
Simulacros de realidad en tiempos de la IA
Hezbolá (“el Partido de Alá”), nació como un movimiento social, político y religioso en 1982. Sus dirigentes reconocen su marcada tendencia chií y proiraní. Su cuartel general se encuentra en El Líbano donde hay más de millón y medio de chiíes en una situación muchas veces precaria. Hezbolá ha sabido cubrir sus necesidades primarias para conseguir así adeptos. Ha construido escuelas, clínicas, hospitales y sobre todo ha dado trabajo con el que sustentar a las familias incondicionales. Tiene también una emisora de radio, una cadena de televisión y una editorial para su propaganda y para la impresión de libros de texto escolares.
El Hezbolá (repetimos, “el Partido de Alá”) está pidiendo a todos los libaneses que quieren ganar su reconocimiento, dar la espalda a la patria y apoyar su lucha junto a los miembros de su secta fuera de las fronteras internacionalmente reconocidas del Líbano. No se trata sólo de la acción de un número limitado de personas que llevan a cabo una misión que tiene prevista el partido en el exterior o una simple operación comando que pueda negar o atribuir a elementos indisciplinados o infiltrados. Es la guerra contra otro enemigo mortal: la oposición al régimen de su más cercano aliado, Siria que junto a Irán lo mantienen en vida. Tampoco se trata del modelo de los sangrientos mega-atentados terroristas llevados a cabo contra objetivos israelíes en lejanos países del globo, por iniciativa propia y con el apoyo logístico y político del régimen iraní. Se trata de las tropas militares directamente afiliadas al partido, que reciben las órdenes sí y sólo sí de su propio mando central.
La participación del Partido de Alá (Hezbolá), en los enfrentamientos en Siria, junto con el régimen, no sólo revela la naturaleza de la relación que este partido quiere que sus seguidores – mayoritariamente chiitas – tengan con el Estado libanés, sino también la naturaleza de la relación que el régimen sirio quiere para sus seguidores hacia el estado de Asad.
Al mismo tiempo que continúan los hechos de violencia sectaria, la destrucción de los lugares de culto, las detenciones masivas violentas y el bloqueo a los desplazados, las acciones de limpieza étnica, el ataque a comunidades, el arrasamiento de aldeas las fuerzas de seguridad que deberían proteger a los ciudadanos, se mantienen al margen o directamente ayudan a los agresores. Es que se trata de sus aliados. Los fallecidos son enterrados en fosas comunes, o arrojados a los cauces de los ríos hasta que se convierten en carroña o entran en estado de putrefacción, lo cual hace aún más difícil que los responsables de esos actos rindan cuentas. Las escaladas de violencia y abusos son vistas por otros países con indiferencia, aun cuando los crímenes son perpetrados hasta con machetes, espadas, armas caseras y bombas Molotov. Los “mártires” del Hezbolá, el Partido de Alá, son sepultados anónimamente en el sur del Líbano, para no descubrir su número creciente y no desmoralizar a los seguidores. Pero, más son las víctimas sirias, de sus acciones que los victimarios libaneses.
Valga una digresión: Hasta hace pocos años atrás era aceptado poner especial énfasis en la igualdad soberana de los Estados y en su integridad territorial, así como en la no injerencia en los asuntos internos del otro. El Estado prevalecía para indicar los marcos de referencia y pertenencia de sus habitantes. En tiempos del post-modernismo vivimos el fenómeno en el que minorías transnacionales modifican a las viejas definiciones de identidad nacional. Las fronteras clásicas caen (de manera muy distinta a como ha sucedido en la Unión Europea) y en su lugar se levantan barreras que dividen familias, aldeas, ciudades y barrios, dentro del ámbito de los países existentes. Ello es independiente de si esos estados han sido creados natural o artificialmente. Simultáneamente, la pertenencia confesional, en tiempos en los que parecía iba a desaparecer, crea una identidad política que se ha convertido en la Nueva Patria. Esa Nueva Patria exige muchas veces la renuncia total a la ciudadanía original, legal y constitucional y establece solidaridades con otros grupos con los que se comparten apenas algunos elementos de las definiciones clásicas de identidad prevalecientes en los siglos pasados. Ahora el pasaporte es la adscripción religiosa, y los no-adeptos son “los otros”, sin más, a eliminar, aun cuando comparten idioma, ascendencia, nacionalidad o lazos familiares.
Ello se radicaliza más cuando se trata de naciones cuyos límites fueron creados artificialmente, sin tomarse en cuenta a las características de sus habitantes. Cuando el 3 de enero de 1916 Sir Mark Sykes representando a Gran Bretaña y Charles François Georges-Picot encarnando a Francia acordaron la división general del Oriente Medio una vez terminada la guerra y derrotado el Imperio Otomano, ni en sueños se imaginaron que casi cien años después todo estallaría. El reparto de Siria de hoy y su zona costera que se convertiría en el Líbano, no tomó en cuenta la existencia de las minorías religiosas. Su artificialidad pudo ser mantenida por la fuerza de las bayonetas de los estados corruptos, pero, cae cuando apenas soplan los primeros vientos de reforma.
Los nuevos ejércitos, sean simples células terroristas de fanáticos aspirantes a mártires, o tropas paramilitares, no responden más a los intereses de la nación en la que se encuentran. En oportunidades, como las que tratamos, buscan logros totalmente distintos a los de sus gobiernos nacionales y se enfrentan abierta o solapadamente con ellos, sin intenciones “separatistas”, sino claramente “integristas”, pero con un valor semántico profundamente horroroso y nada democrático. Quienes quedan fuera de esta pertenencia, sólo pueden ser aceptados en esta patria si renuncian a su ciudadanía legal y constitucional.
