Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
En las democracias representativas, que son las formas de gobierno predominantes hoy día, las decisiones son tomadas por representantes que deciden lo que los ciudadanos deben hacer como lo que no pueden hacer y los coaccionan para que acaten esas decisiones.
El significado que el politólogo, Adam Przeworski da a la representación es el actuar con el mejor interés del público. En el reto de garantizar que los gobiernos funcionen precisamente con base en los intereses de la sociedad y no los propios o de sólo cierto grupo de interés, es que se realizan constantes reformas al Estado.
Así, el problema se vuelve más fácil de dilucidar si en el diseño institucional definimos qué instituciones precisamente permiten al gobierno gobernar y cuáles consiguen que la sociedad controle esos gobiernos.
Y en el largo recorrido por lograr este objetivo, el de la construcción de normas que garanticen la verdadera representatividad, hemos transitado lo mismo por el despotismo, monarquía e incluso la democracia, hasta arribar a la denominada democracia representativa.
La estructura de este tipo de gobiernos está caracterizada por los mandatarios, los que gobiernan, que son designados a través de elecciones; ciudadanos libres para discutir, criticar y demandar en cualquier circunstancia, pero que no están capacitados para ordenar qué hacer al gobierno; a su vez, el gobierno se encuentra dividido en órganos separados que pueden controlarse recíprocamente, y está limitado en cuanto a lo que puede hacer por una Constitución, al tiempo que los gobernantes están sometidos a elecciones periódicas.
Se optó por esta forma de gobierno preponderantemente porque al menos teóricamente es la que mejor garantiza que los representantes estén en condiciones de gobernar y los ciudadanos en la de vigilar que lo hicieran bien y pusieran a salvo los intereses de la sociedad.
Mediante la evolución política en las formas de gobierno y de democracia llegamos a los gobiernos aristocráticos y oligárquicos, en los que los pocos gobiernan sobre la mayoría, pero la sociedad tiene a su favor aparentemente que sus representantes y gobernantes son electos por ellos en forma periódica, lo que es distintivo de toda democracia.
Efectivamente, nos dice Przeworski, la democracia es representativa porque los gobernantes son electos. Pero incluso para que esto sea así, se requieren condiciones básicas: si las elecciones son libres y disputadas, diríamos hoy, competitivas; que la participación sea ilimitada, que los ciudadanos cuenten con libertades políticas. Teóricamente, esto garantizaría que los representantes y gobernantes actuaran anteponiendo el interés de la sociedad.
Bajo esta perspectiva, tanto los partidos como los candidatos elaboran propuestas, proyectos de gobierno y explican a la sociedad en las campañas la forma como positivamente impactarían en el bienestar de la sociedad. Esto impone a los vencedores de toda elección el imperativo de la responsabilidad, es decir, la selección de los mejores proyectos para que sean evaluados positivamente por los electores, porque han de continuar su carrera política y con base en el resultado de su gestión tendrían o no el respaldo nuevamente de los votantes.
En la coyuntura más reciente, Przeworski nos dice que la democracia estadounidense está rota y por contra, los politólogos, Daniel Ziblat y Steven Levitsky nos alientan a defender cada forma de democracia para robustecerla con las mejores prácticas. Es verdad que el Colegio Electoral de EUA, ha funcionado (en parte) por la voluntad de las partes para aceptar sus reglas a pesar de ser un esquema arcaico concebido por los padres constitucionales en la fundación de la unión americana.
La derrota del aún presidente, Donald Trump es el fin del concepto que, en la conversación del mundo de la política ha sido llamado la Internacional Populista y, es también el impulso de Trump para construir un relato (el fraude) que le permita consolidar su base de votantes y desplazar al partido republicano, mostrando que el trumpismo es su principal activo y fuerza electoral.
Para el presidente electo, Joseph R. Biden, su victoria representa el retorno de las prácticas del sistema Washington, en que las piezas del sistema político (los partidos, la Corte, la Casa Blanca) le devuelven a la potencia mundial el vigor de su diseño institucional que contribuya a derribar la estructura polar que destacó la división entre los estadunidenses en los cuatro años previos, no sólo en torno de la política gubernamental operada desde la Casa Blanca, sino en su convivencia comunitaria. Al final, las piezas rotas de la democracia a que alude Przeworski tendrán la oportunidad de la certidumbre para restaurarlas y defender toda forma de democracia es la principal lección que dan los ciudadanos estadunidenses alrededor del mundo.
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