Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 10 de enero 2021.- Una bala de cañón con 160 años de antigüedad, usada en una batalla entre liberales y conservadores ocurrida en el municipio de Rioverde el 7 de enero de 1861, fue exhibida por el director del Archivo Histórico, Lucas Hernández Salinas, en conmemoración a una de las páginas de la historia nacional escritas en esta tierra.
De acuerdo al también coautor del libro Rioverde 400 años de historia, se registró una batalla en esta ciudad al amanecer de aquel día, cuando se afortinaron las fuerzas liberales al mando del entonces coronel republicano Mariano Antonio Guadalupe Escobedo de la Peña, así como el jefe político del partido Rioverde, teniente coronel Luis F. Tenorio, quienes al tener conocimiento de que el general conservador José Tomás Trinidad de la Luz Mejía Camacho, indígena otomí originario de Pinal de Amoles, Querétaro, se aproximaba con su ejército, procedieron a atrincherarse junto con su tropa compuesta por 300 hombres en los altos de la parroquia y en el atrio en donde aún se encontraba el primitivo cementerio. El ataque a la plaza comenzó en la mañana con una fuerza de mil 200 hombres, un cañón y un obús.
Desde el primer acontecimiento, al romperse el fuego, Mejía logró emplazar sus piezas de artillería apuntando hacia la parroquia en el cruce de las calles actuales de Reyes y Escandón, habiendo nacido allí la leyenda de que los remates inconclusos posteriores del tercer cuerpo de la antigua torre, habían sido volados.
Cinco horas duró la acción, hasta que faltando parque a Mariano Escobedo, se rindió a discreción y en ese momento el jefe republicano le entrega la espada al general Tomás Mejía. Cabe mencionar que el libro de entierros de la parroquia registra 45 muertos como saldo del desigual combate.
El general Mariano Escobedo fue encarcelado en casa de Luis Jerónimo Tenorio, junto con ocho personas más, en una casa de la esquina de plaza Constitución con calle Dr. Javier Gallardo Moreno.
El general Tomás Mejía abandonó la población a los ocho días, con sus prisioneros, dirigiéndose a Arroyo Seco, Querétaro, y en Jalpan, les facilitó la huida envueltos en petates de palma, cargados en burros, para dejarlos finalmente libres.
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