Teléfono rojo
De mis bendiciones 24
Bendita memoria que todavía no se apaga en su totalidad.
Rusia MacGregor. Las califica de excelentes nubes. Y les dedica un verso:
Si por amor para amarte
necesito una razón,
es fácil la decisión
que tome para adorarte:
Quererte sin condiciones,
llenarte con mis anhelos
y vivir nuestra primavera
plenos de amor y canciones;
llenos de luz y esperanza.
Es claro que habla de Excélsior. Y nos alienta a seguir en lo nuestro.
Y recordamos a queridos compañeros.
De esos reporteros, los que llegaban conforme se ausentaban otros. Alberto Ramírez de Aguilar, Ángel Viniegra, Eduardo Deschamps, Jorge Villalobos Alcalá, Arnulfo Uzeta Robelo, Miguel López Azuara, Ángel Trinidad Ferreira, Julio Scherer García, Manuel Becerra Acosta, José Manuel Jurado, Rogelio Cárdenas, Jorge Davó Lozano, Elías Chávez, Héctor Ignacio Ochoa, Alejandro Ortiz Reza, Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel Ángel Álvarez, en información nacional.
Es hablar de la historia de México y del mundo.
En deportes Manuel Seyde, Ángel Fernández, Isabel Silva, Fausto Ponce, Gustavo Rivera, Carlos León, Silvestre González, Guillermo García. Quién no se acuerda de ellos. Cada quien en su tema. Pero todos genios. Quién no recuerda a Seyde, con sus “Temas del Día”, en donde bautizó a la selección mexicana de fútbol como los “ratoncitos verdes”, que hasta la fecha prevalece y se utiliza.
Sobre todo, cuando después de un buen partido que los “ratoncitos verdes, jugaron como nunca, pero perdieron como siempre…” Ya es normal, como en las olimpiadas.
De Ángel Fernández que de dominar todos los deportes, pero sobre todo el beisbol, el billar y el box –también el spring- dio cátedra después en la televisión al narrar los partidos de futbol y al que muchos, hoy, tratan de imitar.
De Fausto Ponce, con dos hijos también periodistas, Paco y Armando, conocido como El Brujo, porque nunca se equivocaba en su pronóstico.
De Isabel Silva, la cronista non del tenis.
O de Gustavo Rivera, amo del Golf y otras especialidades. O de Carlos León, el cubano que escribía, y bien, de caballos. Silvestre González, de ciclismo o de Guillermo García Manzanares, de campo y pista. Todos, repito, grandes.
Qué pero podemos poner al set de sociales.
Un Eduardo Correa, un Alfonso M. López, un Carlos González y López Negrete, (el duque de Otranto), Anita Salado Álvarez, Ana Cecilia Treviño “Bambi”, María Idalia García, Noemí Atamoros. Ignacio Ravelo, (Luis Cano y Cano, amén de obreras, escribía sobre la colonia española, de la que presumía ser).
O de cables: Bernardo Albaytero, Héctor de Cervantes, Carlos Velasco, Celerino Pérez.
De todos ellos aprendí mucho. Lo bueno, lo regular y lo malo. Todo esto lo practico aún. Y sigo aprendiendo de los nuevos. Aunque muchos de ellos abrevan también de este viejo periodista. Así, digo, estamos a mano.
Recuerdo con gran cariño, de hombre a hombre, a Alberto Ramírez de Aguilar, Manuel Becerra Acosta, Julio Scherer, mis maestros, como reporteros. Y éste me sorprendió cuando en un banquete dado a don Rodrigo de Llano fue el orador. No olvido que convirtió su perorata en una película, en la que recorrió la vida del Skipper y que valió a Julio, aún gentil periodista y humilde como persona, un atronador aplauso, hasta del suscrito, que aún lo escucho.
Ni puedo olvidar tampoco cuando Julio regresó de un viaje al extranjero, creo de Asia, en donde para describir a la mujer hacía una mezcla de porcelana y seda. Algo bello. Sin tanto retruécano. Escribía, como Alberto y Manuel y todos ellos, con sencillez, sabiduría, conocimiento y felicidad. Eran tiempos sin rencor para nadie. De camaradería y hermandad. Como dijera Julio en una ocasión: “con atisbo de hermandad…”.
