
Juego de ojos
Del despiporre intelectual 17 (diecisiete)
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Aprovechamos lo que en esta mañanera también anunció el
señor de Palacio Nacional:
“Voy a Chiapas, Campeche, Tabasco y Quintana Roo.
Es una gira de evaluación, voy a sobrevolar en helicóptero el
tramo del Tren Maya y voy a bajar sobre el terreno para ver cómo
vamos.
Ya saben ustedes que orden no supervisada no sirve para nada.
La conferencia del lunes va a ser en Villahermosa.
Se va a retomar la conferencia en estados en materia de
seguridad.
De martes a viernes va a ser en la Ciudad de México”.
Sigamos con otros que también saben:
Nos dicen sobre el famoso verbo:
“Estimado amigo:
Si ayer te dije que «yo debo haber sido un pésimo periodista» por
las razones que expuse, ahora debo admitir que soy un pésimo
mexicano, porque yo sí puedo hablar, y lo hago, sin emplear ese verbo
al que te refieres en tus Nubes de hoy, y que el Diccionario de la
lengua española dice que es «malsonante» (ojo: no hablo del
catecismo de Ripalda ni nada moralista).
Presenta el significado tan diverso que tiene en cada país (Costa
Rica, Honduras, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Chile, México y
Bolivia) pero, en sentido coloquial, define como «importunar, molestar
a alguien».
Otras acepciones, según cada país, son pelear, beber con
frecuencia vinos o licores, salpicar, cortar el rabo a un animal,
tintinar (sic), colgar desparejamente (resic) el orillo de una prenda,
embriagarse, no acertar, fracasar, equivocarse.
Media página de mi diccionario (uno de tantos que tengo) trae
las acepciones de las diversas variantes del verbo, convertido a veces
en adverbio o sustantivo, pero no, desde luego, con la amenidad que
lo trata don Luis, el de los descansos en El Sol de México.
Gracias por compartir tu despiporre 16. Salud. JAAV.
Y de otro genio.
Orizabeño de origen, abogado de profesión y humorista por
destino manifiesto, Francisco Liguori gusta de vivir con una sonrisa, un
chiste, una anécdota o un epigrama a flor de labio.
Con su complexión atlética, su cara de niño atufado y su voz de
trueno, Liguori desborda alegría y optimismo en una época en que el
gesto ceñudo, la palabra airada y la agresión irracional parecen ser el
signo de las nuevas generaciones, y esparce su inagotable ingenio en
todos los lugares en donde se le conoce, se le estima y se le admira.
La obra humorística de Francisco Liguori, sin embargo, es difícil
de espigar.
Varias publicaciones del país y del extranjero han solicitado su
colaboración literaria, pero aun que tales solicitudes han sido
esporádicamente aceptadas, el prefiere escribir o improvisar (ésta es
una costumbre suya desde sus buenos tiempos de estudiante) para
los condiscípulos, para los amigos y frecuentemente para cualquier
desconocido que se acerca a él en busca de un poco de regocijo,
Su producción, de eminente corte popular, es repetida y la más
de las veces prohijada por el pueblo.
Algunos de los epigramas incluidos en esta selección nos fueron
proporcionados por el mismo autor.
Otros los hemos colectado en la calle, en la cantina, en la
redacción de un periódico, en el corillo universitario o en la antesala de
una oficina pública, de boca de un bolero, de un mozo de barra, de un
reportero guasón, de un estirado profesor de literatura o de un
circunspecto personaje de la política.
Por voluntad del propio autor, pues ya que su calidad literaria
está fuera de toda duda, la producción humorística de Liguori
permanece inédita.
A instancias de sus amigos, sin embargo, piensa publicar en breve
sus “Crónicas Rimadas”, antología del risueño ejercicio a que se
dedica el humorista, semana a semana, en el programa de la
televisión “Sábados con Saldaña”
Comenta aquí Liguori lo sucedido a un viejo amigo suyo que trató
de hacer realidad lo que aconseja el filósofo persa que escribió “Si
quieres ser feliz, siembra un árbol, escribe un libro y engendra un hijo”.
Tuve un amigo canijo
que leyó en un libro viejo
aquel antiguo consejo
y lo siguió muy prolijo.
En su propósito fijo
pensó, como buen pendejo:
“Seré feliz porque dejo
un libro, un árbol, y un hijo”.
Pero le salió mal todo,
pues por irónico modo
logró al fin de su jornada,
un libro muy aburrido,
un árbol seco y torcido
y un hijo…de la chingada.
Fue Francisco Liguori, durante sus años de la Facultad de
Derecho, lo que se llama una verdadera amenaza estudiantil.
Un día escribió en el pizarrón, con dedicatoria al maestro
Mariano Azuela Rivera, hijo del ilustre autor de Los de Abajo y
progenitor del ministro del mismo nombre y apellido materno Huitrón,
baldón de la familia, esta chunga:
Ya se rumora en la Escuela
en son de chunga y relajo,
que al caro maestro Azuela
pesan mucho “Los de Abajo”.
Liguori no permitió la publicación de este pecado suyo de la
juventud, solamente con la condición de agregar el siguiente recado al
mismo maestro Azuela Rivera, escrito en rigurosos términos jurídicos:
Viejo maestro querido
si mi epigrama se ejerce
como aguijón, y te ha herido,
repara en que debe verse
como un acto consentido
y por ello, en tal sentido,
debe de sobreseerse.
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