Mujeres mexicanas memorables (6)
Felipe de J. Monroy*
Finalmente, tras nueve años de pequeñas implementaciones de cambios en la conducción de la Curia Romana, el papa Francisco ha promulgado el culmen de la reforma de los dicasterios pontificios que gobiernan y dan servicio a la Iglesia católica universal. Y, aunque dicha reforma sólo afecta a las hasta ahora 57 dependencias y organismos de servicio a la Santa Sede, en el pasado se sabía que un cambio así afectaba e inspiraba a nuevas estructuras y dinámicas en las Iglesias locales, aún en las más recónditas.
Sin embargo, esta reforma parece ir en sentido contrario. Esta vez parece que las funciones, el gobierno y el servicio de la Curia Romana debe tomar inspiración de cómo funciona y opera la Iglesia en las periferias. Esta reforma parece llevar algo de realidad y realismo hasta los inmaculados palacios curiales de la Ciudad Eterna.
La Constitución Apostólica ‘Predicate Evangelium’ (Predicar el Evangelio), publicada este 19 de marzo, sustituye y deroga la realizada por Juan Pablo II en 1988 llamada ‘Pastor Bonus’ (El Pastor Bueno), cuyos 193 artículos configuraban la razón, el sentido y la organización administrativa de la Curia Romana. Y hay que decirlo: cada documento responde a distintas miradas sobre la misma Iglesia. Sin duda son dos aproximaciones de dos épocas diferentes hacia una misma búsqueda (la Evangelización de todos los pueblos) y por ello no es exagerado mencionar que la actual reforma pone refuerzos donde intuye que el futuro habrá de poner desafíos a la bimilenaria religión católica.
Uno de los cambios más publicitados que propone ‘Predicate Evangelium’ es la posibilidad de que tanto hombres o mujeres laicos (bautizados católicos que no son religiosos, presbíteros u obispos) puedan asumir funciones de gobierno en la Curia Romana. No es una cosa menor toda vez que ‘Pastor Bonus’ de san Juan Pablo II justo comienza explicando que “la misión de hacer discípulos y de predicar el Evangelio” corresponde a los obispos mientras que los destinatarios de esta misión y servicio son el resto de los fieles.
La nota introductoria de ‘Pastor Bonus’, por ejemplo, busca explicar el origen y las razones de por qué la ‘potestad’ de gobierno -llamada diaconía o servicio para la edificación de la Iglesia- se circunscribe al Santo Padre y al Colegio Episcopal unido al Romano Pontífice y, aunque reconoce en su numeral noveno que a este servicio también se llama a sacerdotes, religiosas y laicos, son sólo en calidad de ‘colaboradores, que sirvan y ayuden al ministerio petrino con su trabajo’.
Por su parte, la reforma planteada por Francisco dice en su preámbulo que la actualización de la Curia “debe prever la implicación de los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad”. El actual pontífice introduce un cambio de mirada: “Predicar el Evangelio es la tarea que el Señor Jesús encomendó a sus discípulos… El Papa, los obispos y otros ministros ordenados no son los únicos evangelizadores en la Iglesia. Ellos saben que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí mismos todo el peso de la misión salvífica de la Iglesia en el mundo”.
Sin embargo, los más profundos cambios que propone esta reforma suceden -como ya dijimos- en un nivel más sutil en la relación de las diócesis y los obispos con el Vaticano y la Santa Sede a través de los dicasterios de servicio. La reforma insiste en que el principio de ‘Comunión’ (el libre y maduro deseo de ser una sola Iglesia) faculta a grandes responsabilidades tanto de los obispos diocesanos como de las Conferencias Episcopales; y por tanto, la Curia Romana no debería ser ya vista sólo como un organismo que verifica y sanciona el funcionamiento de cada Iglesia y de los obispos sino cómo una estructura (más compacta y ágil) que participa del servicio, colaboración y hasta espiritualidad de la Iglesia universal.
La reforma por supuesto implementa además la fusión de algunas oficinas, la ampliación de facultades a otras e incluso la creación de nuevos organismos; de todos estos cambios vale la pena hablar, aunque hay uno que simplemente pone acento hacia ese horizonte de la Iglesia que intuye el papa Francisco: la creación del Dicasterio para el Servicio de la Caridad.
Este nuevo dicasterio nombra como Prefecto de la Caridad al Limosnero del Papa y concreta los apoyos económicos y espirituales del Romano Pontífice “hacia quienes viven en situaciones de indigencia, marginación o pobreza, así como con ocasión de graves calamidades”.
El cambio podría parecer trivial, pero el propio Francisco explica desde el primer párrafo por qué esto forma parte central de la reforma: “La Iglesia cumple su mandato sobre todo cuando da testimonio, de palabra y obra, de la misericordia que ella misma recibió gratuitamente. Nuestro Señor y Maestro nos dejó ejemplo de esto cuando lavó los pies a sus discípulos y dijo que seremos bienaventurados si también nosotros hacemos esto. De este modo la comunidad evangelizadora se inserta con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, acorta sus distancias, se rebaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”.
Se trata, por tanto, de una reforma para que los liderazgos en la Curia Romana no sólo busquen ser ‘discípulos y misioneros’ de la Iglesia sino verdaderos ‘servidores de las periferias’. Una reforma que exige a la Curia Romana buscar inspiración incluso en las últimas o más humildes diócesis del planeta y no sólo en sentido contrario, como había sido costumbre.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe