Escenario político
La inevitable destrucción del metro
En estos momentos que las autoridades de la Cdmex difieren del incendio del control del metro, y el restablecimiento de las seis líneas, vale la pena leer a dos eruditos.
Los escritores Fernando Alberto Irala Burgos y Virgilio Arias Ramírez, nos ilustran, con datos, del metropolitano que iniciaron su construcción Gustavo Díaz Ordaz y Alfonso Corona del Rosal.
Nos dice don Fernando Alberto:
La falta de mantenimiento por años es la evidente causa del incendio y destrucción del centro de control del metro capitalino.
El abandono que por más de dos décadas han tenido las autoridades de la ciudad para el sistema de transporte, a estas alturas sólo puede arrojar resultados desastrosos.
La idea prevaleciente de que el boleto tiene que ser muy barato puede ser muy popular, pero ha llevado a la carcachización de un servicio insustituible, la paralización de la inversión en nuevas rutas y, como ahora hemos visto, hasta la imposibilidad de cambiar equipos y cableados absolutamente inservibles.
Los costos del metro no varían mucho a nivel mundial. En prácticamente cualquier país un boleto le cuesta al pasajero entre uno y dos dólares. Sólo en la ciudad de México y en Buenos Aires se mantienen tarifas absurdamente bajas.
Las consecuencias están a la vista. Un servicio cada vez peor y una carencia permanente de recursos.
Hace años el pasaje se subió de tres a cinco pesos y motivó protestas encabezadas por grupos que ahora son gobierno. Pero en realidad el boleto tendría que multiplicar su precio actual por tres y hasta por cuatro.
La otra vía sería que el gobierno de la ciudad o el federal destinaran una bolsa de la magnitud requerida para sostener al metro. Eso tampoco se hace.
Se olvida la conclusión de un viejo secretario de Comercio de hace medio siglo: no hay producto más caro que el que no existe.
Podemos presumir que tenemos y seguiremos con el metro más barato del planeta; también el que más falla, se descompone, se satura, se suspende y a veces hasta se quema.
“Un poco más de medio siglo tienen las primeras rutas del Metro de la ciudad de México, aunque el deterioro del equipo y del servicio lo hagan ver más viejo.
Con un adecuado mantenimiento, la mitad de una centuria es apenas un breve lapso en la vida de este tipo de transporte.
Súbitamente, un incendio en el Centro de Control sacó de circulación a todo el sistema, y a las tres principales líneas –las más antiguas, las más saturadas— las dejará sin funcionar por un periodo indeterminado, que puede ser incluso de meses.
La necesidad de reparaciones y sustituciones preventivas en la subestación eléctrica se había advertido hace años, pero como siempre ocurre, los trabajos necesarios apenas se iban a realizar.
Así ha sucedido desde hace casi un cuarto de siglo, cuando la jefatura de gobierno capitalina dejó de ser una regencia y se convirtió en un puesto de elección popular.
Desde entonces, consistentemente, la población ha votado por la izquierda. Desde entonces también, de manera inexplicable la ampliación y mantenimiento del Metro dejó de ser prioridad para los sucesivos gobiernos supuestamente emanados del pueblo.
Cuando Cuauhtémoc Cárdenas asumió la primera jefatura electa, en 1997, simplemente abandonó la línea B del Metro, entonces en construcción, que se quedó por largo tiempo en obra negra, y sólo pudo ser concluida e inaugurada cuando el hijo del General salió para intentar sus sueños presidenciales.
Luego vino el sexenio de López Obrador, en que el presupuesto que hubiera servido para dar mantenimiento mayor al sistema se usó para iniciar la construcción del segundo piso del Periférico, obra cuya información incluso se reservó por extraños motivos.
En el siguiente gobierno, el de Marcelo Ebrard, se construyó la Línea 12, con el desastre del que pocos años después nos enteramos.
Los siguientes gobiernos han prometido hacer ampliaciones de líneas que hasta la fecha no se terminan.
Una ciudad del tamaño de la capital de la República necesita una red con extensión de al menos el doble de la que actualmente tiene. Y requiere, por supuesto, del mantenimiento constante de las líneas en servicio, sobrecargadas por la falta de las otras rutas que aligerarían el tráfico.
Pero no se puede construir más y ni siquiera mantener dentro de parámetros de seguridad lo existente porque no hay dinero.
Por qué no hay recursos.
Y complementa el secretario general del Club Primera Plana así.
“Don Fernando Alberto Irala
Un poco más de medio siglo tienen las primeras rutas del Metro de la ciudad de México, aunque el deterioro del equipo y del servicio lo hagan ver más viejo.
Con un adecuado mantenimiento, la mitad de una centuria es apenas un breve lapso en la vida de este tipo de transporte.
Súbitamente, un incendio en el Centro de Control sacó de circulación a todo el sistema, y a las tres principales líneas –las más antiguas, las más saturadas— las dejará sin funcionar por un periodo indeterminado, que puede ser incluso de meses.
La necesidad de reparaciones y sustituciones preventivas en la subestación eléctrica se había advertido hace años, pero como siempre ocurre, los trabajos necesarios apenas se iban a realizar.
Así ha sucedido desde hace casi un cuarto de siglo, cuando la jefatura de gobierno capitalina dejó de ser una regencia y se convirtió en un puesto de elección popular.
Desde entonces, consistentemente, la población ha votado por la izquierda.
Desde entonces también, de manera inexplicable la ampliación y mantenimiento del Metro dejó de ser prioridad para los sucesivos gobiernos supuestamente emanados del pueblo.
Cuando Cuauhtémoc Cárdenas asumió la primera jefatura electa, en 1997, simplemente abandonó la línea B del Metro, entonces en construcción, que se quedó por largo tiempo en obra negra, y sólo pudo ser concluida e inaugurada cuando el hijo del General salió para intentar sus sueños presidenciales.
Luego vino el sexenio de López Obrador, en que el presupuesto que hubiera servido para dar mantenimiento mayor al sistema se usó para iniciar la construcción del segundo piso del Periférico, obra cuya información incluso se reservó por extraños motivos.
Los siguientes gobiernos han prometido hacer ampliación de líneas, que hasta la fecha no se terminan.
Una ciudad del tamaño de la capital de la República necesita una red con extensión de al menos el doble de la que actualmente tiene.
Y requiere, por supuesto, del mantenimiento constante de las líneas en servicio, sobrecargadas por la falta de las otras rutas que aligerarían el tráfico.
Pero no se puede construir más y ni siquiera mantener dentro de parámetros de seguridad lo existente porque no hay dinero.
Por qué no hay recursos es todo un tema, al que nos abocaremos en una siguiente colaboración como uste don ofrece.
En tanto sigamos a gatas. Ni modo.