Corrupción neoliberal
Hablemos de vestigios
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
En las mañaneras, nos dicen, al pan le quitan el migajón.
Son apátridas los tres llorones ante la OEA, como los define con
eufonía don Teodoro Rentería Arroyave, presidente del Colegio
Nacional de licenciados en periodismo.
Además, añadiríamos amátridas, para que vaya en sintonía.
Sigamos en el aula magna, virtual y a distancia con otro tema
más importante.
De la escasa orfebrería en los hallazgos del Templo Mayor nos
habla José Antonio Aspiros Villagómez. Es, nos consta, una clase de
historia, que vale la pena conocer.
Previamente nos hace saber: “Hace pocos años, alumnos de un
diplomado universitario de investigación sobre robos de arte en México
buscaron a este tecleador para que les expusiera sus experiencias
como reportero y articulista de temas arqueológicos.
La invitación derivó en un texto titulado ‘Expolio del patrimonio
arqueológico’, del cual han sido rescatados para esta serie algunos
fragmentos con datos y testimonios de interés por su carácter factual,
ya sin las consideraciones jurídicas y técnicas expuestas en el
documento.
Están narrados en primera persona y se resumen enseguida,
aquí En las Nubes.
Escribe Aspiros Villagómez:
“Aun cuando actualmente ya abordo muy poco en mis artículos
el tema de la arqueología y del saqueo de bienes, procuro seguir
enterado por las noticias, pero nunca he visto esos objetos sólo como
obras de arte o piezas de museo, sino principalmente como evidencias
de primera mano, de cómo fueron las culturas que nos antecedieron.
“Tal vez mi principal experiencia sobre el tema esté relacionada
con el descubrimiento del monolito Coyolxauhqui en 1978. Los
reporteros íbamos dos veces por semana a la zona del hallazgo, en el
lado oriente de la Catedral, y por lo general nos atendía el arqueólogo
Eduardo Matos Moctezuma, director del naciente Proyecto Templo
Mayor.
“Él era nuestra fuente casi única de información, y unas pocas
veces cedió la tarea de atendernos a otros arqueólogos, en especial
Eduardo Contreras, pero cuando éste nos habló de que habría ciertas
demoliciones de edificios del rumbo, no le gustó al coordinador del
proyecto y ya no le permitió volver a hablar con los reporteros. En
fechas posteriores, siempre hubo un arqueólogo asignado para
acompañar a los periodistas dentro de la zona de excavaciones, para
que no habláramos con personal no autorizado.
“No obstante, una vez me dijeron los trabajadores que habían
sido sacados dos baúles con objetos coloniales (hay vestigios
arquitectónicos de esa época en el lugar) y, en otra ocasión,
aseguraron que habían sido encontrados diversos artículos de oro,
todo lo cual no fue posible corroborar con la fuente oficial.
“Pensé en hacer una investigación sobre lo que llamé El oro
perdido del Templo Mayor, pero como las versiones de los
excavadores no eran fiables ni suficientes, necesitaba contar con
fuentes calificadas y datos concretos. Desde luego, cuando hablé con
Matos al respecto, me explicó que entre los aztecas las plumas, el
jade y otros minerales eran más valiosos que el oro, y por eso ningún
hallazgo contenía dicho metal.
“Pero, aunque muy poquito, sí encontraron oro, seguramente
antes o después de que yo cubrí los trabajos en 1978, ya que en
realidad han excavado allí desde 1948, aunque sin mucha difusión
antes de la aparición de Coyolxauhqui.
“Rastreando por la Internet, encontré la revista
semestral Estudios de cultura náhuatl, de julio-diciembre de 2015,
donde hablan de esas piezas de oro los doctores -uno en arqueología
y otro en ciencias- Leonardo López Luján y José Luis Ruvalcaba.
“Dicen que ‘el territorio mexicano no es rico en yacimientos de
oro nativo” y por eso las civilizaciones mesoamericanas lo usaron “en
cantidades siempre modestas’.
“Y que sólo en 14 de las 204 ofrendas localizadas en el Templo
Mayor a lo largo de 37 años, hallaron en total 267 piezas completas,
casi siempre de tamaño y peso reducidos, además de 1,090 diminutos
fragmentos con un peso total un poco mayor de medio kilogramo. O
sea, nada, comparado con los ricos hallazgos de objetos áureos en
Zaachila, Monte Albán o los cenotes de Chichén Itzá.
“Pero, a su juicio, la importancia científica de esa modesta
colección ‘es enorme’, ya que fueron muy pocas las piezas que se
salvaron del crisol, y mientras unas se las llevaron los conquistadores
y ‘por su alta calidad estética (…) hoy se exhiben en museos de
Europa y los Estados Unidos’, otras en cambio se salvaron del saqueo
porque fueron enterradas como parte de ofrendas mortuorias.
“Mi malicia sobre el oro, se debió a que, el 25 de marzo de 1981,
el presidente López Portillo anunció que había sido encontrado en los
cimientos de lo que sería el Banco de México y luego la Secretaría de
Hacienda, en la avenida Hidalgo de la Ciudad de México, un tejo o
lingote de oro, que habría pertenecido al tesoro de Moctezuma. Sólo
un tejo, el único, cuando el saqueo que hicieron Hernán Cortés y sus
soldados fue cuantioso según los relatos disponibles, pero en su huida
perdieron gran parte en las aguas del lago. ¿Y lo demás?
“Ustedes pueden ver ese tejo de oro en la sala Mexica del
Museo Nacional de Antropología, pero si el hallazgo fue mayor, nadie
o casi nadie lo sabe.
“No me correspondió asistir al anuncio del tejo, hecho por el
propio presidente López Portillo, porque eso lo cubrió la fuente
presidencial.
“Según el autor anónimo del artículo de México desconocido,
cuando el presidente hizo el anuncio del tejo de oro, los arqueólogos
esperaban que hablara de ese otro tesoro, pero ‘el tema no fue
tocado’.
El antropólogo e historiador Roberto Williams García dijo a la
revista que ese gran hallazgo en Veracruz sería el tesoro de Axayácatl
y parte del de Moctezuma, que habría salido en 1528 por San Juan de
Ulúa, pero la nave naufragó y un tal capitán Figueroa, que huía con él,
perdió la vida.
“Hasta 1982 cuando se publicó el reportaje, nadie con autoridad
sabía dónde estaba el tesoro del Río Medio, cuyo valor es artístico,
histórico y cultural. Ni el INAH, ni el Museo de Antropología de la
Universidad Veracruzana, ni el Museo de Historia de Veracruz, ni el
Banco de México, dijeron a donde habría sido transferido el hallazgo.
“Cuando otros investigadores indagaron al respecto, les dijeron:
‘¿de qué tesoro habla usted?’. La revista donde leí lo anterior,
comentó con ironía que ya no importaba tanto saber dónde estaba,
sino quién lo tenía.
“Porque hubo incluso peritajes a cargo de arqueólogos
designados por el Ministerio Público Federal y de buzos comisionados
por la Procuraduría General de la República, y los primeros informaron
que se trataba de barras de oro, algunas de fundición reciente que
carecían de valor arqueológico, pero también otras de origen
prehispánico y piezas de orfebrería tales como pectorales y
brazaletes.”
Nosotros, convertidos en su aula magna y virtual, a prudente
distancia, anunciamos habrá otros más.
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