Alfa omega
No cargues de más. Ten fe.
Nos recuerda José Antonio Aspiros Villagómez
“Estimado amigo:
Leo tus Nubes esta noche, después de un cansado pero provechoso viaje a Querétaro.
Recuerdo a don Manuel Mejido aquella noche del 30 de noviembre de 2012, cuando nos dieron los títulos de licenciado en periodismo, en la Escuela Bancaria y Comercial. (Y nuestra cédula profesional, agregamos nosotros)
Su experiencia reporteril en Santiago cuando el pinochetazo, quedó plasmada en su libro ‘Esto pasó en Chile’, que leí un par de veces y lo conservo.
Descanse en paz tan connotado periodista”.
Y con gratitud a don Domingo Beltrán. Reflexiona desde su rancho en Iguala, Guerrero:
“No puedo y no encuentro las palabras para agradecer lo que soy, a la sombra de otros que han muerto por lo que tenemos.
Soy quien quisiera que todos vivieran como usted.
Pero entiendo que la vida así es.
Gracias por hacerme ser como lo que usted vivió, lloro, rio, y me siento agradecido de lo que me comparte”.
Tiene razón la arquitecto Yolanda Gómez Cobian, secretaria de los Colonos de Satélite, cuando nos dice que vivir en paz, con seguridad y dignamente es, además de un derecho humano, una aspiración justa de todas las personas.
América Latina, a decir de Mario Vargas Llosa, atraviesa por un mal momento, con regímenes más criticables que susceptibles de elogios, pero el escritor se muestra optimista porque los problemas que afronta no son irresolubles.
«Creo que los problemas de la región tienen una solución, siempre y cuando la mayoría de los latinoamericanos acepte una realidad que en el campo político para mí significa que hay un solo modelo de desarrollo, que no hay varios, como ocurría cuando yo era niño.
Hay uno solo, el que tiene éxito, el de los países que han prosperado. Y vinculado a la libertad de expresión, de reunión, de la diversidad», puntualizó.
El premio nobel narra, entre otros episodios, la polémica de los años 90 en México, cuando en un encuentro convocado por la revista Vuelta, fundada por otro premio nobel, el poeta Octavio Paz, aseguró que este México estaba regido por una «dictadura perfecta».
Claro, durante regímenes del Institucional, mejor conocido como pri.
Qué tiempos aquellos, señor de las mañaneras, que usted también disfrutó.
Y otra eminente escritora nos aconseja, por favor no atiborren el equipaje de su vida cargándolo de bolsas, paquetes, mochilas, petacas.
No, solo lleven una maleta, con todos los componentes que le dan sentido a su existencia. Fe en Dios.
Compasión por todos los seres vivos del planeta.
Amor, mucho amor hasta el último día de nuestra vida.
No olvidemos a los amigos y hagamos permanentemente un trabajo que nos guste.
Este equipaje nos alejará de la soledad, será útil en nuestra búsqueda de salud, vitalidad y nos animará a descubrir los verdaderos secretos de la vida, aquellos que nos conducen a vivir con lo más intenso y sublime de nosotros mismos.
Si, la poeta Rosa María Campos, desde su columna de “Candelero”, añade los consejos de Cora Coralina:
¡Haz de tu casa una fiesta!
Escucha música, canta, baila…
¡Haz de tu casa un templo!
Reza, medita, agradece….
¡Haz de tu hogar una escuela!
Lee, escribe, dibuja, pinta, estudia, aprende, enseña …
¡Haz de tu hogar una tienda!
Limpia, ordena, organiza, decora, traslada, separa para donar.
Douglas MacArthur, nos dice a propósito de la vejez lo siguiente:
“Usted es tan joven como su fe, tan viejo como su duda, tan joven como su confianza en sí mismo, tan viejo como sus temores, tan joven como su esperanza, tan viejo como su desesperación”.
¿Sabían que envejecemos cuando empezamos a opinar como si fuéramos sabios gurús en todos los temas?
¿O cuando nos resulta difícil contemporizar con los más jóvenes porque pensamos que son ignorantes, vulgares o arrogantes?
Envejecemos cuando solo deseamos ser escuchados y que nos festejen nuestros aciertos y nunca critiquen nuestros desaciertos.
Envejecemos cuando obligamos a todo mundo a compartir nuestras penalidades, mientras comentamos una y otra vez, con lujo de detalles nuestras enfermedades
Envejecemos cuando nos olvidamos de la humildad, si es que alguna vez fuimos humildes y cuando entramos, con frecuencia, en conflicto con quienes nos rodean, quizá porque hemos dejado de ser pensantes y nos hemos convertido, en uno de esos taciturnos, que solo ven lo malo en todas partes.
Y lo que es peor, envejecemos ridículamente cuando al vernos en el espejo pegamos de gritos:
¡No, no, esa vieja, ese viejo, no soy yo!
Odiamos nuestras arrugas, nuestras canas, nuestro cuerpo gordo o flácido y salimos a toda prisa en busca del cirujano plástico, del masajista, o por lo menos de un estilista autorizado para que nos rellene las arrugas con colágeno, nos tiña las canas.
Y más aún, visitamos centros comerciales en busca de modelitos que nos rejuvenezcan para vernos como nuestros hijos o nietos.
Por último, los consejos del argentino-español Borges para ser un viejo feliz.
El extraordinario escritor Jorge Luís Borges escribió lo siguiente a propósito de una vejez feliz:
“Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida: claro tuve momentos de alegría, pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos, pues yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente y un paraguas.
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho, tomaría muy pocas cosas con seriedad. Sería menos higiénico. Correría más riegos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría montañas, nadaría en más ríos. Iría a más lugares a donde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a caminar descalzo a principios de primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. Contemplaría más amaneceres y jugaría más con los niños, si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya ven, tengo 80 años y sé que me estoy muriendo”.
Y nosotros a nuestros noventa y pico qué no podíamos añadir, que no se haya dicho o hecho.