Visión financiera/Georgina Howard
Aunque el espionaje se ha especializado y tecnificado a niveles infamantes, sus funciones más simples (que nunca honestas) se pueden reducir a las mencionadas por Kautilya hace veintitrés siglos: recolección de noticias, comprobación de lealtades y manejo de propaganda. Desde la perspectiva del gobernante, se entiende su utilidad para lograr lo único que interesa al poder: conservar el que se tiene y aumentarlo en lo posible.
Al contrario de lo que hoy se quiere insistir, el espionaje nunca es aséptico ni impersonal; el espionaje no son sólo datos y programación. Por tanto, ‘Pegasus’ no es sólo un programa, un software o un sistema: son hombres y mujeres que con mayor o menor poder han utilizado recursos técnicos de la forma más innoble. Además, los efectos del espionaje tampoco son inocentes, la historia refleja que aquel va acompañado invariablemente de la mentira política, la persecución de opositores, la desestabilización de pueblos, la inoculación de ideologías de ocasión y, por supuesto, de los crímenes de Estado, las insurrecciones fratricidas y la guerra total.
Lo que se ha ido revelando esta semana sobre la operación del ya famoso software ‘Pegasus’ es alarmante porque no se trata de un ‘sistema de inteligencia para el combate del terrorismo o ciberterrorismo en países democráticos’ sino un verdadero ‘sistema de espionaje israelí vendido por particulares a regímenes autoritarios que desean investigar a periodistas, activistas de derechos humanos y a potenciales opositores políticos’.
Desde hace años se tenía sospecha de que los recursos tecnológicos de estas empresas de ciberseguridad no sólo se adquirían para el combate al crimen, sino para las funciones que los regímenes y los poderes fácticos que buscan controlar a toda costa: tener información de sus adversarios políticos, verificar la lealtad de los ciudadanos y eliminar los potenciales riesgos para la estabilidad de su poder.
Esta es la razón por la cual, cuando se habla de espionaje no puede haber neutralidad. Es una práctica ignominiosa y cruel cuando se está vulnerable a ser espiado; pero es un servicio de seguridad y estabilidad para aquellos que detentan el control. Desde el poder, un mundo sin las intrincadas redes de espionaje básicamente se hundiría en el caos; mientras, desde las estructuras intermedias de la sociedad, el espionaje es una herramienta del autoritarismo.
En el fondo no hay ninguna sorpresa en que las nuevas herramientas digitales hayan hipertecnificado el espionaje al grado en que los clientes de NSO Group puedan ver y escuchar a sus ‘objetivos’ de interés; tampoco es realmente una noticia que diferentes gobiernos o poderes (con diversas problemáticas) hayan echado mano de esta herramienta. Sin embargo, no por ser un mecanismo casi natural de autopreservación del poder no debiera inquietarnos. Especialmente porque, es altamente probable que, derivado del espionaje a ciertos personajes junto a la exposición y vulneración de periodistas, opositores o líderes comunitarios, se haya provocado la muerte de alguno de ellos, la intimidación o el silenciamiento de sus voces. Y todavía peor, al existir la evidente sospecha de que el gobierno israelí de Netanyahu ha espiado a líderes mundiales a través de la herramienta de ciberseguridad, se encienden las alarmas de desastre geopolítico.
Ahora, mientras el mundo redescubre la diplomacia para salir del entuerto en el que lo ha sumido el software ‘Pegasus’, no hay que perder de vista la sospechosa parsimonia y tranquilidad con la que los líderes políticos echar a andar a sus fiscalías y ministerios de defensa contra el espionaje que ellos mismos sufrieron. Quién sabe, quizá no tienen intensión de correr por completo las cortinas del misterio.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe