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La vida, o el éxito en la vida, como decían los abuelos, es remar y remar, a veces contra corriente, pero nunca flaquear hasta llegar a puerto seguro. El fracaso, en esta secuencia de metáforas, significa que no se vale tanto remar y remar, luchar contra todo, contra viento y marea, para venir a morir en la orilla.
Al cumplirse un año más de la muerte de la entrañable amiga María Luisa, La Güera, llega inmediatamente a la memoria el recuerdo de quien fue su pareja y otro querido amigo de la infancia: Carlos, con quien casi desde niños descubrimos el apasionante oficio del periodismo.
En esta historia tuvo un papel protagónico José Luis, otro querido amigo, casi hermano, quien también ya se nos fue por decisión propia. Un buen día dijo: “Pancho, yo me voy a morir de pedo, me quiero morir de pedo”, y lo cumplió hace ya unos cinco años.
A los tres se les extraña, de verdad.
Es claro que en aquellos años infantiles, cuando comenzábamos a descubrir los placeres y sinsabores de la vida, el grupo de amigos era mucho más grande, sólo que entre nosotros nació y se fortaleció una amistad que duró, literalmente, hasta la muerte.
Carlos y María Luisa protagonizaron una singular historia de amor. De esas que solo se dan en los pueblos, en los ranchos o en la fantasía de los escritores de novelas rosas. De esas historias, en donde los padres chapados a la antigua imponen su voluntad a las hijas y las casan con quien creen que será el mejor hombre del mundo, por interés o por capricho, para que al final las hijas hagan lo que les viene en gana. Ese es un cuento de nunca acabar.
Esta vez contaremos la historia de Carlos y La Güera, en otra ocasión la del Cabezón, José Luis, les platicaremos las tremendas e interminables tertulias compartidas en muchos días sin huella.
Todo comenzó allá por los años 70, apenas estaban dejando de ser niños. Cursaban la escuela secundaria. Carlos en tercero, La Güera en primero. Fue algo como eso que los poetas llaman “amor a primera vista”.
Charly, como le decían muchos de sus amigos, provenía de una familia modesta. Siempre fue bien parecido y tuvo mucha suerte con las mujeres, aunque él en lo particular, era más bien tímido; La Güicha, como también le decían a María Luisa, descendía de lo que eufemísticamente se dice, de clase media alta. Ella era una mujer muy guapa, esbelta, de tez blanca, cabello castaño claro y ojos verdes. Eran la pareja ideal, tal para cual.
Ahí comenzó esta historia que terminó 39 años después; hace algunos años cuando La Güera también decidió irse de este mundo en busca de Carlos, para cumplir la eterna promesa de amor que se juraron siendo unos púberes, una bella tarde de verano en un transparente balneario de su bella ciudad veracruzana.
María Luisa y Carlos iniciaron un noviazgo como cualquiera de esa época, no tenía nada de extraordinario ni fuera de lo común. Era parte de las Historias Comunes que a diario se tejen en todas partes del mundo.
Todo fue bien durante un par de años hasta que La Güera cumplió 15 años. La fiesta fue en grande, como correspondía a una debutante de clase media alta de la pequeña ciudad; era su presentación en sociedad, se convertía así en toda una mujer lista para el matrimonio; tal como era el plan de sus padres quienes ya la tenían reservada para un hombre, si un hombre, que no era precisamente Carlos, sino un hombre que le doblaba fácilmente la edad a María Luisa, con dinero y un futuro asegurado…
Y sí, sucedió lo que siempre pasa en estos casos, de acuerdo a las versiones de la época, María Luisa fue casada contra su voluntad cuando apenas rayaba los 16 años. Por supuesto que toda esta serie de acontecimientos destrozaron a Carlos, quien, hasta donde llegan los recuerdos, se alejó de todo y de todos, se hizo ojo de hormiga; se dejó crecer el pelo a la usanza hippy de la época, y descuidó su imagen que siempre había sido impecable, y le perdimos la pista…
…pasaron algunos años, dos?, tres?, mmm. La memoria se pierde en el tiempo. De Carlos, ni sus luces; hasta que una buena mañana sus amigos acudieron a buscarlo para saber cómo estaba y qué planes tenía. Lo encontraron, como se dijo antes, totalmente cambiado y con una melena hippy que le iba muy bien, sobre todo cuando se ponía sus lentes al estilo de B.J. Thomas, un cantante de moda de los años 70. Una de sus rolas, “Gotas de lluvia sobre mi cabeza”, era una de sus preferidas.
