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«Entre la gloria y la vergüenza»
Actualmente continúan en desarrollo los Juegos Olímpicos de París 2024, los cuales, por múltiples motivos han resultado en extremo polémicos… Que si el montaje realizado en la inauguración por parte de integrantes de la comunidad LGBTQ+ era una representación de la obra pictórica la Última Cena, de Leonardo da Vinci, o más bien de una bacanal de origen griego, mismas que se realizaban en honor del dios del vino Baco; que si las boxeadoras Imane Khelif, de Argelia, y Lin Yu-ting, de Taiwan, son en realidad hombres y no mujeres; entre otro temas ríspidos para opinar.
Sin embargo, yo no me voy a referir a esos asuntos, sino más bien a los verdaderos héroes y villanos de la justa olímpica, en este caso hago alusión a los atletas, por un lado, y a los organizadores, por el otro, ya que ha habido emotivas muestras de deportivismo y solidaridad, recordándonos la esencia de lo que representa el espíritu olímpico, pero, en contraparte, los encargados de la organización no han hecho más que meter la pata una y otra vez.
Comenzaré citando algunos ejemplos que me han conmovido por parte de los atletas como es el caso de las reverencias que la gimnasta norteamericana Simone Biles, medalllista de plata, favorita para la prueba, y su compatriota Jordan Chiles, medallista de bronce, realizaron antes la campeona brasileña Rebeca Andrade tras ganar la medalla de oro en el ejercicio de piso.
Otro caso de deportivismo que fue sumamente emotivo es el que protagonizaron, en la especialidad de handball o balonmano, la jugadora de la selección de Angola, Albertina Kassoma, quien se lesionó en pleno partido y no podía abandonar la cancha por su cuenta, por lo que, a falta de camilla, (reitero, pésima organización) la seleccionada de Brasil, su oponente en la duela, Frossard Tamires Araujo la cargó en sus brazos para llevarla hasta su banca para que recibiera atención médica.
En contraste, están las criminales decisiones del Comité Olímpico (no hay otra forma de expresarlo) como lo es el caso de avalar que se llevara a cabo la prueba triatlón en el contaminado río Sena, causando que, hasta ahora, varios participantes resultaran enfermos por la bacteria E. coli, como son la belga, Claire Michel; los portugueses Vasco Vilaça y Melanie Santos; así como el neozelandés Hayden Wilde, algunos de ellos graves; y todo por la necedad de que esta competencia se realizará en el emblemático escenario parisino, importando poco, muy poco, la salud de los deportistas, siendo que alternativas había muchas, como limitar la prueba a un duatlón, sólo con las pruebas de ciclismo y carrera pedestre o, mejor aún, mantenerla como triatlón, pero en otro sitio, algo que, de hecho, hicieron con la disciplina de Surf, trasladada hasta las paradisiacas playas de Tahití, a 15 mil kilómetros de París.
Otro aspecto vergonzoso ha sido el de las condiciones en que tienen a los atletas en la Villa Olímpica, donde la comida, las habitaciones y el mobiliario han dejado tanto que desear que incluso el medallista de oro en 100 metros dorso, el nadador italiano Thomas Ceccon, prefirió dormir en un parque al aire libre que en su cuarto.
Asimismo, la organización se ha visto fatal al cambiar resultados una y otra vez, cuando ya algunos atletas festejaban la obtención de medalla, para que luego les dijeran que siempre no, algo que puede llegar a suceder pero de manera esporádica y no como una constante que es el caso de estos Juegos Olímpicos, en los que la parte deportiva ha sido lo que menos les ha importado, tanto así que en su afán de mantener lleno el estadio de Francia, sede principal de la justa, se inventaron el repechaje en atletismo, en pruebas que dejan a los participantes, literalmente, rendidos, por lo que ya no se presentan a una segunda competencia para buscar la calificación a finales y terminan desarrollándose carreras con dos o tres deportistas nada más.
Por todo esto, y mucho más, es que la gloria obtenida más que merecidamente por los deportistas contrasta marcadamente con la vergonzosa actitud del Comité Organizador de París 2024, que finalmente celebrarán y declararán que todo lo hicieron bien, algo que sólo ellos se pueden creer, porque de vivir el barón Pierre de Coubertin, quien concibió los Juegos Olímpicos, se volvería a morir.