Abanico
Un diferendo entre reporteros con el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle Rosas, devino en una resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: las expresiones homofóbicas son manifestaciones discriminatorias y no están protegidas en el principio de la libertad de expresión.
Sin duda los ministros integrantes de la Primera Sala del máximo tribunal del país que aprobaron por mayoría el proyecto del ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, respecto de un amparo directo en revisión, tienen suficientes elementos para calificar de homofóbico al dicho popular que descalifica al que tiene preferencias sexuales diferentes, porque tiende a instalarlo en condiciones de discriminación.
Por supuesto, términos como “puñal” o “maricón” entrañan esa connotación que descalifica, veja, ofende y discrimina, aunque en un exceso justiciero los ministros resultan más papistas que el papa y soslayan la generalidad del vocabulario mexicano que incluso sirvió como material para la compilación de dichos y recontradichos que parieron al libro Picardía Mexicana, cuyo autor Armando Jiménez Farías firmaba como “el gallito inglés”, una caricatura del pene y los testículos, que nunca nadie ni el regente moralista Ernesto P. Uruchurtu o las señoras que en tiempos del último militar Presidente de México, Manuel Ávila Camacho, lograron arrojar de la praxis verbal mexicana cuando pusieron taparrabo a la Diana Cazadora.
¿Usted cree que alguien hará caso a la resolución de los ministros? Vaya, inmediatamente comenzaron las bromas y el ingenio azteca retomó bríos para encontrar la mejor forma de burlar el resolutivo por aquello de las canijas dudas y que no salga por ahí un virrey con tufo de dictador promovido en el Canal de las Estrellas, que demande juicio civil por daño moral.
Sí, éste es un tema con muchas aristas, difícil de discutir sin salvar el riesgo de parecer beato, mocho, persignado, o en contrario irrespetuoso, pelado, grosero, raspa. Ofende, insisto, el uso de adjetivos peyorativos de suyo elementales del lenguaje popular y no tanto porque las buenas conciencias están en todas partes.
Aducen los ministros que las expresiones homófobas no encuadran en el concepto protegido por la libertad de expresión, mas con su resolución se manifiestan inequitativos y dejan en desamparo a las mujeres, a quienes sin recato llaman “putas” –por citar un adjetivo de esos ofensivos–pero un juez calificador aplica risible multa a quien profiere la ofensa y sanseacabó.
Y, bueno, qué tal si le dicen hetaira o de cascos ligeros a una dama y “arma blanca” y marisco a un varón para descalificarlo, ¿habrá otra discusión en la Corte? El asunto va más allá del botepronto en el que incurren los ministros, porque en todo caso debieran resolver temas de educación e impulsar reformas legislativas para mejor educar desde el nivel básico.
Porque, mire usted, estos calificativos peyorativos, graves, ofensivos, duelen y generan enojo, incluso hay quienes han incurrido en homicidio hartos de ser empujados a niveles de inferioridad. Las buenas conciencias nunca serán las mejores para recomendar cómo debemos comportarnos.
Sí, con éste caso se analizan, por primera ocasión en la jurisprudencia mexicana, los límites entre la libertad de expresión y las manifestaciones homofóbicas. Pero, pero, pero ¿y qué de otras graves, severas y discriminatorias contra las mujeres? Las buenas conciencias no son buenas consejeras. ¿Picardía Mexicana será libro prohibido? ¿Lo quemarán en la hoguera de las principales plazas del país?
Mejor una campaña que eduque. Por cierto, un paso sería recuperar aquellos textos de El Buen Ciudadano que, sin excesos ni chauvinismos, enseñaba hasta cómo cruzar una calle. No es mucho pedir, mejor que el acto justiciero que termina peor que el remedio. Digo.
QMX/msl