De María Luisa, igual, no se supo nada durante un buen tiempo. Lo mismo pasó con aquel grupo de amigos que vivieron de cerca esa efímera relación, que todos supusimos había terminado, pero no fue así.
Carlos aceptó de buena gana “regresar” al mundo, retomar la aventura que iniciaron siendo niños en la secundaria, y fundar otro periódico estudiantil, esta vez, ya siendo jóvenes y con un mayor sentido de la realidad. Lo llamaron “Prensa Libre” y con el impreso como estandarte, Carlos y sus amigos ingresaron a la Escuela Preparatoria.
Ese fue el detonante de una carrera que parecía que con el paso de los años, tendría un final feliz.
Carlos, al lado de sus amigos, retomó su vida y se dedicó, con todos los sacrificios que implica ser de familia modesta, a estudiar y a estudiar hasta que se tituló de Licenciado en Derecho, egresado de la gloriosa Universidad Nacional Autónoma de México.
Para llegar a eso pasó muchos sufrimientos, hasta llegó a vivir en cuartos de azotea, que era en donde menos cobraban por la renta. Como decíamos, fueron años de muchas privaciones, pero que al final de esa etapa, se vieron coronados con la satisfacción de regresar a su pueblo y ser todo un señor abogado.
Pasaron los años y casi nadie sabía nada de María Luisa. Lo poco que se sabía de ella, es que había tenido dos hijos y que en su vida matrimonial no era del todo feliz. Eso se decía, pues nadie hablaba con ella. Ninguna persona podía asegurar que la había visto. Al parecer vivía enclaustrada, como se dice, en una “jaula de oro”.
En tanto, Charly se dedicó a litigar y se convirtió en un exitoso abogado. Conoció a una maestra con quien procreó una hija, pero fue una unión que nunca prosperó. Su amor por La Güera permanecía intacto y lo comentaba con sus amigos a la menor provocación. Eso provocó que su efímera vida al lado de la maestra durara tan poco; aunque claro está, nunca dejó de estar pendiente de su hija.
Con la llegada del éxito profesional, vino el éxito económico y social; los brindis, los cocteles y las fiestas. Los acuerdos en las cantinas y las parrandas sin horario, sin saber si era de día o de noche, o qué día de la semana se estaba viviendo. La felicidad no era completa, ya tenía al mundo en sus manos, pero le faltaba algo o alguien. Ese alguien era María Luisa; su ausencia se reflejaba en la conducta de Carlos. Todos sus amigos lo sabían.
Con las buenas relaciones acumuladas en los juzgados, en las tertulias y en las cantinas, él ascendió en la escala social de su pequeña ciudad. En pocos años fue invitado a ser socio de uno de los clubes más exclusivos a nivel internacional, ese que rememora al rey de la selva. Los Leones.
En esta nueva etapa, él sufrió otro cambio radical de vida, de actitud; se alejó definitivamente de quienes fueron sus amigos de la infancia y que en más de una ocasión le brindaron un apoyo sincero y sin regateos. Amigos de a de veras.
Años después, ya en su nuevo mundo, integrado como asistente distinguido en las fastuosas fiestas en la cueva de los felinos, Carlos finalmente encontró alivio a su atormentada alma. Una noche, durante una de las tantas veladas y tertulias, que entre los pobres se les llama borracheras, entre el distinguido y selecto grupo de damitas de la alta sociedad, estaba La Güera. Sí! ahí estaba María Luisa!. Carlos no lo podía creer. El amor de su vida estaba frente a él. Tan cerca y a la vez tan lejos. Habían pasado casi 20 años desde la última vez que se vieron. Él ya era un cuarentón y ella reflejaba el paso de los años, pero seguía igual de bella, madura pero guapa, como en aquellos años del despertar a la vida.
Para entonces ya eran mediados de los años 90. El reencuentro los hizo felices a los dos y decidieron darse una segunda oportunidad. El amor que se profesaban era envidiable. Carlos ya estaba separado y María Luisa hizo los arreglos para divorciarse del marido, que para ese entonces se acercaba a los sesenta años, y con quien La Güera, nunca se sintió del todo cómoda por la gran diferencia de edades.
