Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Sobre la mentira
No cabe la menor duda que platicar con nuestro amigo el médico Fernando Calderón Ramírez de Aguilar, nos trae reminiscencias. Y más, cuando las eleva a nuestra charla y nos autoriza a darlas a conocer. Sobre todo, cuando abarcan lo contrario a la verdad, hermana inseparable de la mentira. Tan de moda hoy. Sobre ésta discernimos.
Pedir perdón, por mentir. Es mejor que pedir permiso.
Esa sutil palabra, la farsa, que se pierde aparentemente en la bruma del tiempo y que se espera, una vez producido su efecto, cambiar o modificar una situación. Se olvide o desaparezca.
Tiene en general una gran trascendencia para el género humano. Por la forma y frecuencia con que aparece y se expresa, parece ser inherente a él. Al político.
Solo se mitiga, lo que puede ocasionar, con su antónimo, poco frecuente, de presencia mínima, la más valiosa y contundente de las palabras: La Verdad, que obligadamente surge tarde o temprano como parte de un proceso dialectico que se establece entre ambas.
La mentira y la verdad, son hermanas inherentes, a las que acompaña siempre e irremediablemente la conciencia.
La mentira se define claramente en el diccionario: “Afirmación que una persona hace consciente de que lo que dice. NO es verdad. Que no es realmente lo que parece o se dice que es”.
Desde luego surge rápidamente la idea de una clasificación, la cual puede estructurarse de diversas formas. Mentira voluntaria, siempre intencionada. Acto hostil en contra de alguien u otros. Mentira involuntaria. Que no persigue dañar a alguien.
Y otras clasificaciones:
La oficiosa, la que se cuenta a una persona con objeto de agradarle o ser amable con ella.
La piadosa que se cuenta a una persona para evitarle un disgusto.
La aparente que parece corresponder a ella, pero no es.
Esto se puede presentar en dos situaciones, la primera en donde basta sólo con no decir la verdad y, en segundo lugar, en ciertas patologías mentales como el Síndrome de Ganser, Síndrome de Münchhausen etcétera.
La útil o bella mentira según Platón.
Y los enunciados performativos, expresados por John Austin. Por ejemplo, el que dice –yo prometo– aquí no puede haber ni verdad ni falsedad. Es típico de la política y los políticos. Usan la catarsis con excelencia y oportunidad por la incultura poblacional.
La verdad en política, no es antagónica a la mentira, sino algo que algunos consideran necesario e incluso la extienden, a través de todos los medios posibles para lograr sus objetivos. Esto no es ni ética ni moralmente permisible.
La mentira denigra a quien la dice y la usa para sus fines insanos. Quienes, aprovechados de su prestigio y antecedentes, la usan en contra de los intereses populares, faltan a su honor y derrumban todo lo que han construido.
La manía de mentir o mitomanía, termino descrito en 1891 por Antón Delbrueck, puede presentarse con cierta frecuencia en algunos trastornos mentales de tipo psicótico o simplemente como una costumbre mal adquirida. Algunos la consideran como una forma inconsciente. Se cree que esto es poco probable, porque siempre habrá algún grado de consciencia en mentir.
El objetivo de la mentira siempre es engañar, sea con buena o mala intención. Hay profesiones en las que se usa con mayor frecuencia en los sucesos de la vida diaria. Desde el punto de vista del don Fernando, y en el que, por supuesto, coincidimos, se presenta con alta y exagerada frecuencia entre casi todos los que manejan los medios de comunicación. Un poco menor en algunas profesiones como los leguleyos.
Empieza, dice, a descollar inusitadamente, entre los médicos que persiguen con su profesión un sentido eminentemente económico. Sustituye a la vocación de servicio, obligada moralmente, entre los que ejercen esta noble ocupación.
Sobresale, añadiríamos, en forma importante, sin la más mínima vergüenza sobre todas las demás actividades, en los que se dedican y ejercen un oficio político. Esto desde luego no es nuevo, ya desde los clásicos griegos era conocido y tachada en lo general como inaceptable.
Existen referencias importantes hacia este tema.
Una valiosa que se encuentra en los clásicos y que es la República de Platón, en donde limita la participación de lo que ahora equivale a los medios de comunicación y sus actores, casi siempre al servicio del poder.
Y desde entonces en forma de poetas, narradores profesionales o mitólogos ambulantes que se encargaban de distorsionar la verdad a favor de los políticos y en contra de una población inexperta en esos asuntos, según lo relata Ana María Martínez de la Escalera de la UNAM, en su excelente artículo – “Mentir en la vida Política”.
Referencia obligada resulta ser también el libro de Hannah Arendt con su análisis riguroso sobre el tema. A estas referencias hay que agregar desde luego a los dos insignes florentinos, hombres duchos en política y en el análisis de la misma.
El insigne Maquiavelo, sobre todo en su obra, “La Mente del Hombre de Estado”, en donde con sentencias muy apropiadas condena los vicios de la política y los políticos sobre todo al no decir la verdad y caer en la mentira.
El otro destacado florentino, es nada menos que el gran Dante quien en su obra, “la Divina Comedia” condena con fuerza a los falsarios y los sitúa por ese pecado grave en la fosa diez del octavo circulo, del pavoroso infierno por él relatado. Obligadamente hay que mencionar, para hacer justicia a su valioso pensamiento, a George Orwell, relatado por Simón Leys, quien en el libro titulado “George Orwell o el Horror a la Política” fustiga ásperamente las acciones de los políticos.
Sobre todo, en su costumbre malvada de faltar a la verdad a través de la mentira como práctica corriente de su actividad, que lesionan gravemente a las clases desprotegidas, añadiríamos sin sorna, pero sí con vehemencia.
Para por último añadir que también salió por la cocina don Virgilio, el de los caireles.