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Especial para Quadratín México
CIUDAD DE MÉXICO, 15 de junio (Quadratín México).- Es recomendable que usted analice si el aparato que lleva en su bolso o bolsillo, o agarrado de su cinturón, o como muchos obsesionados, en la mano, es en realidad un teléfono celular o un instrumento a través del cual te mantienen bien vigilado.
Muchas de las dudas se disiparon cuando se supo que los que dan el servicio telefónico celular permiten a las autoridades policiales y de inteligencia acceder a datos de voz y texto transmitidos por estos novedosos instrumentos, especialmente, los llamados smartphones, los cuales en realidad son una especie de aparatos de rastreo o sensores de movimiento
En Estados Unidos se comprobó que el año pasado las compañías telefónicas entregaron sin refunfuñar datos y grabaciones respondiendo a un millón 300 mil peticiones de las policías norteamericanas.
Y ese total no es completo porque una de las telefónicas más grandes, T-Mobile, se rehusó a revelar sus estadísticas al respecto.
Imagínese cómo será en México si en Estados Unidos las corporaciones de procuración de justicia han obtenido acceso a llamadas personales y a mensajes de texto, y otros datos generados por los llamados teléfonos inteligentes sin necesidad de una orden judicial.
Nuestra privacidad, sin duda, es invadida constantemente por las autoridades militares y policiales.
Y para que nos hacemos los que no sabemos, si sí hemos escuchado que el Ejército y la Policía Federal cuentan con aparatos de alta tecnología para interferir llamadas de cualquier celular.
En el caso de Estados Unidos se sabe también que todos los que tienen sus telefoncitos son vigilados frecuente o esporádicamente por el gobierno, el cual busca atrapar a terroristas o a personas que podrían conspirar contra la seguridad nacional o que participan en el crimen organizado.
Todos somos cautivados, impresionados, maravillados por la novedad y la tecnología, pero la mayoría no la entendemos.
Los llamados GPS y aplicaciones de los smartphones o teléfonos inteligentes le sirven a los servicios de inteligencia gubernamentales para saber todo lo que hacemos y todo lo que nos gusta.
Mediante estas novedades, registran todo lo que compramos, dónde y cuándo lo compramos, cuánto dinero tenemos en el banco, a quién mandamos mensajes de textos y electrónicos, que sitios de internet visitamos, cómo y a dónde viajamos, a qué hora nos dormimos y nos despertamos y mucho, mucho más.
Lo sabemos porque de repente abrimos nuestro email y nos encontramos con un montón de spams que incluso se cuelan a nuestro buzón de entrada, mediante los cuales nos ofrecen servicios y productos que creen que queremos. ¡Pero claro!
Todos hemos escuchado de las maravillas de compartir a través de las redes sociales, a través de las cuales sin querer, es decir, automáticamente, todos se enteran de lo que hacemos.
Pero de lo que no nos hemos enterado es de que compartimos involuntariamente, también, con los que nos vigilan. Y aunque muchas veces sí invitamos a que sepan de nosotros al meter un destino en nuestro GPS o un criterio de búsqueda en Google, ellos nos ven sin que nos demos cuenta y sin que lo provoquemos, o por lo menos eso creemos.
“Todos los años empresas privadas invierten millones de dólares para desarrollar nuevos servicios de rastreo, almacenamiento y prestación de palabras, movimientos e incluso pensamientos de sus clientes”, escribió Paul Ohm, un profesor de leyes de la Universidad de Colorado. “Estos servicios invasores de privacidad han demostrado ser irresistibles para los consumidores, y ahora millones de personas poseen sofisticados instrumentos de rastreo (smartphones) que tienen sensores y que siempre están conectados al internet”.
Ohm los denomina instrumentos de rastreo. En esto coincide Jacob Appelbaum, un desarrollador y vocero del proyecto Tor, el cual permite a usuarios navegar anónimamente en el internet. Otros académicos los llaman minicomputadoras o robots a los telefoncitos. Todos están batallando por encontrar el nombre correcto para los instrumentitos, porque no creen que sea adecuado llamarlos celulares o smartphones.