Y se fueron a vivir juntos: María Luisa con sus dos hijos ya adolescentes por delante y Carlos, feliz de la vida; él al fin tenía una familia y estaba al lado de la mujer que era el amor de su vida. Ambos habían sufrido ya mucho por no estar juntos y era justo tener ya una recompensa de vida. Aunque la vida les tenía reservadas muchas sorpresas que traerían más dolor, amargura y sufrimiento…
Iniciaron juntos una nueva vida, todo era felicidad. A Carlos el éxito profesional le auguraba un buen futuro, tenía casa propia, auto del año, camioneta para pasear a gusto con su pareja. En el plano familiar su vida ahora era plena. Sin embargo, en el tiempo y la distancia que dejaron de verse, en la vida de ambos hubo sucesos que les cobrarían la factura, y que desencadenarían una serie de acontecimientos que tuvieron trágicas consecuencias.
A raíz de su soledad y su afición al alcohol, Carlos comenzó a desarrollar una cirrosis hepática, la cual no había detectado. Ya unido a María Luisa, y a pesar de que vivían felices y sin apuros económicos, su tren de vida no cambió. Los casos que llevaba, los negocios que tenía y su incursión en la política, le daban el pretexto perfecto para seguir bebiendo. Y así siguió.
Pasaron algunos años de felicidad hasta que un día, casi con la llegada del año 2000, sin mediar ningún aviso la policía se presentó a la casa familiar con una orden de aprehensión en contra de Carlos, lo acusaban de pertenecer a una banda de ladrones de autos de lujo. Incluso la camioneta que tripulaba, tenía reporte de robo. El mundo se les vino encima.
Como buen abogado, se defendió y pudo demostrar que la camioneta le había sido vendida con engaños. El litigio le costó gran parte de su fortuna, pero el precio más caro que pagó, fue el desprestigio. A partir de ese momento ya nada fue igual. Fue el principio del fin.
A pesar de que libró la cárcel y pudo demostrar su inocencia, todas las puertas se le comenzaron a cerrar, sobre todo las del club de notables; aquellos que se dijeron sus amigos, cuando ya no les convino lo dejaron solo. El refugio, como siempre, fue el alcohol, con funestas consecuencias.
Casi paralelamente a la pérdida de su prestigio y parte de su fortuna, sufrió una peritonitis provocada por la cirrosis que prácticamente se lo llevó a la tumba. Pasó varios meses en estado de coma del cual volvió para enterarse que su mujer, la abnegada Güera, había tenido que vender todo: casa, autos, joyas y demás cosas de valor para sufragar los gastos médicos. Se quedaron prácticamente en la calle.
Del glamour y el estilo ganados con tanto empeño y tenacidad no quedó nada. Como pareja entraron en otra crisis, ahora de la pobreza. Sólo los fuertes lazos de amor que se tenían, los mantenían unidos. A partir de entonces María Luisa dedicó todo su tiempo y esfuerzo a cuidar a Carlos.
Pero como siempre, las desgracias no vienen solas…
Además de la gravedad de su esposo, quien sufría hemorragias frecuentes y entraba y salía de los hospitales, al poco tiempo, a su padre le fue detectado un cuadro de diabetes muy avanzado. A su madre, los frecuentes ataques de alzheimer hacían que la señora se extraviara un día sí y otro también, por las calles de la pequeña ciudad. Muchas veces la llevaron hasta su casa personas conocidas que la encontraban vagando sin rumbo fijo y sin saber quién era ni en dónde vivía.
De esta forma se fueron otros tres o cuatro años. María Luisa se multiplicaba para cuidar a cinco personas. A su grave esposo; a su madre, a quien tenía que encerrar para que no se saliera a la calle; a su padre, a quien la diabetes lo iba matando poco a poco; y a su dos hijos que para entonces, afortunadamente, ya eran unos jóvenes que podían valerse por ellos mismos, pero no eran ajenos a la tragedia que se vivía en su casa.
Desesperado y solo, Carlos tuvo que volver los ojos hacia sus viejos amigos, aquellos que alguna vez le echaron la mano sin regateos; él estaba seguro de que lo volverían a apoyar. Y así fue.
