Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Nuestro nombre cósmico: Luna y sol
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Y agradece su apoyo a doña Norma Vásquez Alanís. Gran reportera y muy joven colega. Otra mujer culta y valiente. Que nos lo explica.
Sí, México-Tenochtitlan era un nombre cósmico: Luna y Sol. “Un poema histórico”, “un manjar literario”, “un viaje maravilloso al pasado prehispánico de México”.
Así calificaron los miembros de la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG) la ponencia de la maestra en Humanidades, escritora, historiadora y poeta ecuatoriana avecindada en México desde hace más de cuatro décadas, Alicia Albornoz, de quien dijeron que es “una embajadora universal” de este país.
En una sesión virtual, Albornoz, la especialista en jeroglíficos y simbología de la cultura nahua prehispánica, ofreció la conferencia ‘Los nombres de la ciudad de México en las lenguas autóctonas del país’.
Explicó su interés por el tema, surgido a raíz de una investigación durante la cual le llamaron la atención las diversas voces con que se nombra a la capital del país, de manera que junto con el antropólogo y lingüista Gutierre Tibón armó el poema denominado La estepa divina con esas pronunciaciones en algunas de las lenguas autóctonas.
En estas tierras se acostumbraba que el nombre de la ciudad no lo daba quien era originario, sino quien la visitaba, pero los nombres de México en otras lenguas aluden siempre a la identidad.
Los indígenas tienen lenguas poéticas asociativas que nos dan una vastedad de conceptos, son lenguas espirituales y que manejan la imagen, expuso la maestra Albornoz.
La impresión que los mexicas recibieron del lugar, la plasmaron en el nombre que le dieron a la ciudad.
La fundación hace memoria de la continuidad de la vida, del agua, del alimento, de las aves y en la actualidad todavía se usan estos nombres referentes a la imagen, pero además se considera que México es la ciudad-ombligo.
El nombre tiene poder, por eso es pertinente analizarlo, recalcó.
Para conocer un lugar, dijo Albornoz, es importante saber más de su identidad, pues una urbe es una prolongación de sus habitantes.
Sin embargo, no se sabe exactamente de dónde llegaron los mexicas. Hay la versión de que fue de Aztlán, pero los investigadores aún no se ponen de acuerdo sobre dónde estaba ubicado ese sitio.
Hay quienes vinculan Aztlán con la antigua Atlantis.
También se hace referencia a las siete cuevas porque eran siete tribus las que salieron. Hay una teoría de que quienes llegaron eran otomíes y venían del norte de la ahora ciudad de México, agregó.
Hay imágenes de cosas que propician la vida, como el agua y las plantas.
‘Tenochtli’ es el nopal de la piedra, el fruto es la tuna que alude a la divinidad Quetzalcóatl. ‘Te’ o ‘tetel’ es igual a piedra o persona, ‘tlan’ significa lugar, por lenguaje de asociaciones.
‘Mexi’ es luna y ‘co’ es lugar.
La combinación México-Tenochtitlan alude a la Luna y al Sol, es un nombre cósmico.
México hace referencia a la Luna y Tenochtitlan al Sol, conjunción que conforma una totalidad.
A juicio de la investigadora, de esta forma la ciudad se torna astral al fundarse entre la Luna y las nubes.
La historia de los antiguos no debe estudiarse sólo como acontecimientos pasados, sino ligada a las religiones y las lenguas de los pueblos, porque eran sumamente espirituales y religiosos, precisó.
La metáfora es una historia que alude a los orígenes. Las imágenes son visuales y auditivas.
En la metáfora se unen lo real y lo mítico, esta es una forma de lenguaje a través de los símbolos.
Refirió Albornoz que costó trabajo levantar la ciudad que encontraron los españoles.
Quienes averiguaron dónde se había fundado, supieron que fue debajo de donde ahora está el Sagrario de la Catedral Metropolitana y por eso se construyó ahí la primera iglesia.
La historiadora dijo que abajo aún habría agua, e indicó que la ciudad estaba dividida en dos: México-Tenochtitlan y Tlatelolco.
La maestra Albornoz relató que cuando llegaron los españoles la ciudad tenía como nombre México-Tenochtitlan y ellos tomaron la palabra México para nombrar su descubrimiento, porque Tenochtitlan era demasiado largo e impronunciable.
En lengua nahua el sonido de la ‘x’ es ‘sh’, así que era ‘Meshico’.
Detalló que esta es una lengua modular como el alemán.
La especialista expuso que otro de los nombres de esta ciudad era Tula, palabra que en sánscrito representaba la balanza, la cual en la cultura inca era la regla para vivir con mesura.
La balanza determina el equilibrio, apuntó.
Acerca de la simbología, señaló que la isla representaba el sitio inamovible frente a lo que tiene movimiento, mientras que la referencia del fruto y las tunas rojas significaba el corazón de los humanos ofrecidos en sacrificio a los dioses, acto que era esencial para ellos, pues creían que así se preservaba la vida.
El águila y la serpiente no es algo privativo de México.
También lo hubo en Mesopotamia y la India.
En Chicomoztoc, Zacatecas, existe un águila con serpiente en un jeroglífico del siglo VI, así que esta iconografía no es única de la ciudad de México, puntualizó.
Al abordar el tema de la llegada de los otomíes a este continente, señaló que existen teorías de que vinieron de China a través de las corrientes oceánicas.
En Quito, Ecuador, explicó, hay fechas de cuándo salieron las culturas de Sudamérica para acá, pero ellos venían de Oriente, de la parte de arriba de Japón, indicó la maestra Albornoz.
La ponente se dijo una enamorada de la cultura prehispánica de México, por lo cual ha investigado sobre los jeroglíficos.
Dedicó 30 años a la investigación de mil 200 jeroglíficos y dio como resultado el libro El mestizaje de la palabra, que está en busca de editor porque la empresa Siglo XXI lo tuvo por varios años y no lo publicó.
Consideró Albornoz que la lengua nos revela otra identidad y lamentó que aquí no se conozcan los nombres de México en otras lenguas indígenas.
Hay magia en esos nombres.
Ahí está su memoria histórica y cósmica, era un centro espiritual y cultural, dijo.
Para concluir, reveló que tiene la inquietud de investigar más acerca de la presencia de los fenicios en Ecuador, donde se encontró una biblioteca de ese origen.
E indicó que el libro Saga América, de Barry Fell, hace un recorrido de todos los vestigios de tal cultura mesopotámica en el mundo, algunos de los cuales se encontraron en México y en Ecuador.
La voz de los académicos que asistieron a esta videoconferencia fue unánime para reconocer la valía de la investigadora ecuatoriana, que se ha dedicado a estudiar a las culturas prehispánicas de México, y lamentaron la pérdida de las lenguas nativas de este país.