El agua, un derecho del pueblo
El consumador de la Independencia
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Y un apunte de una experta a mis bendiciones.
Nos dice doña Rusia Mc Gregor González: Que
capítulo Carlos querido y con el número 13.
Te imaginas todo plasmado en una película.
De las buenas por supuesto.
Te leo y en mi mente brotan de inmediato las
imágenes como si las viera en una pantalla; siento la tensión
Eres bendecido y privilegiado.
Tu relato, lo sentí igual que si hubiera estado presente.
Es una joya invaluable.
Gracias por citarme, como dice nuestro hermano José
Antonio.
He tratado de recordar el nombre de quien dijo la frase, pero
mi cerebro no me responde.
Algo sobre el Gitano antes de concluir.
Ese año mi padre, el poeta Carlos MacGregor, había
sido el triunfador de los Juegos Florales que se habían
llevado a cabo el día anterior al asesinato del gobernador.
Mi padre había ido a festejarlo con mi madre y algunos
de sus amigos. Desvelada completa.
Recuerdo a mi madre despertar a mi padre porque
tenía que estar en la comida con el gobernador y sentado a
su diestra.
Entre las carreras para tratar de llegar a tiempo, entró
una llamada al teléfono de casa dándonos la noticia de que
acababan de asesinar a Loayza.
Cada vez que lo recuerdo se me eriza la piel. Pudo
haberle tocado también a mi padre.
Y del escritor:
Desde el café de Londres, Inglaterra, donde espiaron a
Iturbide nos platica don José Antonio Aspiros Villagómez, con
el siguiente reclamo, al que nos unimos con fervor.
Con mi mayor deseo de que la esperanza con que
recibimos 2021, se traduzca en buenas noticias para la
humanidad.
Enhorabuena maestro.
Agustín de Iturbide fue el consumador de la independencia de
México, y José de San Martín fue uno de los libertadores de Argentina,
Chile y Perú.
Ambos personajes se conocieron -ya pasadas sus epopeyas- el
10 de mayo de 1824 en el Royal Coffe de Londres.
No existen noticias acerca de lo que conversaron, pero José
Manuel Villalpando, divulgador de la historia de México, consultó
fuentes primarias y numerosos libros, y con los datos obtenidos
alimentó una versión imaginaria sobre aquel encuentro.
Así, lo que él los hace decir en esa mañana de café,
corresponde al pensamiento real de ambos personajes, sacado de tan
diversos documentos.
El de Villalpando es un libro de apenas -aunque sustanciosas-
180 páginas titulado Los libertadores toman café (Grijalbo, primera
edición, 2020), donde este profesor de la Escuela Libre de Derecho
recrea el ambiente político de los primeros lustros del siglo XIX,
cuando las colonias -bueno, virreinatos- de España en América,
alcanzaron su independencia en momentos propicios para ello tras la
invasión napoleónica a la península ibérica.
Como si fuera una obra de teatro, Los libertadores toman
café no se divide en capítulos, sino en dos actos con un intermedio y
un epílogo, y cuyo texto está constreñido a los parlamentos de los
protagonistas, más algunos detalles -varios entre paréntesis- para
referir el ambiente y los estados de ánimo de esos y otros personajes
que también aparecen en la obra… y toman café o desayunan.
En efecto, si bien Iturbide y San Martín platican a solas (al
principio con poca empatía por parte del sudamericano hacia el
mexicano), en otra mesa los esperan Agustín Jerónimo, hijo del
primero, y Juan García del Río, acompañante del segundo.
Y en un entrepiso donde no pueden ser vistos, están Mariano
Michelena y Carlos María Alvear, espías de México y España,
respectivamente, quienes reportarán a sus gobiernos todo lo que
escuchen. El camarero, quien a su vez espía a todos y gana muy bien
por ello, fue quien los distribuyó así.
Entre lo mucho que comentan Iturbide y San Martín, están las
diversas coincidencias que tuvieron sus respectivas gestiones como
libertadores: ambos propusieron la independencia a los virreyes de
cada lugar, quisieron un gobierno monárquico encabezado por un
príncipe europeo, fracasaron en ese empeño.
Pensaron en el Duque de Luca (Carlos Luis de Borbón-Parma)
para emperador, y fueron acusados de ambiciosos, supieron de la
distribución en México y Perú de la constitución (republicana) de la
Gran Colombia y vieron por ello la interferencia de Simón Bolívar como
el origen de sus reveses y descalabros.
Los libertadores también comentan sobre su escasez de
recursos, la intención británica de crear un protectorado en América, el
espionaje a que están sometidos y, lo que nos parece medular en Los
libertadores toman café, el propósito de Iturbide de regresar a
México al día siguiente de ese encuentro, para “contribuir a establecer
un gobierno que haga feliz a la gente”.
San Martín trata de convencer a Iturbide de no emprender ese
viaje, pero éste rechaza todas las advertencias que le hace su
interlocutor y asegura tener cartas de mexicanos que dicen
necesitarlo. En su obsesión, le indica al prócer sudamericano que con
su espada acabará con sus enemigos y con las logias masónicas, y
que, si es necesario su sacrificio, “así será”.
Por su parte, entre los muchos comentarios que intercambian
Alvear y Michelena, está que ya sabían del regreso de Iturbide a
México, pues incluso había ofrecido sus servicios al Congreso para
luchar contra la invasión de la Santa Alianza (que en el libro alguien
explica por qué es improbable), y mencionan también que fue obra de
masones la promulgación de la ley que declaró traidor y reo de muerte
al consumador, si volvía al país.
Precisamente por ser masón (el mexicano no lo sabe), San
Martín no puede ir más lejos en su empeño de frenar el plan de
Iturbide, pues no puede informarle sobre el acuerdo de las logias, de
impulsar en México un sistema republicano.
En el epílogo de Los libertadores toman café, se produce cinco
años después un nuevo encuentro de García del Río con el hijo de
Iturbide, éste ya como capitán al servicio de Simón Bolívar, a quien el
primero visita para rogarle que se corone emperador, cuando lo que
buscaba el militar venezolano era ser presidente vitalicio de la Gran
Colombia, pero falleció al año siguiente.
Este epílogo es propicio para que Agustín Jerónimo le informe a
García del Río sobre los sucesos familiares tras el fusilamiento de su
padre.
Y en una interesante “nota final” de diez páginas, Villalpando
narra cómo documentó todos los sucesos y las ideas de sus
personajes y menciona el destino final de ellos, sin olvidar al
imaginario camarero del Royal Coffe, quien “continuó, por toda su
vida, de espía y servidor de café”.
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