ENTRESEMANA: De la fama al exilio

06 de agosto de 2012
 , 
13:30
Moisés Sánchez L.

¿Tiene Felipe Calderón razones de peso para auto exiliarse? Hace seis años Andrés Manuel López Obrador encabezó el linchamiento público de quien le ganó, cerrada y discutiblemente, la elección presidencial.

De entrada lo llamó Presidente espurio y los genios de la descalificación usaron el acrónimo de su nombre y apellido para darle carácter escatológico. Hacer cera y pabilo de Felipe Calderón Hinojosa se convirtió en el deporte favorito del lopezobradorismo y de quien se le pegara la gana hablar mal del mandatario.

Pero, cuando se avistó el calendario electoral –¿para la reelección del “Presidente legítimo”?—López Obrador olvidó a Felipe y enderezó baterías para descalificar al contendiente más fuerte, con mayores posibilidades de echarle a perder la puesta en escena de su segunda intención de convertirse en el inquilino sexenal de Los Pinos.

Por supuesto, Calderón no perdonará a Andrés Manuel y a sus huestes, incluidos los panegiristas del lopezobradorismo, porque amén de golpearlo y desprestigiarlo políticamente, lo despedazaron socialmente, y de la mano a su familia, desde el cuñado y hasta la hermana y los amigos del alma.

Salir del país e instalarse, así sea temporalmente, en el extranjero, ha sido práctica de la mayoría de los presidentes priistas. Vicente Fox se quedó a disfrutar del rancho y la fortuna amasada por la señora Marta para él y su descendencia.

Quienes se han ido a residir fuera de México, sus razones han tenido; las menos de descanso… Y no hay elementos que indiquen que Felipe Calderón quiere irse a descansar, digamos a Estados Unidos para dar cátedra en alguna universidad, como ha trascendido.

Lo cierto es que difícilmente habrá condiciones para que Felipe Calderón pueda aparecer en lugares públicos como cualquier ciudadano después del 1 de diciembre, aún con la seguridad que por ley le debe prestar el Estado Mayor Presidencial.

Todo el mundo sabe que son cuestiones de indudable seguridad personal y familiar las que obligan, sí, obligan a Felipe Calderón a tomar providencias acerca de cuál será su lugar de residencia una vez que entregue el poder a Enrique Peña Nieto.

Y esta condición de vida es la que diferencia al aún Presidente de sus antecesores. Aunque también hay que incluir otra causa: el linchamiento público de que puede ser víctima; clima prohijado lo mismo por quienes lo han considerado espurio y hasta sus propios ex seguidores que lo acusan de haber devuelto la Presidencia de la República al PRI.

Porque, es apenas elemental que después de haber encabezado esta guerra contra el crimen organizado deba buscar cobijo en otro país, donde le brinden un poco más de seguridad de la que podría tener en México. No es secreto el accionar del crimen organizado. De este escenario se ha hablado y escrito con amplitud, pero no es ocioso retomarlo una vez que se ha conocido que Felipe Calderón pretende irse a vivir, con todo y familia, por supuesto, a Estados Unidos.

Mire usted: podemos o no estar de acuerdo con la forma en que el Presidente declaró la guerra al crimen organizado, al narcotráfico, pero alguien tenía que comenzar y él lo hizo. Fue como dar un manotazo para legitimar su asunción al poder; no midió, empero, la consecuencia de ello y que ha sido grave con más de 50 mil muertos en esta lucha que no tiene fin y que ha impactado negativamente a las Fuerzas Armadas.

El autoexilio es obligado. Felipe pasó de la fama que le generó rebelarse a la voluntad presidencial, la de Vicente Fox entonces. Ganó espacios y respeto entre los suyos y ganó una elección presidencial discutible. Tiene un lugar en la historia nacional, pero no un lugar seguro para vivir en México ni la garantía de que en la calle lo respeten como ex presidente.

La animadversión, los odios generados política y socialmente son caldo de cultivo de un singular linchamiento público.

A José López Portillo le ladraron, incluso, en Madrid, España, cuando pretendía llevar una vida alejada de las candilejas políticas. A Gustavo Díaz Ordaz lo persiguieron, casualmente también en España, llamándolo asesino por su responsabilidad en la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968.

Carlos Salinas se autoexilió cuando la venganza política enderezada por su sucesor comenzó a cernirse con su familia, con su hermano Raúl. Y, bueno, Ernesto Zedillo también se fue del país porque políticamente su carrera había concluido cuando entregó el poder a Vicente Fox.

Hoy, empero, todos los ex presidentes vivos pueden andar por la calle sin mayores problemas. La amnesia nacional ya los perdonó. Bueno, tal vez Echeverría no estaría en esa condición porque los sobrevivientes de aquellos días aciagos de la guerra sucia, no lo han perdonado; pero no hay animadversión generalizada en su contra. Carlos Salinas atrae miradas, pero no rechazo en público.

Miguel de la Madrid falleció y el presidente Calderón le rindió homenaje como jefe de Estado; amén de que en vida nunca lo molestaron en apariciones públicas; hasta fue director del Fondo de Cultura Económica. Zedillo reside en el Estados Unidos y eventualmente viene a México, pero ya no tiene actividad política. El PRI no lo ha perdonado.

¿Y Felipe Calderón? Bueno, hasta rebelión de sus compañeros de partido enfrenta. Como dicen los clásicos: la historia le dará el lugar que merece. Por de pronto, lo mejor que puede hacer es irse del país. Razones hay. Perdió la elección, el control del PAN y los enanos le crecieron. Conste.

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QMex/msl

 

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