![](https://mexico.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2022/11/MTG_7190-scaled-107x70.jpg)
Armas ciudadanas
De mis bendiciones 23
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Algo más sobre la libertad de prensa
De otros escritores, doña Rusia Mc Gregor González y José
Antonio Aspiros.
La también poeta pregunta:
“Habrá alguien que le explique a la humanidad lo que es en
realidad la Libertad de Expresión, sobre todo a los que utilizan las
modernidades cibernéticas para expresar lo que piensan y sienten,
pero sin ofender.
Hasta hoy, creo que no y si lo hay y no me he enterado, parece
ser que han hecho caso omiso sobre este asunto.
Quizá me gane la ignorancia y no estoy debidamente informada”.
Y el historiador:
“Estimado amigo:
Muy necesarias precisiones de doña Teresa Gil sobre la libertad
de expresión y la de prensa, que no son sinónimos, sino conceptos
complementarios.
Y los colegas que no trabajan en prensa (impresos), sino en
medios electrónicos y digitales, seguramente ya cuestionan el
concepto «libertad de prensa», ahora que los antiguos «boletines de
prensa» se llaman «comunicados» y las «conferencias de prensa» son
«conferencias de medios».
Creo que deberíamos utilizar la palabra «prensa» como una
expresión genérica para todo tipo de medios, así como se aceptó el
verbo «aterrizar» para los descensos en cualquier otro planeta o
satélite, aunque no se llamen Tierra. Salud. Antonio Aspiros”.
Enseguida de cuando la revolución interna en ese matutino.
Benditos todos, buenos y malos
Seguramente que sus nombres traerán recuerdos. Fueron socios
del Club Miguel Alemán Velasco, Jacobo Zabludovsky, Fernando
Solana Morales, Gabriel del Río Remus, Enrique Figueroa, Mario
Rojas Avendaño, Francisco Hugo Aguilar, Alfonso Pérez Vizcaino, Y
nunca olvidaremos a nuestro médico de cabecera en el Club ¿Quién,
es pregunta, no recuerda al doctor Salvador Ascencio Parada?
En 1966 era vocal presidente Alfonso Argudín; secretario, Daniel
Ramos Nava; tesorero Antonio Flores Mazarí; de relaciones culturales
Víctor Manuel Velarde, de asuntos sociales Rogelio Rivera Mena.
Quedé explicar mi ausencia en Excélsior durante el mes de julio
de 1976, y aprovecho que mencioné a varios para ponerlos como
testigos del suceso: Miguel Alemán Velasco y Jacobo Zabludovsky,
ambos periodistas. Escritor el primero y reportero el segundo,
cubrieron la información en donde el señor Scherer fue obligado por la
mayoría de los cooperativistas de Excélsior a dejar la dirección general
del Periódico de la Vida Nacional, en manos de Regino Díaz Redondo.
(Que entre paréntesis, repito, duró con ella 25 años hasta 2001).
Zabludovsky no me dejará mentir, porque fue él quien dispuso
cubrir el acontecimiento. Y por el noticiero 24 horas –curiosamente el
antiguo noticiero de Excélsior que yo escribía junto con Luis de
Cervantes- con ética profesional.
Simple y sencillamente reveló los pormenores de lo acontecido
en entrevista con Díaz Redondo.
Hemos hablado que durante meses atrás, muchos reporteros
pedimos al señor Scherer atenuar las referencias poco amables contra
el gobierno de Luis Echeverría.
Le hicimos notar que nos había ayudado ante el acoso de empresarios
e industriales, que nos habían suspendido la publicidad, con grave
daño a la economía de los cooperativistas. Estuvo de acuerdo, pero
luego se olvidó y siguió, con mayor ahínco, la ofensiva.
En lo personal hablé con él –aún vive y no me dejará mentir- y
como amigos que éramos –inclusive en su libro “La piel y la Entraña”
en una dedicatoria habla de un atisbo de hermandad entre ambos –le
pedí permiso de hablarle como amigos, yo al jefe.
Al concederlo, le dije –no lo olvido yo, acaso tampoco él- “Julio,
estamos en una situación crítica. Bájale el tono, ya nos ayudó. No te
sientas Dios.”
Me miró de frente. Cortó la sonrisa que siempre le acompañaba
y me atizó: “Qué ruin eres, Carlos…”
Y sin más, me tomó del brazo y me acompañó hasta la puerta de
su despacho, y, por qué no decirlo, me sacó.
Afuera aguardaba el maestro de nuestro director general, don
Francisco Carmona Nenclares, ilustre abogado y periodista español, y
a mucha honra amigo mío, a quien yo tuteaba –ambos teníamos casa
en Cuernavaca, y nos frecuentábamos algunos sábados y domingos-
ante el disgusto de Julio, quien nunca le habló de tú.
“Qué pasó Carlos”, preguntó Paco. Le expliqué a groso modo.
Sonrió, me palmeó. Y señaló: “no te preocupes. Él comprenderá”.
Pasaron varios meses, sin hablarme, sin mayores sobresaltos.
Pero en el mes de junio, uno antes de la hecatombe de Excélsior,
preparé mi viaje a Europa, con autorización de mi jefe directo Regino
Díaz Redondo, en lo editorial, y de Hero Rodríguez Toro, gerente
general de Excélsior, en lo administrativo.
