Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Recordamos a don Guillermo, mi padre, con amor, Bety. Este día nació en 1897.Hoy hubiera cumplido 124 años.
El gran milagro de la Virgen de Guadalupe es ser la pacificadora y unificadora de los mexicanos.
Porque si las estrellas del manto son las constelaciones del cielo en el momento de su impregnación en el ayate de Juan Diego, si las flores del vestido representan proporcionalmente a los principales cerros y volcanes de la orografía de México, si toda la imagen guarda el equilibrio áureo, entonces tiene simetría perfecta, por lo tanto tiene música.
El hecho de que la Virgen de Guadalupe se apareciera en el cerro, no implica que quisiera una iglesia ahí, sino que la pidió en el llano, por eso la basílica se construyó a las faldas del cerro.
Pero el que hubiera solicitado la edificación de un templo no es fortuito porque así sucedió en España con las cuatro vírgenes de Guadalupe que existen allá.
Una de ellas, por cierto, es negra y se apareció en un lugar conocido como “río de cascajo negro” en circunstancias similares a la del Tepeyac.
El guadalupanismo no se circunscribe al culto a una imagen. Incluye también la creencia en una leyenda que habla sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531.
La importancia de la Virgen de Guadalupe en la historia de la formación de México, al señalar que a partir de 1648 las apariciones de la misma se convirtieron “en el aglomerante, en el cemento -si me permiten decirlo así- de una sociedad cuyos habitantes eran racial y culturalmente diferentes, indígenas, mestizos, criollos y peninsulares de esa época, que iniciaron el difícil proceso de integrarse como una nueva nación en un primer periodo colonial que duró 300 años, y después como país independiente que está por cumplir 200 años en ese estatus en septiembre de 2021.
La Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG) abordó nuevamente el controvertido tema de la Virgen de Guadalupe en un conversatorio donde participaron el arquitecto Manuel Gamio, la maestra en Humanidades, escritora e historiadora Alicia Albornoz, el contador público y maestro en Educación Eduardo Rabell y el abogado y poeta Sergio Morett.
De ellos nos habla la escritora Norma Vázquez Alanís, que estuvo presente en el desarrollo del tema.
Inició esta reunión Manuel Gamio, quien habló sobre los antecedentes del Tepeyac, sitio donde se venera a la Virgen de Guadalupe, que es uno de los elementos fundamentales de la identidad de los mexicanos y su importancia rebasa en mucho el ámbito de lo religioso, lo cultural y lo social.
Tras la conquista de Nueva España en 1521, durante el proceso evangelizador sólo existe constancia de sus apariciones a partir de 1648, cuando dicha visión la registró el bachiller y sacerdote criollo Miguel Sánchez en su obra Imagen de la Virgen María, que es la primera sobre el evento que fue publicada y ampliamente apoyada por el segundo arzobispo de Nueva España, el dominico Alfonso de Montúfar.
En las fuentes originales no se hace referencia a ningún asunto religioso sino hasta 1554 (seis años después del fallecimiento del obispo fray Juan de Zumárraga), cuando en su obra Diálogos Latinos Francisco Cervantes de Salazar mencionó por primera vez la existencia de una iglesia o ermita en Tepeaquilla (Tepeyac).
Sin embargo, el autor nada informó sobre datos o detalles de esa construcción, ni de su fecha de fundación o su devoción, y tampoco hace alusión alguna a la Virgen de Guadalupe.
Después de la conquista las Actas del Cabildo de la ciudad de México registran que el ayuntamiento hizo “merced al extremeño Antonio de Arriaga para que pudiera hacer un asiento (casa) para tener sus ovejas en un peñón que está junto a Tepeaquilla”.
“Un querido amigo mío y de mi padre, don Agustín Arriaga Rivera, quien hace años fue gobernador de Michoacán (1962-1968), me comentó que en efecto su ancestro, de profesión panadero, había recibido en merced, que no encomienda o propiedad, el hoy cerro del Tepeyac y las fértiles tierras cercanas, que entonces estaban a la orilla del lago de agua dulce (donde hoy es la colonia Lindavista) y que fueron muy fértiles para el cultivo del trigo, materia prima del pan durante los primeros años de la conquista”, relató Gamio.
El nombre completo del señor era Antonio Juan Diego de Arriaga y, por ser extremeño como Cortés, era devoto de la Virgen de Guadalupe de Extremadura, por lo cual en 1530 edificó en sus terrenos la primera capilla dedicada a aquella virgen. Y según la historia que cuentan los Arriaga -abundó Gamio-, Juan Diego, el de la leyenda de la aparición, era un indígena que cuidaba esas tierras y la capilla, y recibió su nombre igual al de su patrón, como era costumbre al ser bautizado.
