El presupuesto es un laberinto
Los Pinos un rescate oportuno
Pero antes otro acontecimiento:
A sus 91 años, con una brillante trayectoria en la política, la academia y la diplomacia, la senadora de Morena, Ifigenia Martínez, recibió en la vieja sede del Senado la medalla Belisario Domínguez.
Considerada dentro de las 10 intelectuales más importantes de América Latina, ha hecho de su vida una causa al servicio de la patria y es apreciada como un pilar fundamental en la construcción de nuestra democracia.
Este galardón constituye la máxima distinción que otorga el Senado a los mexicanos y mexicanas que se han distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente como servidores de nuestra patria o de la humanidad.
Y el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciónes de México en el Diario Oficial de la Federación, que edita la secretaría de Gobernación, y que nos comparte el abogado Jorge Alberto Ravelo Reyes, al que agradecemos, nos informa.
El senador chiapaneco Belisario Domínguez fue asesinado el 7 de octubre de 1913, por órdenes del dictador militar Victoriano Huerta, a quien había denunciado con valentía desde la tribuna parlamentaria, como responsable de los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez.
Era originario de Comitán, Chiapas. Nació en 1863 y estudió medicina en París, Francia.
Además de ejercer su profesión, fue un opositor a la dictadura porfirista y se adhirió al maderismo.
En 1911 fue electo presidente municipal de Comitán y un año más tarde, senador suplente por Chiapas.
Fue senador propietario en marzo de 1913, por la muerte del senador titular Leopoldo Gout. Belisario Domínguez destacó por la valentía con la que criticó al gobierno ilegítimo de Huerta.
El 23 de septiembre de 1913, pidió el uso de la palabra para dar a conocer un texto en el que afirmaba que el informe presentado por Huerta ante el Congreso de la Unión estaba plagado de falsedades y mostraba un panorama muy distinto a la realidad nacional.
Al no poder pronunciarlo, consiguió imprimir el texto, en el que expresaba.
“La verdad es ésta: durante el Gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se ha hecho nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República es infinitamente peor que antes; la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su Gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa entera de la República amordazada o cobardemente vendida al Gobierno […] nuestros campos abandonados, muchos pueblos arrasados, y por último, el hambre y la miseria en todas sus formas amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada Patria.
¿A qué se debe tan triste situación?
Primero y antes que todo a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó del Poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al presidente y vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular.
Y segundo, se debe esta triste situación a los medios que don Victoriano Huerta se ha propuesto emplear para conseguir la pacificación […] únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su Gobierno. […]
La Representación Nacional debe deponer de la Presidencia de la República a don Victoriano Huerta”.
El 29 de septiembre, Belisario Domínguez requirió a los legisladores que firmaran la solicitud de renuncia de Huerta.
El 7 de octubre, dos hombres lo sacaron con violencia de su domicilio. Días después, su cadáver fue encontrado en el cementerio de Coyoacán.
Las protestas ante el artero crimen obligaron a Huerta a disolver el Congreso y a encarcelar a más de cien diputados. Belisario Domínguez se transformó en un símbolo de la lucha contra la tiranía.
En 1953, por decreto presidencial, el Senado de la República instituyó la medalla “Belisario Domínguez”, para honrar a las mujeres y hombres mexicanos que se distinguen en grado eminente como servidores de la Patria.
Día de luto y solemne para la Nación. La Bandera Nacional deberá izarse a media asta.
Y ahora la historia de cuando Chapultepec cedió paso a Los Pinos que José Antonio Aspiros Villagómez nos platicó desde el 4 de diciembre de 2018. Y Su rescate por AMLO.
Poco a poco se fueron apoderando de tramos del bosque de Chapultepec, el mayor ‘pulmón’ de la Ciudad de México.
Unos por el lado de la primera sección para agrandar las instalaciones presidenciales y militares, y otros por el extremo opuesto para ampliar los jardines de sus residencias. Estos últimos viven tranquilos.
Nativo y vecino por más de dos décadas de aquel rumbo, Tacubaya, este tecleador recorrió en su infancia todo Chapultepec los domingos de la mano de su abuelo, tutor y tocayo.
Entrábamos por la puerta ubicada frente a la calle Melchor Múzquiz de la colonia San Miguel Chapultepec y cruzábamos hasta el lago, el Cerro del Chapulín, el zoológico y los juegos mecánicos que había en la colindancia con Paseo de la Reforma, por cuyas banquetas paseaban los charros en sus caballos.
De regreso hacíamos escala en un molino de café, bebida que hemos tomado desde la infancia.
Un día, ya adultos, descubrimos que esa puerta ya no era para los visitantes del bosque, sino sólo para los militares porque habían extendido hasta allá sus instalaciones.
Había crecido mucho el área del palacete presidencial de Los Pinos.
Toda esa zona del bosque se llama Parque de La Hormiga, nombre original de la casa -era un rancho- donde moraron los presidentes desde Lázaro Cárdenas hasta Enrique Peña Nieto, con excepción de Adolfo López Mateos (cuyas últimas actividades como presidente fueron las primeras del tecleador como reportero).
