
Teléfono rojo
Tolsá nació en Enguera, entonces y ahora, un pequeño poblado en la provincia de Valencia. Murió en México en 1816, a los 59 años. Escultor, arquitecto, pintor y maestro universitario. Educado en las mejores instituciones del imperio, llegó al virreinato con chamba asegurada.
Uno de los mayores placeres es pasear entre libros que se exhiben para su venta, para husmear, todo es bueno, desde las novedades hasta los ejemplares de ocasión. Un adicto a los libros sabe prolongar la sensación de satisfacción y guarda de inmediato el producto mercado para disfrutarlo en la soledad de la biblioteca. Incluso hay quienes, después, lo lleva al buró y lo pone en fila de lectura mientras agotan los anteriores, paladeando el siguiente postre sin terminar el que tiene uno enfrente.
Mi primera experiencia en una feria del libro fue una modesta carpa frente a la escuela Normal de Coahuila y, la más reciente, en el Palacio de Minería (FILPM). En mi récord sobresalen la de Monterrey, CDMX y Guadalajara. Esta última, una verdadera Disneylandia para quienes tenemos la peligrosa costumbre de leer.
A Tolsá se deben notables obras: concluyó la Catedral Metropolitana, la estatua ecuestre de Carlos IV y los palacios de Buenavista, del Marqués del Apartado y Minería. El último es hoy propiedad de la UNAM y, en su momento, se pensó como residencia del emperador Maximiliano y la princesa roja.
Hace muchos años, en el pasaje Zócalo–Pino Suárez, se colocaba un kilómetro de libros. Allí conocí al intrépido Muños Ledo. Eran los días del Frente Democrático. El evento era un espacio plural y el tribuno hacía uso de su capacidad retórica para agarrar al sistema a batazos argumentativos.
La reciente FILPM tenía un aspecto de foco a medio prender. Algunos libreros me comentaron la disminución de visitantes y la negativa de varias editoriales a presentarse, entre ellas, el Fondo de Cultura Económica (FCE). La última, en franco boicot al evento que organiza la máxima casa de estudios y que se remonta a tiempos de Vasconcelos.
En los días de la transformación de cuarta, para el naciente e intolerante régimen, cualquier motivo para polarizar es útil y válido.
Por cierto, frente al palacio de Minería, con todo y sus huevos simétricos, se encuentra el “Caballito”. Una placa avisa que se exhibe por su calidad artística y no por el personaje que representa. Algo cambió: los criollos novohispanos que hicieron la independencia respetaron la obra de Tolsá; en nuestros días, el criollo del FCE ya hubiera decapitado la imagen de don Carlos y, de pasada, la de su caballo.
Lo de los huevos lo descubrió Ignacia Rodríguez, la famosa Güera, y que se tome como anécdota y no de motivo para polarizar. Dentro de mis libros más queridos guardo con firma autógrafa y dedicatoria de Porfirio: “Compromisos”.