También habló de la existencia de documentos de fray Juan de Zumárraga en la biblioteca de la Universidad Autónoma de Guadalajara, en uno de los cuales el arzobispo solicita al virrey enviar soldados a Tepeaquilla con el fin de evitar que los indios hicieran procesiones hacia ese lugar, pues pisaban los cultivos y robaban el ganado en su camino para ir a adorar a su diosa Tonantzin en el peñón del Tepeyac; este documento se puede consultar por internet.
Precisó Gamio que sólo existen dos menciones de la existencia de una capilla o iglesia en el cerro del Tepeyac, la primera de ellas es una iglesia en Tepeaquilla, que aparece en el detalladísimo mapa de Upsala también conocido como “Plano de Alonso de Santa Cruz” o “Mapa de México-Tenochtitlan y sus contornos” que data de 1550, probablemente pintado en Tlatelolco antes de darse a conocer el milagro guadalupano. La segunda cita corresponde a 1554 en los Diálogos Latinos de Cervantes de Salazar, un toledano llegado a México en 1551 para dar clases en la recién fundada Universidad.
El mapa de Upsala evidencia incluso dos capillas: tanto la nueva iglesia construida por orden del obispo de Montúfar, como la primitiva ermita del Tepeyac, cuya edificación el cronista fray Juan de Torquemada atribuyó a los primeros franciscanos, pero con el paso de los años los frailes y el obispo Zumárraga se dieron cuenta de los peligros que había en los cultos de sustitución que ellos mismos habían fundado.
No era tanto que los indios veneraran en secreto a sus antiguas deidades, sino que adoraban a Cristo, a la Virgen y a los santos no propiamente de una manera cristiana, sino idólatra, con ceremonias organizadas por los propios indios en ermitas y que los frailes no podían supervisar. Así, adoraban a la Virgen María como una diosa de manera similar a como lo hacían con su antigua Diosa Madre (Tonantzin, Coatlicue, etcétera) y veneraban las imágenes cristianas por sí mismas y no por lo que representaban. Puede por ello suponerse que a partir de 1539 o 1540, los franciscanos cristo céntricos hayan desalentado el culto indio a la Virgen María en la ermita del Tepeyac.
Por último, Gamio precisó que en náhuatl no existe la palabra “virgen”, porque ese pueblo no tenía esa connotación sexual que el término tiene en español.
La historiadora ecuatoriana radicada en México, Alicia Albornoz, refirió que tepetl significa cerro y yacatl es nariz, y el Tepeyac era el punto sagrado donde se ofrecían las vírgenes al sacrificio; desde ahí eran lanzadas al vacío, en especial para implorar lluvias.
Todo lo que sabemos de primera mano sobre la Virgen de Guadalupe procede del poema Nican Mopohua escrito en nahua hacia 1555 por Antonio Valeriano, quien se dice era primo de Moctezuma y estudiaba en Tlatelolco.
Nican Mopohua significa “El que narra” y ahí se relata la aparición a Juan Diego, apuntó Albornoz, pero advirtió que si se lee en náhuatl es muy distinto a leerlo en español, porque el nahua es más vasto, en virtud de que el indígena ve más cosas que el europeo, es decir, que hay un segundo plano del lenguaje; las lenguas indígenas son más poéticas que las europeas y en ellas hay más de lo que se oye.
La mayoría de las vírgenes de España tienen niño, mientras que la de aquí no, sino que tiene la cinta negra en la cintura que usaban las embarazadas en la cultura nahua y en la túnica rosa está la inscripción “nahui ollin” o cuarto movimiento, que es el máximo símbolo náhuatl y representa la presencia de Dios, la plenitud, el centro del espacio y del tiempo.
Por su parte el cronista Eduardo Rabell refirió que el padre Guadalupe Velázquez, quien fundó la primera escuela de música sacra en Querétaro, compuso la música para la misa de coronación de la Virgen de Guadalupe en 1895. Además, fue el fundador del coro Orfeo Queretano, que cantó la música compuesta por el propio Velázquez en una misa a la que asistió el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy cuando visitó la basílica de Guadalupe en México.
En este sentido, Rabell hizo alusión al hecho de que las 46 estrellas que aparecen en el manto de la Virgen de Guadalupe forman una melodía celestial si se les asignan notas de la escala musical.
Pero este descubrimiento no fue tan sencillo, se requirieron 23 años de investigaciones realizadas en el manto de la Virgen de Guadalupe por parte del matemático Fernando Ojeda Llanes, investigador del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos.
Explicó que, con la aplicación de las matemáticas, quedaba el elemento “música” y ya Pitágoras mencionaba que donde hay simetría perfecta hay música, entonces decidió tomar como base los estudios existentes de la imagen de la Virgen de Guadalupe e infirió que solamente faltaba descubrir dónde y cómo”.
El resultado fue una bella armonía musical, un sonido celestial, señaló Ojeda Llanes, quien agregó que esa “armonía perfecta” podría haber sido la que escuchó Juan Diego cuando vio a la Virgen de Guadalupe en 1531.