Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Y ahora un cuento (tres y fin)
Este era un “líder” apodado el bebésaurio que para dejar su encargo en la luz, su “jefe” lo puso al frente de un partido. Conocido como el tricolor. Que al igual que los siete restantes, buscan la forma de seguir con el engaño, al que nos han acostumbrado.
“Descubrió”, entre comillas, que muchos de sus gobernadores, para no llamarlos empleados, han robado a manos llenas. Y, disque para escarmiento, comenzó a “correrlos” de sus filas.
Sin embargo, ya al final, cuando creyó haber limpiado de cerdos su “casa” de Insurgentes Norte, se dio cuenta, de algo increíble.
No quedaba alguien para cerrar la puerta. Porque todos, mejor huyeron. Es la palabra justa. Adecuada
Este como prolegómeno, nos da pie para el cuento de la periodista, escritora, y querida colega de muchos años Rosa María Campos. Ya dijimos que madre de escritores. Y nos deleita con una historia, que llama “El muerto que se creía vivo”.
Alias, agregaríamos nosotros, el bebésaurio tricolor.
Integro. Sin más, lo transcribimos.
“Arcadio Gómez caminaba sin rumbo bajo una molesta y pertinaz lluviecilla, que si bien no terminaba de mojarlo, le había humedecido toda la ropa.
El mismo no entendía por qué caminaba y caminaba por la carretera de Banderilla a Xalapa sintiéndose distante, ajeno a todo lo que le rodeaba pero obsesionado con llegar, cuanto antes, a casa y ver a su mujer.
Los automóviles, camionetas, tráilers, que circulaban por la carretera lo rozaban y el no sentía miedo. Le extrañaba que no tocaran el claxon. Tal vez los chóferes no lo veían porque la oscuridad era total, Sólo cuando algún relámpago iluminaba el camino sería posible que lo vieran.
Arcadio estaba empapado, pero no sentía frío. Lo único que se le ocurría hacer era sacudir a cada rato su chaqueta con las manos y continuar su caminata.
De repente un farol ilumino sus manos. ¡Estaban rojas, totalmente rojas! ¿Será sangre?, se preguntó Arcadio y aceleró el paso, mientras los árboles que se mecían al ritmo que imponía el viento empezaron a lanzar una serie de tenues lamentos, que tampoco inquietaron al caminante, quién ensimismado en sus pensamientos no se percataba de que una sombra lo iba siguiendo.
La sombra correspondía a una mujer joven y pálida como un cadáver, de enormes ojos negros que miraban con desesperación, mientras sus largos cabellos caían en desorden sobre sus hombros.
Mientras tanto, la noche se ennegrecía como nunca, la llovizna se convertía en aguacero, pero a lo lejos empezaron a vislumbrase lucecillas que se iban asomando con lentitud, para anunciar a la cercanía de Xalapa, mientras Arcadio y la mujer caminaban como autómatas.
Al fin la extraña pareja, sin entrelazar palabras, llegó a las orillas de Xalapa.
Cuando el primer farol apareció Arcadio volvió a revisar sus manos ensangrentadas. Esta vez sí se asustó, para entonces la joven, que lo seguía, se acercó a él para acariciarlo y asirse de su brazo hasta llegar a la residencia de la familia Gómez de donde, antes que Arcadio tocara la campana del portón, la joven desapareció.
Curiosamente, Arcadio no necesitó tocar la campana. Sin proponérselo, pudo atravesar el portón. -Dios mío como logré hacer tal cosa. ¿Qué ocurre? Se preguntó desconcertado Arcadio y entró en la casa.
En la sala de su casa, recién remodelada por su esposa Martha, Arcadio se sorprendió de ver a tantos parientes y amigos vestidos de negro, quienes sentados en círculo, muy circunspectos, hablaban quedito con voz entrecortada Su esposa, entre ellos, lloraba desconsoladamente.
Arcadio se acercó a su mujer a preguntarle ¿Qué sucede, amor, qué sucede? Ella lo ignoró, ni una miradita. Continuó con su mar de lágrimas.
Arcadio sin saber qué hacer supuso que Martha su esposa, ya se había enterado de su escapada con Angelina, su mejor amiga, a la ciudad de México. Sin duda alguna, el chisme había corrido, como sucede en provincia: “Pueblo chico, infierno grande”. Seguro que ahora todos estaban ahí para recriminarlo.
Y ahora, ¿qué le digo a Martha? Se preguntó para sí Arcadio. Y optó por ir a refugiarse en su recamara, tomar un baño, cambiarse de ropa y regresar a la sala, menos nervioso, y afrontar la regañada.
Al atravesar el comedor se encontró con Justino, su compadre. Sigilosamente se le acercó. Pero su compadre le volteó la espalda y se fue directo hacía donde estaba su mujer.
Más acalambrado, por las consecuencias evidentes de su infidelidad, Arcadio, sin chistar, se fue directamente al baño con la esperanza de que el agua le hiciera el milagro de tranquilizarlo.
Ya en el baño, se paró frente a un espejo para ver su cara de hombre infiel y dispuesto hacer cualquier cosa para no perder a su mujer, cuando para su desconcierto el espejo no reflejo su imagen.
-¿Estoy dormido? ¿Será esta es una pesadilla? Se preguntó atónito Arcadio para luego gritar a todo pulmón. ¿Alguien puede decirme que pasa aquí? Nadie le contestó.
De repente no más voces, ni llantos en la sala.
Arcadio de inmediato regreso a la sala.
Ahí solo estaban las mujeres de la limpieza, quienes entre cuchicheos hablaban de Martha, su esposa.
-A ver cómo le va al muertito en la funeraria. Doña Martha esta tan encabronada que ni le va a rezar. – Si Chana tienes razón. ¡Pero carajo! Cómo se le fue a ocurrir al patrón matarse con su amante antes de llegar a Xalapa.
A la mejor si se muere en el Distrito Federal, ni se entera la señora de los cuernotes que le ponía.
-No me digas. ¿Lo acompañaba la señorita Evangelina?
– Sí, si Chana y también ella se mató. A poco no oíste lo que decía la mamá de la patrona. Los dos se murieron en el accidente.
– Híjole, bien decía mi abuela, que Dios no castiga el pecado sino la indiscreción”. Taca.campos@gmail
Es de ella. De doña Rosa María, este cuento. Inmisericorde. De acuerdo con las fechas. Algo tendría en mente. Comento.