Contexto
¿Por qué los mexicanos no sabemos decir: ¡No sé!?
En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario. George Orwell.
Un profesor de posgrado en México llegó el primer día de clases y pidió a sus alumnos sacar una hoja, para aplicarles un examen.
-Pregunta única: ¿cuánto mide el salón donde vamos a tomar este posgrado?
Sorprendidos por la pregunta y por el examen inusual e ilógico, los aspirantes a una maestría respondieron como Dios les dio a entender. Recogidos los exámenes, el profesor tomó unos minutos para calificarlos. Al cabo de un tiempo breve se aclaró la garganta y les comentó lo siguiente:
-Compañeros, lamento informarles del resultado de su examen. Todos están reprobados.
Esa actitud del profesor causó molestia entre sus alumnos, pues no les satisfacía iniciar un posgrado con calificación reprobatoria. Armados de valor y coraje le reclamaron la calificación y lo absurdo de evaluarlos con una pregunta nada vinculada al curso.
-Profesor, -se animó uno de ellos- realmente me molesta su actitud y habla mal de usted para coordinar nuestro posgrado.
-¿Por qué se molestan compañeros si sus respuestas son erróneas? La respuesta correcta es: ¡No lo sé! Ustedes no tienen por qué conocer ese dato, pues el tema de la maestría es otro; sin embargo, sí tienen la obligación de decir no lo sé, no responder o, en el momento, cuestionar.
La explicación del maestro desconcertó a sus alumnos, pero los enfrentó a asumir decir la verdad y ésa era: ¡no lo sé!
Quizás muchos de nosotros habremos vivido esa experiencia, cuando le preguntamos a un desconocido la ubicación de una calle y, más aún, cuando preguntamos por una calle inventada.
Observen ustedes a su interlocutor. A veces es fácil detectar su desconocimiento, cuando pone cara de iluminado, reflexiona aparentemente y al final nos dice: -¡Ah sí! Tome derecho hasta el segundo semáforo. Ahí da vuelta a la derecha, avanza tres cuadras y da vuelta a la izquierda. La calle que busca es la segunda o tercera.
Como con los médicos, es aconsejable pedir una segunda opinión y si seguimos en buscar la calle que inventamos, nuestro nuevo Guía Roji describirá una ruta totalmente distinta a la primera. Como un burro puede fingir ser caballo, tarde o temprano rebuznará y si somos osados, tenemos confianza de neutralizar la ira de los orientadores, se desarmará si le decimos que la calle es invención nuestra.
Con esta estrategia de buscar calles falsas, más rápido atrapamos a un embustero que a un ladrón.
Afortunadamente hoy contamos con al menos dos herramientas para localizar no sólo calles, sino lugares específicos y casi saber si la persona o el negocio que buscamos se encuentra en casa o está abierto el sitio. Estas aplicaciones son Google Maps y Waze, pero aún no son del dominio popular y permiten a bromistas o personas inseguras que no admiten que no saben algo, abusar de la ingenuidad de quienes confían en el conocimiento y buena voluntad de la gente.
Estas actitudes ilustran un problema serio de ignorancia y de educación. Por una parte que no todos disponemos o tenemos conocimiento de aplicaciones con la famosa vocecita de la española que conoce más de nuestro país y ciudad que nosotros; y por otra que quienes piensan en la vigencia del dicho aquel de: “preguntando se llega a Roma”, corren el riesgo de que si antes dudaban de llegar a su destino, ahora sí no sabrán quién les dice la verdad y continuarán de un lado a otro hasta que alguien se atreva a decir: ¡no lo sé!