Teléfono rojo/José Ureña
Con el entorno organizativo de masas, los partidos políticos se enfrentaron a la necesidad imperiosa de transformarse para adecuar sus estructuras a los nuevos requerimientos de las sociedades, asumiendo así las principales características del modelo de partido de masas, burocrático de masas o de integración. Estos partidos implicaron una transformación radical porque se presentaron a elecciones como representantes de grupos sociales pre-políticos (obreros, católicos, campesinos, etc.) a los que pretendían expresar e integrar políticamente. Así, los partidos de masas tenían fuertes vínculos con la sociedad y las diferencias entre ellos parecían ser efecto y reflejo de las divisiones sociales. Pero no sólo se consolidaron sobre los intereses y las luchas de los grupos sociales sino que demandaban un fuerte compromiso de los individuos con el partido, quienes al afiliarse adherían al programa partidario y se comprometían a financiarlo. La estructura organizativa de un partido de este tipo adquirió una alta densidad y complejidad institucional que comenzaba en los afiliados y seguía en los locales territoriales donde éstos se juntaban, discutían y elegían a sus delegados para los comités seccionales, provinciales y nacionales. Para mantener este gigantesco aparato partidario se necesitaban grandes recursos monetarios, ante lo cual a las cuotas de los afiliados se le sumaron los aportes de la organización “amiga” -especialmente sindicatos- con la que el partido compartía su visión del mundo y con la que desarrollaba una relación de tipo simbiótica. La representación política fue perdiendo así la condición de confianza personal propia de los partidos de notables, para adoptar la forma de representación de intereses. Las sociedades modernas, y por lo tanto sus electorados, son por naturaleza heterogéneas y en ellas los partidos congregan a individuos más o menos semejantes en términos de status socioeconómico, creencias religiosas, actitudes y visiones del mundo, oponiéndolos a quienes se diferencian de ellos en relación a los mismos criterios. Así, los partidos estructuran el campo político, representando en él a los actores sociales. Recordando que se trata de tipos ideales que nunca se presentan plenamente en la realidad, en este período la representación llega a ser sobre todo el reflejo de la estructura social. La coincidencia entre los intereses de representantes y representados puede interpretarse como un caso de homología estructural entre dos juegos autónomos: el juego político y el juego social. Una relación de homología estructural significa que la lógica de las relaciones entre los actores (representados) de la sociedad es equivalente a la de los actores (representantes). En este sentido, la representación adquiere la significación de una puesta en escena del conflicto social (recordemos el origen teatral del concepto), siendo que el actor representativo encarna en el escenario político los intereses de los actores sociales. Esta característica de la política no venía dada por un mero reflejo de la estructura social, sino más bien por el importante rol que el estado tenía en la pugna distributiva. Los partidos buscaban el apoyo de los electores, ofreciendo paquetes de políticas estatales que los beneficiaran específicamente. De esta manera, la relación representativa se volvió aún más fuerte que antes. Con este modelo partidario los votantes elegían a un partido con el que compartían sus intereses, que se explicitaban claramente en las propuestas y plataformas partidarias. Una vez en el parlamento, los representantes debían obediencia al bloque partidario, volviéndose absolutamente inútil la práctica del debate parlamentario. Si alguno desobedecía al partido y traicionaba así a sus votantes, el primero simplemente no volvía a ubicarlo en la lista partidaria en la elección siguiente. El debate parlamentario y el diálogo son los grandes ausentes del proyecto lopezobradorista, acostumbrado el caudillo a su liderazgo carismático, ha debido enfrentar la política de la realidad: no obstante su política estatal de generar un esquema de transferencias para persuadir a su voto cautivo que continúen con él, al mismo tiempo su propia base de apoyo reprueba su administración rubro por rubro. ¿Qué decisión tomará entonces el presidente al observar ese doble comportamiento de sus propios electores? Una de las explicaciones es fundar el respaldo social no hacia el aparato público que detenta, sino hacia su causa personal y, los nubarrones de ese contexto no los padece su “movimiento”, sino que se expresan en la degeneración autoritaria que el profesor, Guillermo O’Donell denominó las conclusiones tentativas de las democracias inciertas. Facebook: Daniel Adame Osorio. Instagram: @danieladameosorio.Twitter: @Danieldao1 |