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ypaz Monroy Villamares, Especial para Quadratín México
CIUDAD DE MÉXICO, 30 de octubre (Quadratín México).- Tan sui generis como siempre, con un sombrero que se puso de bruja color negro y plumas rosa mexicano, doña Julieta Fierro fue la primera que tomó la palabra. Sin más ni más sacó las cartas del Tarot, una las aventó a los ahí presentes, y otra, con la que se quedó, la leyó al maestro Héctor Anaya. “Está espléndido el libro”, le dijo, y “usted es un emperador, lleva las riendas de la vida; su libro es sabroso como su boca”.
Salpicada de ocurrencias comenzó la velada para charlar sobre “El Arte de Insultar” un libro del narrador, periodista y maestro Héctor Anaya, que a través de 500 páginas narra la forma fina del insulto, el que como dijera él, “no requiere de la majadería, ni de las palabrotas o de la palabra soez”.
Una obra que “cautiva desde el índice como tienda de dulces”, comentaba Julieta Fierro mientras buscaba y buscaba unas pequeñas cajas con huevos guardadas en las bolsas que llevaba, que luego de encontrarlas, una de ellas puso en la cabeza del autor de la obra, que sonriente aguantaba la broma de la académica de la Lengua. Las otras las compartió con el público que sorprendido y divertido levantaba las manos para cachar la cajitas con huevos.
“Su portada es una chulada” decía la académica de la Lengua a don Héctor mientras le agradecía haber rescatado el símbolo de la palabra que aparece en la portada del libro que es “un monumento a la literatura”, como también lo calificó Eduardo Casar, quien además, un poco serio y otro poco divertido, comentaba que Anaya es un escritor generoso que se caracteriza por ser una persona pacífica.
Mientras tanto, doña Julieta víctima del calor buscaba en otra de las bolsas un abanico para refrescarse, el que no fue suficiente y optó por despojarse del sombrero de bruja y del saco rosa que combinaba con los zapatos que calzaba y que mostró subiendo una pierna a la mesa en donde se encontraba el autor del Arte de Insultar y Eduardo Casar, profesor de Letras de la UNAM.
Así, a ratos ocurrente y a ratos guardando la compostura, con libro en mano del que dijo que “cualquier hoja que se abra no se puede dejar de leer” porque “cuenta la literatura a través del humor”, y que Julieta Fierro señaló con separadores de colores, hacía hincapié en los pasajes que más había disfrutado, como el dedicado a los apodos que el pueblo mexicano puso al ex presidente Gustavo Díaz Ordaz durante su mandato. Apodos como el “chango” o “Tribilín”, que disfrutó al recordarlos y mostrar las fotografías en donde Díaz Ordaz se le veía “muy feo”.
Ocurrente como es, Julieta Fierro preparó el “bautizo” del libro “El Arte de Insultar”, y al dicho puso la acción arrojando a la cabeza del periodista Héctor Anaya papeles dorados como símbolo del agua bendita, pero no solo eso, a manera de “bolo” repartió separadores entre el público que atraído por el título de la obra, pero sobre todo por la calidad de las obras del maestro, permaneció atento a las palabras de Eduardo Casar, quien lo consideró como una enciclopedia del insulto, que va de la diatriba a la invectiva.
De esa manera, la astrónoma, divulgadora de la ciencia dio por terminada su participación en la mesa redonda organizada por la Coordinación de Literatura del INBA en la Capilla Alfonsina con su olor a libros, a letras; el escenario perfecto para hablar de la obra más reciente del maestro Anaya en la que da cuenta de los grandes autores como Quevedo, Aristófanes, Cicerón, Horacio, Marcial, Juvenal, quienes hacían epigramas punzantes capaces de lastimar sin pronunciar majaderías.
Después solo quedaron Eduardo Casar y el creador de la obra, quien agradeció a las dos personalidades por acompañarlo a platicar sobre “El Arte de Insultar”, una revisión desde los griegos hasta nuestros días, con un capítulo especial que tituló Los Insultos Políticos, los que se han intercambiado de político a político o de escritor a político o del pueblo a los políticos.
Otro es el de los autoinsultos, las pifias verbales de los que fueron tan generosos Vicente Fox y Felipe Calderón, que según don Héctor Anaya, han soltado cada error por no tener cultura y querer presumirla.
Un capítulo especial es el dedicado a Salvador Novo, un hombre lapidario que con un insulto podría sepultar a una persona. Otro a Octavio Paz, que le llamó Octavio Paz en la mira, porque difícilmente se puede encontrar en la literatura mundial, a alguien que haya atraído tanto las invectivas y las formas injuriosas contra él, quien “hasta las provocaba y se sentía orgulloso”, nadie como él supo concitar tantos odios y además le gustaba y peleaba.
El precio del agravio es otra parte del libro, en donde habla sobre el abuelo de Octavio Paz, don Irineo un hombre muy rijoso, quien en duelo mató a una persona que había escrito mal de él.
El Arte de Insultar es el registro de las polémicas literarias, la emotividad del lenguaje, porque todas las palabras, como dijera el profesor de Letras de la UNAM, Eduardo Casar, son buenas si se usan en el momento adecuado.
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