No es un juego de semántica. Los nombres son bastante importantes por el simple hecho de que el nombre va a determinar lo que tú piensas sobre lo nombrado. Por eso es básico que si Sorianagate, antiPeña, narcopolíticos, tú entiendes.
Por lo tanto, en los últimos años las compañías celulares han mejorado su tecnología geográfica como algo casi medular de su servicio. Las implicaciones de privacidad y vigilancia son evidentes. Si saben dónde estás, seguramente saben lo que haces.
Los sistemas celulares están checando constantemente la ubicación de todos los teléfonos en sus redes y esa información la guardan durante año o más. Obvio, que estos datos son mina de oro para la policía y para anunciantes.
El Departamento de Justicia estadounidense reconoció este hecho, pero tenemos que ver las consecuencias.
Perfecto, pues resulta que a través de los datos geográficos, según reveló la Corte de Apelaciones de Estados Unidos, pueden saber si vas a la iglesia los domingos o si vas diariamente a las cantinas. Pueden saber si vas al gimnasio o si en realidad engañas a tu pareja. Claro, saben si recibes tratamiento médico; si eres miembro de alguna asociación o grupo político.
Aún más diabólico y fascinante es el hecho de que con la información geográfica pueden analizar con un cruce de datos de tus amigos y asociados y lugares frecuentados, en dónde estarás en el futuro con un grado de precisión bastante elevado. Está cañón, ¿no?
Si después de todo esto seguimos un poco ingenuos sobre cómo decirles a estos aparatitos, el profesor de leyes de la Universidad de Columbia, Eben Moglen, discute que son simplemente robots y nosotros somos sus manos y sus pies.
“Estos aparatos lo ven y lo saben todo. Nuestra posición, si estamos casados y qué relación tenemos con otros seres humanos o robots. Estos aparatos son intermediarios de la información que circula a nuestro alrededor”.
Lo que es un dato interesante es que los teléfonos éstos, ya no lo son tanto. Intento decirles que su función como tal ha pasado a quinto lugar en la práctica porque los usamos más para navegar en el internet, checar las redes sociales, jugar juegos y escuchar música, y muy ocasionalmente, para hacer llamadas.
Los smartphones están usurpando las funciones de las laptops, cámaras, tarjetas de crédito y relojes.
Bien, si ahora te das cuenta de los riesgos y quieres evitar ser vigilado, tu mejor opción es tener uno de prepago y no uno de plan, porque el primero normalmente no requiere de registro de identidad.
De cualquier manera se registra toda la información, pero no están conectados a tí por nombre, aunque claro, con el uso y análisis del uso, pues se podrá averiguar. Aunque siempre está la opción que los cambies de vez en cuando, como hacen los terroristas, narcotraficantes y activistas que están en la lista negra de sus gobiernos.
Para la persona común, esto resulta incómodo, por lo que podemos dejar el teléfono en casa, pero esto derrotaría el propósito de éste. Lo podemos apagar, mientras no lo estemos usando y así dejará de transmitir su ubicación. No creo, porque los smartphones son tan inteligentes que aun apagados siguen transmitiendo señales. Apenas quitándole la batería, pero qué incómodo resulta eso, aparte de que por ejemplo, si haces eso con el IPhone, se cancela tu garantía.
Matt Blaze, un profesor de ciencias de la computación e informática de la Universidad de Pennsylvania, ha escrito prolíficamente sobre el tema y él cree que solo tienes dos opciones: no tener teléfono o vivir vigilado.
Pero hay otra opción y es la de estar conscientes de lo que hacemos para no dar la idea equivocada a quienes nos vigilan.
En conclusión podemos odiar o amar estos instrumentos, pero lo que sería bueno es que los nombre por lo que son, para que podamos saber lo que hacen.
QMex/oab