Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
El modelo de masas (1910-1970).
El auge de los partidos de notables estuvo acompañado por fuertes transformaciones sociales que rápidamente impactaron en la acción política. Se constituyó una nueva configuración del modo de ejercer la política que en varios sentidos era la contracara de la anterior: estados amplios que regulaban lo económico, sociedades que generaban fuertes identidades colectivas y regímenes políticos llamados democracias de partidos que se legitimaban bajo la idea de la representación política de intereses sociales.
A lo largo del siglo XIX las naciones centrales vivieron una transformación monumental en un plazo históricamente breve, alimentada por los procesos de urbanización e industrialización que cambiaron radicalmente la cara a las sociedades. En el marco de esta transformación se fue constituyendo un nuevo actor social, la clase obrera, que se organizó colectivamente enfrentado al sistema en su conjunto, inspirado ideológicamente en las diversas corrientes del socialismo que proliferaron a lo largo de la segunda mitad del siglo.
Las luchas libradas por los sindicatos, con el propósito de alterar el orden social y obtener mejores condiciones materiales de vida para sus asociados tuvieron un papel fundamental a la hora de ampliar la ciudadanía política, terminando con los umbrales censitarios de incorporación que caracterizaron a los regímenes políticos del siglo XIX. En tal sentido, la irrupción de esta nueva clase en el escenario político tuvo como corolario la lucha por romper la base estrictamente material a la que se ligaba el modelo parlamentario, para permitir la ampliación de la participación política.
Una vez aceptado el criterio numérico como elemento central de determinación de la autoridad política (democracia), que la discusión sobre los criterios de exclusión (de capacidad, de género, de riqueza o de ingreso) y el umbral de incorporación pasaran a estar sujetos a determinados análisis de costo-beneficio, se logró –más tarde o más temprano según las diversas alianzas sociales- alcanzar el sufragio universal. De esta manera, a principios del siglo XX las instituciones del régimen político se habían transformado y la moderna democracia de masas se sustentaba sobre la base de cuerpos electorales muy amplios y heterogéneos que aglutinaban una gran diversidad de intereses materiales e ideales.
Paralelamente, el estado se fue transformando hasta adquirir la forma del modelo del Estado Keynesiano de Bienestar, pasando a ocupar un lugar central en la sociedad, en franca contraposición a los tipos estatales liberales que habían proliferado en el siglo XIX. Este modelo amplio de estado suponía siempre algún grado de subordinación de los mercados a la política y actuaba en una doble dimensión: como modernizador e integrador. Como integrador, en el sentido de ampliar la inclusión efectiva de las capas sociales inferiores, que se habían vuelto políticamente relevantes desde la aprobación del sufragio universal masculino. Como modernizador, sustentado en la creencia de índole keynesiana de que el estado debía actuar como un agente de desarrollo económico, para evitar las recurrentes crisis características del siglo XIX.Para responder a estas cuestiones los estados se ampliaron, generando todo un entramado de organizaciones burocráticas que iban desde la regulación de áreas económicas hasta tareas productivas. La relevancia de las decisiones estatales para la vida de los ciudadanos se volvió enorme, ya que éstas, entre otras cosas, creaban empleo, tasaban diferencialmente a las áreas económicas y generaban programas sociales de diversa índole.
Con este nuevo entorno organizativo, los partidos políticos se enfrentaron a la necesidad imperiosa de transformarse para adecuar sus estructuras a los nuevos requerimientos de las sociedades, asumiendo así las principales características del modelo de partido de masas, burocrático de masas o de integración. Estos partidos implicaron una transformación radical porque se presentaron a elecciones como representantes de grupos sociales pre-políticos (obreros, católicos, campesinos y un largo etcétera) a los que pretendían expresar e integrar políticamente. Así, los partidos de masas tenían fuertes vínculos con la sociedad y las diferencias entre ellos parecían ser efecto y reflejo de las divisiones sociales. Pero no sólo se consolidaron sobre los intereses y las luchas de los grupos sociales sino que demandaban un fuerte compromiso de los individuos con el partido, quienes al afiliarse adherían al programa partidario y se comprometían a financiarlo. La estructura organizativa de un partido de este tipo adquirió una alta densidad y complejidad institucional que comenzaba en los afiliados y seguía en los locales territoriales donde éstos se juntaban, discutían y elegían a sus delegados para los comités seccionales, provinciales y nacionales. Para mantener este gigantesco aparato partidario se necesitaban grandes recursos monetarios, ante lo cual a las cuotas de los afiliados se le sumaron los aportes de la organización “amiga” -especialmente sindicatos- con la que el partido compartía su visión del mundo y con la que desarrollaba una relación de tipo simbiótica.
La representación política fue perdiendo así la condición de confianza personal propia de los partidos de notables, para adoptar la forma de representación de intereses. Las sociedades modernas, y por tanto sus electorados, son por naturaleza heterogéneas y en ellas los partidos congregan a individuos más o menos semejantes en términos de status socioeconómico, creencias religiosas, actitudes y visiones del mundo, oponiéndolos a quienes se diferencian de ellos en relación a los mismos criterios. Así, los partidos estructuran el campo político, representando en él a los actores sociales. Recordando que se trata de tipos ideales que nunca se presentan plenamente en la realidad, en este período la representación llega a ser sobre todo el reflejo de la estructura social.
La coincidencia entre los intereses de representantes y representados puede interpretarse como un caso de homología estructural entre dos juegos autónomos: el juego político y el juego social. Una relación de homología estructural significa que la lógica de las relaciones entre los actores (representados) de la sociedad es equivalente a la de los actores (representantes).
En este sentido, la representación adquiere la significación de una puesta en escena del conflicto social (recordemos el origen teatral del concepto), siendo que el actor representativo encarna en el escenario político los intereses de los actores sociales. Esta característica de la política no venía dada por un mero reflejo de la estructura social, sino más bien por el importante rol que el estado tenía en la pugna distributiva. Los partidos buscaban el apoyo de los electores, ofreciendo paquetes de políticas estatales que los beneficiaran específicamente.
De esta manera, la relación representativa se volvió aún más fuerte que antes. Con este modelo partidario los votantes elegían a un partido con el que compartían sus intereses, que se explicitaban claramente en las propuestas y plataformas partidarias. Una vez en el parlamento, los representantes debían obediencia al bloque partidario, volviéndose absolutamente inútil la práctica del debate parlamentario. Si alguno desobedecía al partido y traicionaba así a sus votantes, el primero simplemente no volvía a ubicarlo en la lista partidaria en la elección siguiente.
La evocación al partido de masas en México. se estructuró en forma de partido movimiento en 2018, sin una clara identidad ideológica, línea política y programa. Bastó la confianza de un segmento del electorado en el liderazgo carismático de un personaje con legitimidad en el acceso a la élite política. Ya en el desempeño, la gestión del presidente, López Obrador se ha expresado en un liderazgo ausente que, si bien con su estructura polar ha desmantelado paso a paso el vigor del sistema de partidos, la realidad se reafirma como su efectivo contrapeso. Aúlla con los lobos para que no te devoren, dirá Elías Canetti.
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