Si lo que el Hezbolá, el Partido de Alá, está reclamando es estar luchando para defender a Siria y si están siendo atacados y desplazados o son los que atacan a otros, todo esto no puede negar un hecho fundamental en relación con la conducta del partido y la confirmación de su responsabilidad. Están profundamente enclavados en un conflicto que no les pertenece. De esta manera, Hezbolá está haciendo estragos en su estado, el Líbano, que debe asumir la responsabilidad y el manejo de su protección ante sus acciones irresponsables.
El partido dice que está protegiendo a los chiíes, mientras que en el Líbano, ha llevado al país hacia el nacionalismo confesional, poniéndolo a la vanguardia de eventos en la región con significados completamente diferentes, sobre todo cuando se apunta al estado de los chiíes en el Golfo en general. De hecho, al liderar la lucha confesional, está estableciendo un nuevo nacionalismo a nivel regional sobre una equívoca base religiosa que es la plataforma de una lucha interna que sin duda generará repercusiones peligrosas que afectarán a la convivencia entre los componentes constitucionales y legales de su nación.
No es ningún secreto, especialmente no a Hezbolá y a su referente Irán, que los chiitas constituyen una minoría en la región árabe, y que a pesar de la movilización y aceleración que llevan a cabo, nunca serán capaces de subyugar a los demás. Esto es especialmente cierto después de la exposición de la experiencia del régimen sirio en el poder durante las últimas cuatro décadas.
Por lo tanto, la política de Hezbolá en Siria se está convirtiendo en un punto de inflexión en el nivel de la división sectaria y la amenaza en el largo plazo, sobre todo para los mismos chiitas árabes.
El partido de Alá, que no reconoce la patria libanesa (y globalmente, ninguna patria que no sea la del Gran Alá), ni su estado, ni el papel de su ejército, está convirtiendo al Líbano en una simple base militar. Esa fuerza es independiente del Estado y sus aparatos, que incluyen el ejército y son los únicos asignados a proteger a los libaneses.
El pueblo libanés se ha acostumbrado a los discursos del jeque Nabil Qauq, vicepresidente del consejo ejecutivo de Hezbolá y uno de sus líderes más prominentes del sur del Líbano sobre la “resistencia”. El concepto de “resistencia”, se repite a lo largo de los discursos del venerable jeque como un estribillo que se repite en una canción popular.
En la dicción del jeque, la palabra “resistencia”, resume todas las cosas y es la llave de todos los nuevos mundos. Es un concepto fijo en el tiempo y el lugar, más allá de la definición, la explicación y el análisis. Es una visión. La “resistencia” es una filosofía de vida, y más aún es el nervio de la vida. Para el jeque Qauq, el mero cuestionamiento de este concepto es un delito. “Resistencia” que era sinónimo de la lucha contra Israel, otro país extranjero, es ahora usada para nuevas nociones. El jeque Qauq pronunció un discurso a su público en el sur de Líbano en el que “resistencia”, por supuesto, fue uno de los puntos tratados. Lo que es interesante del discurso es el hecho de que se trataba en el contexto de los informes de campo procedentes de la ciudad siria fronteriza de Al-Qusayr. En esta ciudad, los combatientes de Hezbolá están practicando un nuevo tipo de “resistencia”. Ellos son, de hecho, la resistencia al establecimiento de un Estado sirio libre gobernado por su propio pueblo, en lugar de la banda sectaria que ha ocupado el país durante los últimas cuatro décadas.
El presidente sirio, Bashar Al-Asad, se monta sobre ese discurso y proclama que no es aceptable para el Líbano distanciarse de la situación actual en Siria, y en consecuencia debe participar en las batallas contra sus enemigos. Las palabras de Bashar Al-Asad son claras: Él desaprueba concluyentemente cualquier iniciativa internacional de paz, mientras usa a su favor fuerzas internacionalistas como las del Hezbolá (e Irán en último término) para mantenerse sangrientamente en el poder.
El jeque Qauq, deja en claro que “la resistencia es hoy una necesidad nacional y estratégica con el fin de repeler cualquier intento de Israel para intervenir en la crisis siria. Es nuestro deber nacional para fortalecer la patria y los logros de la resistencia contra los intentos de Israel… es nuestro deber nacional impedir que Israel y Estados Unidos puedan alcanzar ganancias a expensas de la potencia del Líbano, el poder del Líbano proviene de su ejército, la gente y la resistencia”.
Recordemos que Hezbolá aprobó la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU que prohíbe que las fuerzas armadas de Hezbolá, “los resistentes”, permanezcan al sur del río Litani. La aprobación de Hezbolá de esa resolución permitió apuntar sus armas, primero hacia el interior del Líbano en 2008, y, en los últimos dos años, hacia el interior de Siria. Esto significa que el único frente tranquilo ahora es el frente sur, que abarca el sur de Líbano e Israel: los territorios cuya liberación fueron el propósito que dio origen a la “resistencia” en el primer lugar.
¿Cómo es que la “resistencia” cambió su dirección de sur a norte? ¿Y cómo ven esta transformación Israel y los EE.UU.? ¿Cuál es el secreto detrás de la falta de preocupación de Israel por lo que ha estado sucediendo en Siria durante los últimos dos años? ¿Cuál es el secreto detrás de la insistencia de EE.UU. de permitir que Siria se derrumbe lentamente, por lo que es un destino ideal para los jihadistas que vienen de todas partes del mundo y cuyo número ya supera los 40 mil combatientes?
Sólo el Partido de Alá lo sabe. ¿O acaso tampoco ellos pueden dar respuesta a sus acciones irresponsables?
QMX/yb