![](https://mexico.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2025/02/Sheinbaum-en-Veracruz-foto-gob-107x70.jpg)
Desde el Cuarto de Guerra
La sociedad moderna se caracterizó por la fragmentación pero no por la desarticulación; la disolución de la unidad pre-moderna decantó en un conjunto de partes o sectores ordenados y articulados políticamente. En este sentido, la pérdida del “interés de todos” no resultó en un millar de intereses antagónicos en guerra de todos contra todos. Estas ideas de la modernidad nos hablan de una característica de las sociedades históricas: su división en sectores o partes claramente diferenciadas, no sólo para los observadores sino principalmente para los sujetos reales.
Cuando se habla de sociedad industrial o moderna se hace referencia a la existencia de diversos agentes sociales, que la naciente sociología llamó clases y que se definen y articulan en relación a la prosecución de los intereses propios que se visualizan como centrales frente a una determinada coyuntura.
Ahora bien, para que la idea de representación funcione, deben darse dos condiciones: gobiernos representativos y sociedades representables.
En este punto, se puede coincidir en que las sociedades históricas posteriores a la revolución industrial se articulaban en grupos más o menos difusos en función a determinados intereses. La representación fue posible entonces en la sociedad en tanto los individuos podían reconocerse como pertenecientes a una parte de ésta, y, por consiguiente, verse o sentirse representados por un partido. Así, la idea de representación se materializó en el mundo moderno a través de la existencia de partidos que representaban a los diferentes sectores constitutivos de la sociedad.
Los partidos políticos hubieran sido considerados una aberración para el pensamiento clásico en tanto facción que opone un interés particular al interés general. En sus inicios, los partidos políticos fueron unánimemente rechazados por los pensadores y los teóricos de la política. Hasta el siglo XVIII, el término utilizado con preponderancia para referirse a ellos era el de facción, claramente peyorativo y que aludía a grupos sediciosos, perturbadores del orden público, nocivos. Incluso cuando comenzó a distinguirse entre partido y facción, ambos eran percibidos en términos negativos.
Los distintos grupos dirigentes de la Revolución Francesa, enfrentados en numerosas cuestiones, compartían sin embargo el rechazo hacia los partidos políticos. Se entendía que el “interés nacional” se contradecía con la existencia de múltiples partidos. Lo propio ocurría con los pensadores de la Revolución Americana, lo cual es aún más curioso dado que muchos de ellos fundaron los primeros partidos políticos modernos del mundo.
Sólo cuando la lógica del pluralismo comenzó a imponerse pudo apreciarse que los partidos representaban partes del todo y no necesariamente partes contra el todo Pero esto desafiaba una viejísima idea: la de que el bien común de las sociedades era uno y sólo uno, y que todo interés divergente a su interior era sedicioso, desestabilizador, mezquino. A finales del siglo XIX, la propia práctica política había convertido a los partidos en parte inherente a las democracias y otros regímenes que aceptaban cierta competencia en su interior. Dentro de los parlamentos se desarrollaron los primeros partidos, al comienzo como coaliciones intraparlamentarias que surgían en torno a temáticas puntuales. De esta manera, el surgimiento de los partidos estuvo íntimamente relacionado con la aparición de gobiernos representativo-electorales.
Como sabemos, la idea de la elección era una herramienta característica de la aristocracia. En teoría, cuando uno elige no vota al más parecido (principio democrático) sino al que cree mejor (principio aristocrático). Por eso las elecciones ocuparon un lugar marginal en las instituciones políticas de la democracia griega y sólo se generalizaron cuando se buscó seleccionar a algunos para que gobernaran en nombre de todos.
Actualmente, existe la tendencia a identificar como democracias los países que, tras garantizar una serie de derechos a sus ciudadanos, seleccionan a sus gobernantes mediante la elección libre entre partidos. Así, gobierno representativo y mecanismos de elección se volvieron una pareja simbiótica en la enorme mayoría de los diseños institucionales modernos. Nuestro modelo de democracia ha respondido a la lógica de un régimen hegemónico. El partido de los partidos regionales lo llamó en la democracia en México, Don Pablo González Casanova.
Para combatir esa hegemonía y dar continuidad a la elección libre entre partidos y auténtica, México evolucionó hacia un modelo de democracia que, es verdad tiene sustento en el sistema de partidos, en la lógica de acordar a través de sus actores, ocho reformas electorales que, desde hace 32 años garantizan un modelo institucional con elecciones libres y auténticas, defendámoslo del lopezobradorismo.
Facebook: Daniel Adame Osorio. Instagram: @danieladameosorio. Twitter: @Danieldao1