Era yo, amén de jefe de información de la Extra de Noticias,
coordinador General de TV Producciones Excélsior, luego de que Julio
regresara a don Emilio Azcárraga Milmo, el tiempo del noticiero que
durante 25 años, hasta 1970 yo escribí con Luis de Cervantes y leyó
Ignacio Martínez Carpinteyro, y que dejara la coordinación don Froilán
López Narváez, que también hoy vive, e insiste, con justa razón de
que el Danzón es cultura.
No olvido que Francisco Cárdenas Cruz también había preparado su
viaje a Europa. Platicamos y me preguntó y me dijo –vive aún Pancho,
mi amigo- “¿Carlos, siempre te vas? Yo me quedo”.
Le expliqué que después de mucho tiempo de no hablarme, Julio
me llamó a su despacho para “ordenarme”. (Estaba ahí el que también
fue mi jefe en la primera de Noticias, Jorge Villa Alcalá)
Me dijo Julio: “Te vas a encargar de visitar a los jubilados para
que nos den su voto en la próxima asamblea”. Sin más le contesté.
“No Julio, yo para ti no vivo, ¿recuerdas?-
Ante el estupor de Villa –por desgracia ya falleció y no puede ser
mi testigo- le dije a Julio: “Yo salgo a Europa y regreso luego de lo que
suceda. Te deseo mucha suerte… No estoy contra ti”.
Julio se quedó impertérrito. No me dio la mano al solicitarle el
saludo de despedida.
A Regino Díaz Redondo, que fue mi jefe, le expliqué que me iba
a Europa. Y que le deseaba la mejor de las suertes. Él también estaba
con Julio. Pero no sé qué pasó que, luego de pedirme recolectar
firmas a favor del señor Scherer y al ya tenerlas llamó –Regino vive
aún- y me pidió:
“Carlos, regrésame el apoyo a Julio. Y recoge firmas en su
contra”.
“¡QUÉ ME DICES! Yo no voy a traicionar a Julio. Sigue siendo
mi jefe. Me voy a Europa, Regino. Y ahí nos vemos. Que te vaya
bien”.
Así ocurrió, salió Julio. Se encumbró Regino. Yo quedé en
suspenso. Regresé. Y natural, ya no era ni jefe de información. Mucho
menos coordinador de TV Excélsior.
Nos contactamos Regino y yo. Mejor dicho yo lo contacté. Y nos
citamos en el hotel Reforma, a desayunar. Nunca llegó. Le hablé, y me
citó en su despacho de Reforma 18, tercer piso, en donde con el
anterior director general charlamos durante años frente a Paseo de la
Reforma.
Regino fue amable, pero muy sincero.
“Mira, me dijo, tus amigos, entre comillas digo yo, Julio Peña,
Pedro Contreras Niño y otro que no quería recordar, pero me obliga mi
“terca memoria”, Norberto Martínez Fernández, que están en el
Consejo, me piden “tu cabeza”.
En principio, me dijo, te quitan la jefatura de información. Te
retiran la coordinación de TV Producciones y te abren expediente para
ver qué encuentran para dañarte.
Reconozco que Regino se portó como caballero. Explicó. “No te
preocupes, sé de tu trabajo. Y te apoyo. Querían ponerte en la
conserjería, pero me opuse, como Juventino Olivera, el gerente
general. Ambos acordamos que regresaras de reportero, si tu
quieres…” Acepté.
Y el jefe de información entonces Silvestre González Arenas me
asignó la Secretaría de Relaciones Exteriores, que cubrí hasta que me
jubilaron, entre comillas, pues ya conté que nunca me la pagaron y ni
modo, repito, de cobrarles a los señores Vázquez Raña, hoy nuevos
dueños de Excélsior.
Sin embargo, mis entonces enemigos nunca pensaron que
Santiago Roel, íntimo amigo del entonces presidente, José López
Portillo, amplió el espectro de la cancillería y comenzó a darle la
importancia de acuerdo a la doctrina Estrada.
Así, de 1977 a 1980, recorrí el mundo entero, como reportero de
Excélsior. Regino, reconozco, apoyó mi trabajo, como yo apoyé el de
él en 1968, cuando el señor Scherer lo envió a Francia a reportear el
problema estudiantil ahí.
Aquí en México le recibía sus télex. Corregía pequeños errores y
los entregaba a la jefatura de redacción, en donde, en ocasiones, no
los aprovechaban. Pero yo guardé sus copias, se publicaran o no los
originales y se las entregué a su retorno de Francia.
Esa fue, en síntesis, la razón de mi ausencia en Excélsior
durante el desplome del Diario. Salí a París en los primeros días de
julio. Allí me enteré de lo sucedido. Regresé a México para estar
presente en el último informe de Luis Echeverría, el primero de
septiembre de 1976.
Y cubrí en diciembre por orden de Regino, en el entonces
Auditorio Nacional de Chapultepec la toma de posesión de José López
Portillo en donde, por cierto, entrevisté a don Gustavo Díaz Ordaz en
cuyo palco se lanzó contra del que lo sucedió el primero de diciembre
de 1970 y cambió la política del país en todos los órdenes. Subió la
deuda interna y externa. Pero eso sí, impulsó, no el trabajo, el
populismo.
Creó decenas de empresas descentralizadas que Miguel de la
Madrid, en su sexenio concluyó ante el enojo de políticos afectados en
sus intereses económicos.
Esas declaraciones de Díaz Ordaz se publicaron firmadas por el
suscrito como la nota secundaria de la toma de posesión de López
Portillo. La principal fue ésta. Es decir las ocho columnas. La mía, el
cintillo.
[email protected]