No podía olvidar a la mesa de redacción de entonces, antes del 76. Aciaga fecha para la cooperativa que tuvo que sucumbir, tarde o temprano, según quiera verse, y caer en manos de la iniciativa privada, pero ya sin alma y espíritu, como ocurrió.
Allí estaban Leopoldo Ramos, Roque Armando Sosa Ferreira, Hero Rodríguez Toro –luego gerente general de Excélsior, a la muerte de Ramírez de Aguilar, de cáncer, en el IMSS.
Gustavo Durán de Huerta, Lázaro Montes, como correctores.
Y don Manuel Becerra Acosta, entonces subdirector general; Víctor Manuel Velarde Gorostieta, jefe de redacción, Jorge Villa Alcalá, Arturo Sánchez Aussenac y Eduardo Martínez, Jesús M. Lozano, secretarios de redacción, que convertían, con el material de la redacción, el Periódico de la Vida Nacional, en un producto de óptima de información todos los días.
Y lo colocaron, editorialmente con don Rodrigo de Llano, en el vigésimo periódico mejor del mundo.
Y el primero de América Latina. Tengo la constancia. Como ya lo expliqué con pruebas.
¿Hoy? No sé. ¿Julio Scherer? Quién sabe.
Ojalá y llegue a recuperarse. Los sinsabores, los golpes, las angustias, pero también la alegría, el orgullo de haber pertenecido a esta casa editorial nos exige esperar ese milagro, que en su época de gloria lo hicieron quienes hoy he reconocido.
Hablé poco de don Gilberto Figueroa Noguerón, oriundo de Morelos y quien, por su fe, fuerza, cariño, entereza, modestia y tesón por Excélsior, no aceptó ser Gobernador de su Estado, a quien se la ofreció, si no mal recuerdo el presidente de la República en turno. Don Miguel Alemán, don Adolfo Ruiz Cortínez, don Adolfo López Mateos. Fue uno de ellos. Y él, don Gilberto simplemente lo agradeció. Y siguió al frente de esa gran Cooperativa que fue Excélsior.
Cada año, no me olvido, había una comida en honor del hombre que llegó a pesar un poco más de cien kilos. Cien kilos de bondad y afecto. Es por ello ésta anécdota.
En un restaurante en las Lomas de Chapultepec nos juntamos mil amigos –cooperativistas, invitados, advenedizos, etcétera- y correspondió a un jefe de talleres, Julio G. Zetina, contra la opinión de muchos, ser el orador.
(Julio G. Zetina era, entre paréntesis, quien daba las Cartas de crédito de ciertos productos. Y sólo lo hacía a sus amigos y paniaguados. Por eso, no era muy querido).
(La carta de crédito, debo explicar, era un vale para comprar en empresas, supermercados, tiendas de ropa, etcétera, con cargo, claro, a nuestras aportaciones)
Bueno, el ambiente de la comida, animada con buenos caldos, vaya tragos al por mayor, era perfecto hasta que tocó el turno al orador.
Con sus ojos fijos en don Gilberto al que veía doble, no por el estado etílico del orador, sino porque, perdón, era bizco, comenzó su perorata.
Habló media hora, que retardó al servicio del restaurante. Y concluyó, con gusto de todos, con una frase coronaria y, por qué no decirlo, lambiscona:
“En usted, don Gilberto…encontré a mi padre…”
Antes de los aplausos, alguien añadió a voz en cuello:
“…ahora te falta encontrar a tu madre…”
La risa fue general. Hasta que don Gilberto soltó, para atenuar el escarnio, el primer aplauso, que, obvio, todos seguimos.
No faltó que Guillermo Alanís y Hero Rodríguez Toro, ambos, entonces en cobranzas, jefe y subjefe, reprendieron con gentileza, al bromista. “Ravelo. No podías faltar…” “Pero que bien te salió”, añadieron ya en voz baja. Y junto con el resto de la mesa, se sumaron a la broma.
Don Gilberto, mancuerna de don Rodrigo, mantuvo, administrativamente la cooperativa como ejemplo. Recibíamos cada semana un anticipo de utilidades. Cada tercer mes, otro tanto y al final del año 120 días de gratificación. Amén de nuestras aportaciones, que eran, en documentos, muchos cientos de miles.
Así era Excélsior. Ni más ni menos.
Mejor ya no digo más. Perdón, la emoción me nubla la vista y riegan mis pestañas las niñas de mis ojos. Vaya, lloro.