Para Contar
“Esto se acabó, Josefina…”, le había atajado la voz con timbre neutro del otro lado de la línea. Ella había aguantado el sollozo atorado en la garganta. Hasta el último momento evitó la mentada de madre contra quien le había llamado para que apaciguara ánimos encendidos de sus simpatizantes y del equipo de trabajo, el llamado primer círculo.
Estaba colérica; alzaba la voz más allá de los decibeles que elevó en sus cierres de campaña, en Puebla, en Teziutlán, en Sinaloa. En Naucalpan, Estado de México, se había burlado de Enrique, de Andrés Manuel y de Gabriel. Se excedió en la descalificación –“¡El que no brinque es Peña!, ¡el que no brinque es Peña!!–, en paráfrasis del coro que descalifica, minimiza, insulta…
Quiso ser raza en su periplo por Sinaloa y se atrevió a recomendar a las señoras no hacer “cuchi, cuchi” a sus maridos si no votaban por el PAN. ¿De cuál fumó?, se preguntaron en corrillos de su partido. Pasaba de la ofensa al léxico populachero que nadie le creía. ¿Y la oferta de campaña? La había dejado atrás, desesperada porque las encuestas la alejaban del segundo sitio en la preferencia del voto.
Abrió la puerta del privado y llamó a su coordinador de campaña:
–Solo tú, Roberto. Los demás que esperen. Y por favor –dijo a los y las presentes en el cuarto de guerra de la casa de campaña– déjense de cuchicheos, saben que me molesta que se anden secreteando–. Y dio un portazo.
–Estoy furiosa, furiosa, Roberto. ¡Cómo se atreve Juan Ignacio a pedirme que escuche a su cuñado y evite la rebelión panista! La gente está lo que sigue de encabronada, Roberto, hay que dejar que manifiesten su ira; nos robaron la elección–, gritó al joven chiapaneco que esperaba el momento para plantearle los graves riesgos de azuzar una revuelta.
El caro rímel que utilizaba aguantó las gruesas lágrimas de rabia que finalmente dejó escapar cuando, abatida ya no pudo aguantar más. Roberto, su confidente, cómplice de campaña más que coordinador, le pidió calma.
–Josefina –le suplicó—hazle caso a Felipe. Seamos congruentes. Recuerda que hace dos semanas le pedimos a Oscar Martín (Arce Paniagua) que como presidente de la Cámara de Diputados exhortara a candidatos, dirigentes, militantes que evitaran confrontar a los mexicanos, que hubiese un pacto de civilidad. Y ese mismo día (domingo 17) te excediste en la descalificación. La que hablaba en el parque de Los Remedios no eras tú…
–Por favor, Roberto –respondió Josefina–, no me vengas con lecciones de urbanidad. Tú y todo el equipo me recomendaron el golpe de timón, endurecer y hasta acorrientar el discurso dizque para jalar a la gente del pueblo.
–Sí, y hubo respuesta –replicó Roberto–, pero ya remábamos a contracorriente. Hoy es importante salvar al partido. Las cifras preliminares nos mandan al tercer sitio nacional, no le eches más leña al fuego, llama a quienes están operando en la Columna de la Independencia y en las principales plazas del país. Que le bajen a los ánimos, no podemos llamar a la rebelión y tomar las sedes del Instituto Federal Electoral. No metas en un conflicto postelectoral a Felipe.
–Mira, Roberto, Felipe me importa un pito. Para mí es un cadáver político, un traidor, me prometió apoyo y me abandonó. Sabemos que quiere negociar con Peña Nieto, me lo acaba de decir. ¿Salvar al partido? No seamos niños, lo que quiere salvar es su pellejo.
Era cerca de la medianoche del domingo 1 de julio de 2012 y el coordinador recordó a la candidata que, incluso, Andrés Manuel había aceptado la tendencia del PREP que no le era favorable.
–Josefina, nos ganó Peña; sabíamos que esto podía ocurrir, recuerda que lo platicamos—insistió Roberto.
El llanto de ella fue breve en el desahogo de la derrota, sorbió y aclaró la garganta para responder con preámbulo de mentada de madre:
–Perdimos la elección, pero aquí al único que se le va a aguar la fiesta es a Felipe. Este es el juego y voy a revelar sus acuerdos. No firmé ningún compromiso de secrecía. El nos traicionó para allanar negociaciones con el triunfador. Nos fuimos al tercer sitio por culpa de él. ¡Que se friegue!