Abanico
A Gabriel García Márquez le hubiera gustado publicar su magna obra “Cien Años de Soledad” en México. De hecho lo intentó. Es que la había escrito aquí inspirado por “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo; aquí recreó, cargado de nostalgia y a distancia, a su tierra, Aracataca, Colombia, el Macondo de caña brava inolvidable en donde nació el 6 de marzo de 1927: hace 86 años apenas. Aquí estaba con su mujer, Mercedes Barcha; aquí estaban sus hijos: Rodrigo y Gonzalo; aquí vivía desde principios de los sesenta y aquí quería vivir, como es que es hoy mismo.
Pero no. Ocurrió que llevó el original a una editorial mexicana que por entonces y aun hoy publica obra novedosa, crítica, a veces ensayo político, social o histórico; también literatura… Pero como ocurre por regla general, la obra propuesta por el escritor colombiano ya mexicano, fue sometida al criterio de sabios dictaminadores: uno de ellos muy famoso, enfático descalificó “Cien años…” diciendo que la propuesta literaria era una verdadera locura, sin pies, ni cabeza, ni tronco o extremidades –o algo así- y que era incomprensible, infumable e impublicable: que sería un fracaso. Naturalmente no se publicó.
Lo que ocurre con frecuencia, aquí, es que el ambiente cultural mexicano –nacional o estatales- está hecho de camarillas, de amigos y no amigos, de círculos concéntricos, de odios profundos, de desquites y de aquella vieja historia de los cangrejos en la cubeta en donde ninguno podía salir de ella porque cuando alguno estaba a punto de conseguirlo, el resto se encargaba de echarlo abajo…
Pues él quiso, pero no, así que el que muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, sería Premio Nobel de Literatura -1982- por “Cien años…”, se fue con su libro a otra parte: a Argentina, en donde la Editorial Sudamericana sí lo publicó y apareció en junio de 1967. En una semana la obra vendió 8 mil copias… y de ahí en adelante millones de ejemplares.
Mucho se ha escrito sobre “Cien años…”, y más que se hará. Hay razones para ello. En particular los latinoamericanos nos encontramos en el libro; nos vemos y nos identificamos en sus páginas como en un espejo, porque la vida de la familia Buendía es parte de la vida de cada uno de nosotros, desde el Bravo a la Patagonia. La convivencia de la realidad con lo mágico es parte de nuestra vida cotidiana. El sueño interminable de mundos fantásticos es cosa de todos los días. Los alebrijes oaxaqueños lo son.
Hombres y mujeres se unen en una gesta constructora, a pesar de la maldición que pesa sobre los personajes de García Márquez, una maldición que es nuestra propia maldición por no sabernos felices a fin de cuentas y porque la búsqueda interminable de la felicidad nos ha conducido a la soledad, que no por serlo, es infelicidad fatal. Octavio Paz en “El laberinto de la soledad” ya nos lo explicó.
Pero García Márquez a fines de los sesenta no era un escritor novel. De hecho comenzó desde 1948 como periodista escribiendo notas y reportajes para un periódico colombiano: es en el ejercicio del periodismo en donde nutre su facilidad para la escritura, al mismo a tiempo vertiginoso como preciso. Directo e inmediato. Y es cuando surge la intersección entre periodismo y literatura porque en 1947 publica en El Espectador, de Colombia, su “Relato de un náufrago” que ya oscila entre el periodismo y la literatura…
Ese mismo año publicó su primer cuento: “La tercera resignación”. En 1955 publicó su primera joya literaria: “La hojarasca”: la más sincera y espontánea. Así que, el periodismo le da origen, la vida los elementos, su talento y su imaginación desmesurada la creatividad y el sueño de mundos iluminados por el hecho humano, en soledad. Que esa es su materia prima.
Después llegó a México, su vida aquí; su lucha por colocarse en el ámbito periodístico-intelectual-creativo. Y su encierro de dieciocho meses para que naciera en su casa del sur del Distrito Federal la gran obra. ‘Tres décadas después se había traducido a 37 idiomas y vendido 25 millones de ejemplares en todo el mundo’.
En 1982 la Academia Sueca le otorgo el Premio Nobel de Literatura: “Por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente”, le dijeron. Cuarto latinoamericano ganador del Nobel: “Yo tengo la impresión de que al darme el premio han tenido en cuenta la literatura del subcontinente y me han otorgado, como una forma de adjudicación de la totalidad de esta literatura”, dijo aquel día en Suecia.
Además de “Cien años…” ha escrito mucho: muchos reportajes, cuentos, ensayos, novela y, sobre todo, ha escrito su propia vida.
Acaba de cumplir 86 años. Muchos de estos años dedicados a la creación periodística y literaria. Pero muchos de estos años, también, dedicados a observar con inquietud lo que ocurre en el mundo y lo que ocurre particularmente con los países latinoamericanos. Un hombre de izquierda, como es él, tiene grandes preocupaciones y grandes reclamos a favor de la gente que menos tiene o que no tiene, en nuestros países…
Alguna vez alguien me relató aquella cena con el entonces presidente Bill Clinton, a la que también asistió el escritor mexicano Carlos Fuentes: “Como por sorpresa, el presidente de Estados Unidos se sabía, y los declamaba, párrafos completos de “Cien años…”. Con todo, a García Márquez le gusta mucho la compañía de Fidel Castro, su amigo de siempre…
Así que mucho hay que agradecer a don Gabriel García Márquez por todos esos regalos que se nos quedaron pegados en el corazón y en las entendederas del alma, porque “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, todos nosotros habíamos de recordar aquella tarde remota en que Gabriel García Márquez nos llevó a conocer el hielo”. [email protected] Twitter: @joelhsantiago
QMX/jhs