lo poco que quedaba del extracto y al día siguiente empezaba a sentirse el aroma del café a la hora de tostarlo. Lo extraño. Besos. Rusia.
También el amigo Virgilio Arias Ramírez, escritor chiapaneco nos habla del café y nos dice, en mayúsculas:
BUENAS TARDES MAESTRO CARLOS, COMO TODOS INTERESANTES, ME GUSTO SU ARTÍCULO Y LA APORTACIÓN DEL AMIGO JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGOMEZ, EN TORNO AL CAFÉ.
COMO UN SERVIDOR VIVIÓ ENTRE CAFETALES FAMILIARES, APRENDÍ SU CULTIVO, CUIDADO, COSECHA Y TRANSFORMACIÓN EN EXQUISITO ELIXIR.
EL ORO VERDE COMO SE LE HA LLAMADO, DEPENDE DE LA ALTURA SM. EN QUE SE CULTIVE. LA ACIDEZ DE LA TIERRA, LA LLUVIA Y EL SOL QUE RECIBA.
ES EXIGENTE COMO EL VINO, LO DISTINGUEN: SU CUERPO, SABOR Y AROMA.
LE ANEXO EL TEXTO QUE SIRVIÓ DE PRÓLOGO PARA UN LIBRO EDITADO AÑOS ATRÁS, ACERCA DE ESTE GRANO MARAVILLOSO.
RECIBA MI SALUDO FRATERNAL Virgilio A. Arias Ramírez-C.
Tras agradecerlo, nos complace reproducir íntegro el contenido porque el café se viste de orquídeas en las floridas montañas, se transforma en aroma y sabor.
Con cuerpo, cortinas o piernas, ardiente como un beso de labios femeninos.
“Nuestra ilustre amiga Nyrma Lara Anzures, la de suave voz como el eco de un cafetal, –ya reconocida con premios especiales–, me ha brindado la oportunidad inesperada de sembrar algunas palabras en sus originales ideas en torno al oro verde, planas hechas con los juveniles recuerdos de los cafetales.
Un solo camino para alcanzar el lugar de las añoranzas, único para llegar y quedarse ahí en la fronda, para ser acariciado y ver nacer un romance con gotas de olvido y luego un fruto del amor deseado.
Me llenó de gusto la responsabilidad, de pincelar algunas líneas en torno a la singular obra, que, con su verbo, pinta las nubes que se posan en las faldas de las montañas.
El café venció distancias, creencias y conciencias.
Surgió de los poros de Abisinia con sus dueños originales mucho antes del cristianismo, en aquellas sierras borrascosas, lejanas, llenos de sol y de sapiencia, fueron los árabes los que propiciaron su feliz fuga al otro lado del globo terrenal.
Su origen creció con aroma, cuerpo y sabor; y sus leyendas de optimismo, desde la intervención del Ángel Gabriel para sanar al Profeta de la Meca haciéndolo más viril, hasta que Kaldi el pastor juvenil que siempre guiaba a sus cabras hacia plantas misteriosas que les daba bríos y vigor por el día y dormir poco con la luna hechizada; pero otro pastor, el de almas, creyendo que era obra del demonio tiró las cerezas al fuego y de las cenizas voló como el ave fénix el rico aroma con su embrujo.
Y así, en la provincia de Kafa, inicia su peregrinar el ya codiciado grano de café.
En la Meca de los musulmanes, hacia el año 1510 se prohibió beber café, pero como se ordenó también tomar vino, el consumir el nuevo elíxir quedó bajo la decisión de cada conciencia y cada fe.
De Etiopía emigró a otros aires, gracias a las peregrinaciones de los fieles del islam rumbo a Yemen.
Pasó a Turquía y llegaron siete granos a la India en el año 1615 y luego a la Meca.
Gracias a la degustación y bendición del Papa Clemente VIII enraizó en Europa, pero en 1652 cruzó el Canal de la Mancha y se posesiono de Inglaterra al escasear el té.
Se extendió hasta Holanda y de ahí fue llevado en 1657 a sus colonias asiáticas.
En 1669 conquistó a la enigmática Paris y en 1683 ya estaba en la lujosa mesa de terciopelo Veneciano.
De los jardines botánicos de Ámsterdam a comienzos del siglo XVIII viajó a las junglas de Brasil.
Fue en 1723 cuando, el capitán francés Gabriel Mathieu, se propuso llevar arbustos a la isla de Martinica; se cuenta que durante el viaje quisieron envenenar las plantas, luego el barco escapó de un ataque de piratas y finalmente se puso a salvo de una tormenta en el mar embravecido, llegando a las tibias playas de la isla un solo arbusto, donde se plantó el que sería llamado con mucha razón “oro verde”.
A la isla de Jamaica arribó la bella planta de café en 1730, de allí a la República Dominicana, luego a Cuba.
A Guatemala la llevaron los jesuitas en 1750 y a Puerto Rico en 1755; en 1784 besó los campos de Venezuela, luego sintió los frescos suspiros de Colombia.
Los primeros colonizadores de Estados Unidos plantaron también sus semillas de café, convirtiéndose en el primer consumidor mundial, y finalmente hacia 1790 en las costas del inmenso territorio mexicano, con sus variados climas y jugosos suelos, brotaron las esmeraldas y estéticas figuras: Arábiga y Robusta, es decir, que los iniciadores de la independencia no sólo tomaban chocolate chiapaneco, sino también el aromático café con agua como lo saboreaba Moctezuma II, o con leche porque ya había en la Nueva España ganado mayor traído por Hernán Cortés, quien no era “tan cortés”.
El exquisito café, superó al afamado coñac versallesco con sus finos aromas del Paris aristócrata.
Su sabor especial se prefirió por aquellos caballeros de elegantes carruajes y las damas de sombreros con plumajes y guantes. Su cuerpo por ser especial a la vista y el exigente paladar, lo apetecía; el embrujo de color ámbar, se dibujó en los vasos cristalinos de material selecto, y es que ya se había convertido en una moda social con sus leyendas y mitos.
No obstante, el modesto origen, superó océanos, su esencia se impuso al gusto y al tiempo, porque aún hoy vence ritos.
Con el café nacieron amores y se unieron extraños; cimentó su espiritualidad y voluntad, y se entregó cual pareja amorosa para fijar nuevas costumbres.
Desde siempre, conquistó tiempos y el mal tiempo, no segó sus nuevas cumbres.
Con fino color de miel, se alegran las neuronas, despiertan los sentidos y surge la compañía fiel.
Lo prefieren los lujos de la trilogía: tabaco, coñac y café; es de elegancia y buen gusto.
Quien lo esquiva es porque no ha convivido con él.
Le aprecian la perseverancia y la buena fe.
Existe una variedad muy amplia en todo el mundo, actualmente, citaré solamente tres de ellas, El Helena que se cultiva en la isla africana Helena, el kilo se vende en 79 dólares.
El Esmeralda se cultiva en Panamá el kilo cuesta 200 dólares.
Y el más caro que se llama Kopi Lumak, se produce en Indonesia donde sirve de alimento a la civeta pero los granos arrojados por este pequeño mamífero se recogen manualmente y después de un proceso de aseo y tostado se ofrece al mercado internacional los únicos 500 kilos que se producen anualmente a un precio de 320 dólares el kilogramo.
Esta variedad ya se cultiva en Colombia, donde tienen crianza de tejones en los cafetales, mismos que son alimentados con la cereza del café para que hagan el trabajo de la civeta.
El Café se viste de orquídeas en las floridas montañas, se transforma en aroma y sabor con cuerpo, cortinas o piernas, y ardiente como un beso de labios femeninos.