ENTRESEMANA: Reporteros desconocidos…

31 de octubre de 2012
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9:54
Moisés Sánchez L.

La madrugada de este último martes del mes de octubre falleció el colega Armando Gazca Núñez, profesional del periodismo a quien, sin duda, mucha gente y muchos periodistas de las nuevas y viejas generaciones no habrán conocido, o simplemente no recuerdan ni recordarán.

Y es que ése, el del reportero desconocido, es el futuro que aguarda a muchos compañeros que se ganan la vida en el diarismo, periodistas profesionales y de los pocos hechos en la brega, los empíricos que encontraron la vocación en la tecla, como se dice en nuestra jerga al trabajo de escribir para los periódicos, las revistas, las agencias y los noticiarios de la tele y la radio.

Son la infantería que nutre de información a los medios de comunicación, de todos los tamaños, colores y tendencias, sin cuya tarea cotidiana los medios no existirían como tales; serían, acaso, simples vehículos de difusión.

Porque quienes ejercen el periodismo son apasionados del oficio hecho profesión, lo hacen con pasión y evidencia de sabores y estados de ánimo, fotógrafos de lo cotidiano, oráculos y adivinadores, poetas y escrutadores, cronistas y espejo de lo social y sus terribles contradicciones humanas, bohemios y poco abstemios, sibaritas eventuales.

Los periodistas, y me disciplino con mi gremio, solemos conocer de todo con un centímetro de profundidad, aunque hay casos en los que la sapiencia otea a espacios abismales y entonces el reportero se especializa.

¿Cómo y quién era Armando Gazca Núñez? Indudablemente un reportero que cae en alguno de esos escenarios y que trazó su carrera en diarios como Reforma y El Economista; en años recientes laboraba para el programa radiofónico Acento Informativo, en la ciudad de México.

Sí, reportero de la fuente de la Cámara de Diputados, por donde han desfilado desde las vacas sagradas, aquellos reporteros que acumularon riquezas sobre influencias y se encumbraron y olvidaron sus orígenes e incluso se han vuelto patrones del gremio, y reporteros a quienes se trata despectivamente porque perdieron el apellido, es decir, la pertenencia a un medio de comunicación.

Reporteros de la rueda de la fortuna, aquella que los lleva a las primeras planas e ingresan a las agendas de políticos y publirrelacionistas que los felicitan el día de su cumpleaños y le agasajan o le obsequian presentes caros, pero cuando caen en desgracia los arrumban como a la muñeca fea, valga la comparación.

Armando Gazca, un reportero sin mayores pretensiones que las de ganarse la vida como Dios manda en el mercado periodístico de salarios miserables, medianos, aceptables y excepcionalmente suculentos. Tres hijas ha dejado en la orfandad porque era padre soltero, una clase poco conocida en la sociedad pero seriamente alimentada en el oficio de la tecla.

Armando Gazca falleció en edad madura, cuando el vigor de la profesión impulsa hacia espacios de ambición personal, de llegar a ser parte de los periodistas famosos, famosos a secas, no vacas sagradas, no esa especie que se jacta de lo acumulado a fuerza de servirse de la profesión. Allá ellos.

Por eso, quizá por eso, el colega Armando se convierte en parte de las estadísticas de los decesos de mexicanos, en general, no de un periodista para el ciudadano común, aunque para sus compañeros de fuente no tuvo nada de común porque todos somos especiales en nuestro gremio, que de voz en voz comunica la baja de uno de los nuestros.

Reitero: los reporteros sólo somos noticia cuando formamos parte de la tragedia, el día en que nos metemos en aprietos. Porque cuando se fallece en la tecla, a la que nunca se renuncia por más que se nos menosprecie y llame vendidos, sólo nos recordamos entre nosotros.

¡Ah!, vaya con esos simpatizantes del todo o nada, de los 132 y los dizque oficialistas que desde tribunas de oropel insultan a los reporteros en general porque no piensan igual que ellos.

Ayer, antes del amanecer falleció el colega Armando Gazca Núñez y los reporteros de todos los colores, sabores, siglas, pasiones, amores, desencuentros, discrepancias y esos etcéteras que nos convierten en especímenes de especial continuidad lo sentimos; es un deceso del que la sociedad que nos lee, ve y escucha difícilmente se entera y menos siente. El mejor fin del reportero de verdad es morir en la tecla, haber escrito la última nota la noche anterior y no despertar para leerla o escucharla y menos verla. Conste.

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QMX/msl

 

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