En el año 2005 Carlos, ya un poco repuesto pero con el daño hepático irreversible, decidió salirse de su pequeña ciudad y viajar al Distrito Federal a buscar trabajo. Gracias a una antigua amiga de la facultad, consiguió empleo en un tribunal, con un salario exiguo, pero muy digno. Se reencontró con sus amigos de la infancia y se reconcilió un poco con la vida.
A pesar de su deteriorada salud, se daba todavía tiempo para bromear sobre el estado físico de sus suegros, quienes finalmente perdieron la batalla.
Antes de la muerte de los padres de María Luisa, ella iba y venía con la frecuencia que se lo permitía el estado de salud de su familia. Estoica, nunca dejó solo a Carlos, ni en los buenos ni en los peores momentos. Tenía una paciencia de santa, quizá se había resignado a que sufrir era su destino.
Pero como todo tiene un principio y un fin, un buen día falleció el padre de ella, con más pena que gloria y sin estar seguro de haber hecho bien o mal en la vida. Al poco tiempo murió su madre. Con sus partidas La Güera pudo descansar también un poco y dedicarse, otra vez, de tiempo completo a Carlos que para entonces, año de 2007, ya había rentado un departamentito allá por el Pedregal de Carrasco, atrás de su querida UNAM.
Fue como comenzar de nuevo. Iniciaron otra etapa de amor y felicidad. Pero a veces el destino es cruel.
Comenzaba el año 2008 cuando Carlos comenzó a hacer llamadas muy extrañas a Francisco, uno de sus amigos, a quien le decía: “Pancho, por favor llévame a morir a mi tierra”.
El amigo le contestaba: “Qué pasó Carlos, si estás mejor que nunca, no digas eso…”. Fueron muchas llamadas de ese tipo durante los primeros meses de 2008. El amigo no hacía caso de las peticiones.
Una vez pasado el invierno, con la llegada de marzo y los primeros asomos de la primavera, Pancho decidió ir a ver al amigo a ver qué se le ofrecía. La súplica fue la misma: “por favor, llévame a mi pueblo, me quiero morir en mi tierra”.
Finalmente acordaron el viaje con la condición de que Carlos dejara de hablar de ese tema.
La salida fue un viernes por la mañana. Antes de tomar la carretera con rumbo a Veracruz, pasaron a una clínica para un chequeo médico. No se sentía muy bien que digamos. No obstante a pesar de eso, el trayecto fue ameno, platicaron de todo y de nada.
Carlos y María Luisa iban contentos, animados y dispuestos a enfrentar juntos lo que les deparara el destino. Finalmente llegaron a la pequeña ciudad veracruzana que los había visto nacer. Comieron juntos y Pancho se despidió con la firme promesa de regresar pronto para salir a pasear en familia, como amigos, como en los viejos tiempos. Era un viernes.
Al día siguiente, sábado, llegó el aviso que todos sus amigos no querían escuchar.
Carlos había tenido una recaída hemorrágica y había sido internado de urgencia. Otra vez estaba en estado de coma. Sobrevivió domingo y lunes. El martes por la mañana falleció. Cumplió su deseo. Murió en su tierra. Eran los primeros días de marzo de 2008. Descanse en paz.
De este golpe nunca se repuso María Luisa. Ella que había resistido todo por amor, nunca pudo superar la muerte del entrañable Carlos. A partir de entonces, su salud comenzó a deteriorarse y nada hizo por cuidarse. La tristeza y la depresión por la partida del ser amado, fue superior a cualquier cosa, aun a costa de su propia vida.
Y una vez más, el destino le cobró la factura. Sobrevivió apenas poco más de un año a la muerte de Carlos, por estas fechas se conmemora un año de muerte.
El amor todo lo puede y siempre triunfa ante el mal. Al final, Carlos y María Luisa disfrutan de su amor, que quizá no era de este mundo. Fue un amor de otra dimensión. En esta vida nunca fueron felices del todo, remaron y remaron para venir a morir en la orilla de la playa.
Antes de irse, Carlos supo que iba a ser abuelo por parte de la hija de María Luisa, si era niña se llamaría Carla. Si era niño, se llamaría como él.
Esa fue quizá la mejor noticia de su trágica vida.
Ahora los dos descansan al pie del Pico de Orizaba…VCR.
QMX/fsf