Pero durante nuestra infancia, en los años 40 a 50 del siglo XX, quienes llegábamos al bosque por la antigua calzada Madereros, llamada Constituyentes desde 1957 y en los límites de la colonia San Miguel Chapultepec, teníamos también la opción de ingresar por la avenida Quebrada, frente a la entonces Universidad Femenina de México donde ahora está la del Valle de México.
Esa fue después la única puerta disponible para la gente por el lado sur de Chapultepec, porque los militares cerraron la que el tecleador cruzó decenas de veces cuando niño, para recoger alcanfores, recorrer la sedante Calzada de los Poetas y hacer escala en la estatua ‘Quijote en las nubes’
Pasar por la Fuente de las Ranas, comer jícamas con chile y limón, subir a los dos trenes que había en ese tiempo, visitar el entonces nuevo Museo Nacional de Historia, escuchar conciertos de la Orquesta Típica de Lerdo de Tejada en el Hemiciclo a Juventino Rosas y subir a los columpios y resbaladillas que estaban junto al local de renta de bicicletas y triciclos.
Más grandes, ya sin el abuelo porque falleció en 1952, íbamos a la inmensa Fuente de Nezahualcóyotl inaugurada en 1956.
Muy cerca de una pista para patinar, veíamos a soldados tal vez adscritos al Estado Mayor Presidencial cuando era la hora del “rancho”.
Se formaban con sus platos de aluminio para recibir sus alimentos que llevaban colegas suyos en camiones del Ejército dentro de grandes marmitas, y los consumían en unas bancas y mesas largas de cemento que estaban techadas.
Si la memoria no falla, también iban sus esposas o familiares.
Si se caminaban unas cuadras hacia el oriente por Madereros rumbo a la iglesia “Sabatina” de la antigua calzada de Tacubaya (hoy Circuito Interior José Vasconcelos), también se podía entrar a Chapultepec por la glorieta del “cambio de Dolores”, donde había expendios de flores y que, según supimos, se llamaba así porque los tranvías que llegaban de la ciudad se detenían allí para cambiar las mulitas que los jalaban y luego subían por el barrio del Chorrito hacia donde ahora están la segunda y tercera secciones de Chapultepec y el panteón de Dolores.
En ese tiempo era nuevo el Auditorio Nacional, a donde nos llevaron de la escuela a escuchar la Novena de Beethoven y asistimos a la Guelaguetza completa que duró como cuatro horas.
Al principio se iba a llamar Auditorio Municipal.
También íbamos y volvíamos a pie por la calzada del Chivatito a la Feria del Hogar que se instalaba en ese Auditorio.
Vive en nuestros recuerdos el hecho de que la estatua a Francisco I. Madero estaba afuera de Los Pinos y pasábamos impunemente frente a ella, pero los tentáculos de la residencia presidencial llegaron hasta ese terreno que quedó dentro del área cercada, y además ahora es prácticamente imposible cruzar a pie por donde lo hacíamos, desde la avenida Parque Lira hasta el Paseo de la Reforma.
Como anécdota, cuando excavaron para poner ese monumento a Madero, fue encontrada una “caja del tiempo” con periódicos y otros objetos del siglo XIX.
Tacubaya era una zona de molinos.
Estaba por ejemplo el de Santo Domingo en el rumbo del Observatorio y actualmente es un conjunto residencial; estaba y sigue firme el Molino del Rey, del que no sabemos su destino ahora que las casas (porque son varias) de Los Pinos están abiertas al público.
Hace 30 años, cuando hicieron el paso a desnivel en el cruce de Reforma y Chivatito, fue encontrada una rueda de molino de una tonelada de peso, hecha con lo que fue un altar a Tlaltecuhtli, señor de la Tierra en la era prehispánica.
Hace dos años, este tecleador y su esposa Norma cruzaron ese desnivel para encontrarse en el Centro Asturiano con los amigos Carlos Ravelo, Octavio Raziel y su esposa Anita García.
Y alguna vez no sólo pudimos ingresar al Molino del Rey sin acreditación ni impedimento alguno (algo imposible después), sino también hacer una breve entrevista a doña María Esther Zuno de Echeverría en el inicio de una colecta de la Cruz Roja Mexicana.
Claro, después nos “regañaron” los de Prensa de la Presidencia.
Lectores de nuestra generación tendrán sus propios recuerdos y haríamos una gran crónica con ellos, pero basten los aquí narrados para rescatar una época, y como información para quienes sólo han conocido el Chapultepec de hoy.
Y también para festinar la decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de abrir al público el conjunto arquitectónico de Los Pinos, donde ojalá montaran un museo, así fuera con réplicas y objetos de algunos muebles usados por diversos presidentes y sus familias, al estilo de los que hay de Maximiliano y Carlota en el Castillo de Chapultepec.
Llegamos a saber por un amigo arquitecto que participó en esos trabajos, que hasta hubo una primera dama que pidió su cama suspendida del techo y otros caprichos así.
Habrá que visitar Los Pinos cuando ya tenga algo más que cuartos vacíos”.
Recuerdos que son vivencias de antaño.