Abanico
Está serena, o al menos así de momento se le percibe. Enciende un cigarro, comienza hablar y su voz confirma la tranquilidad con la que se le ve; o quizá sea porque hace un enorme esfuerzo para evitar que el dolor por la partida de Bernardo, le quiebre la fortaleza que a diario reúne para no morir en cada instante. Porque quiere llegar digna hacia él, porque así se lo prometió a su hijo junto a su féretro, y así será.
Fue un shock muy fuerte porque ningún padre está preparado para enterrar a los hijos, y Bernardo en tres días la dejó para siempre. Él sólo tenía 14 años de edad.
Los recuerdos le comienzan a llegar y con ellos el dolor. Se aclara la voz para que la congoja no la enmudezca, dice que cuando su hijo tenía ocho años, un día le dijo que quería hablar con ella sobre la muerte:
“Si tú mamá, mueres primero, yo te incinero, y cuando yo me muera le voy a pedir a mis hijos que por favor me incineren y me echen en tus cenizas y volvamos a ser uno…”
Entonces ya no pudo más y las lágrimas rodaron por su rostro. Con la voz entre cortada continua: “yo le contesté, sí mi vida, se me hace muy hermoso que quieras volver a ser uno conmigo como lo fuimos alguna vez. Te prometo solemnemente no olvidarlo”.
“Si yo muero primero no quiero ser enterrado, prométeme que vamos a cumplir la promesa”, le dijo su hijo Bernardo abrazado a ella.
Pasó la vida. Pasaron seis años. Bernardo falleció un miércoles.
El lunes el pasó un día muy tranquilo y fue hasta por la noche cuando comenzó a sentir un fuerte dolor en la cabeza. Aun así le dedicó unas palabras y le cantó a su madre: “mami te quiero mucho, eres la mejor mamá del mundo; te quiero yo, y tú a mi, somos una familia feliz”. Por siempre, dijo: “somos una familia feliz…”.
Entonces él la vuelve a abrazar, “y esas fueron las últimas palabras que yo escuché de la boca de mi niño”.
No puede más y su fortaleza se le viene abajo. Como buscando en el humo del cigarro la fuerza que necesita para continuar, lo fuma en repetidas veces y se pasa los dedos por los ojos para limpiar las lágrimas. Vuelve a recobrar la entereza, pues así se lo prometió a su amado hijo.
“El martes se agrava. El dolor es tremendo, lo llevamos al doctor, quien le pone una vitamina para el cerebro. El médico me dice: con esta inyección él mismo vendrá caminando por la otra; entonces fue como una caricia para mi alma llena de angustia al ver así a mi hijo. Le inyecta la cortisona y él queda completamente tranquilo…le baja la tensión.
Al día siguiente yo pienso que él va a levantarse por su inyección; como a las siete de la mañana lo despierto y le digo: te quieres bañar, vamos por tu medicamento…él saca la mano, me la acaricia y me la palmea porque él ya no puede hablar, y en ese instante me doy cuenta por su mano, que era como la de un muerto, sin color, que él ya se me va…
Entonces yo me espanto mucho y le comienzo a dar masajes…pero él se levanta y va al baño y veo que orina sangre, me aterrorizo y corriendo lo llevo al doctor. A las 9:05 de la mañana estamos entrando a emergencias, a las 09:15 se le estaba declarando como muerto por un derrame cerebral”.
Una amalgama de sentimientos se le tropiezan en la garganta, el alma le vuelve a doler; el desconsuelo le inunda el cuerpo y se le transforma en llanto. Es la muerte de su propia vida, de su felicidad, de su bebé, de su niño, de su ser más querido, de su hijo el más amado, de su Bernardo.
“En ese momento como que la vida se te detiene, como que existe y no existe, como que te duele, te caes, pero te tienes que sostener, muchas cosas juntas…”.
Recuerda que cuando sus tías y su esposo se van a arreglar el funeral, ella se queda sola en el hospital y mientras lo preparan ella con la ropa de su hijo en las manos, la toma entre sus brazo, cierra los ojos y la empieza a arrullar.
“Entro a ver a mi bebé, él está cubierto con una sábana con su cara fuera, lo abrazo, lo beso, lo arrullo y le canto como cuando era un bebé, le digo que se vaya tranquilo que vea que su madre está con él, y de pronto comienzo a escuchar que él me dice: “mami vete de ahí…
No entendía nada, pero yo seguía aferrada al cuerpo. No hay reclamo a Dios, al contrario y pese a mi dolor, en ese momento yo le di las gracias de que su muerte haya sido tan rápido, y de que sí él tenía que irse que fuese así. Que 14 años de vida se los agradecía infinitamente.
Esa petición que me hizo a los ocho años, me quedó tan gravada, y abrazada a él le dije: esa promesa que nos hicimos la voy a cumplir.
En la funeraria yo seguía escuchando a Bernardo que me decía: “mami vete de ahí..”. En ese momento no entendía, yo pensé de dónde; no entiendo hijo, vete de dónde, de la casa de tus tías, de dónde; llegué a pensar que estaba alucinando, pero él insistía todo el tiempo, cada media hora, cada hora, “mami vete de ahí…”
El día del funeral todos los que fueron se vistieron de negro “porque es un dolor, es una etiqueta de elegancia y de respeto, porque es el último día en este planeta y él se merece tu tiempo y tu respeto”, dice Verónica, y así se los pidió a todos los que la acompañaron.
Ahí estuvo el mejor amigo de su hijo, la mejor amiga de ella, sus tías y su esposo.
“Mi objetivo más importante es llegar a mi niño y eso para mi significa trabajo, felicidad, libertad, y seguir siendo digna. Me queda claro que en un instante te vas y te llevas sólo lo que queda en tu alma, nada más…”
Bernardo, un jovencito rubio y de ojos azules y de apenas 14 años, no se equivocó respecto de su madre. Aun muerto, ella sigue siendo la mejor de las madres, y también un buen ser humano con una gran fortaleza para no claudicar, porque aun con otro gran dolor, que es la ruptura con su pareja, ella se mantiene firme en llegar digna junto a su hijo.
Y aunque el dolor por la muerte de su Bernardo, la lleva en ocasiones a una dimensión en la que está y no está, en la que ve, pero no ve; en la que escucha y no escucha, a la depresión; ahí están los recuerdos de él que la acompañan para darle el apoyo que requiere para seguir en su objetivo.
“En el velatorio hay mucha gente, las escucho, pero no veo a nadie, estoy en total silencio…levanto la cara y frente a mí está un cuadro con la imagen de Dios, ahí de pronto veo a Bernardo, lo veo en tres ocasiones, eso llama mi atención pues estoy consciente que mi gran dolor pudo haber provocado esa imagen; entonces el agarra una flor y me avienta un beso, de pronto se quita la imagen, y pienso si es él, digo: como te agradezco Señor que permitas que lo vea…
Pasa el tiempo todo el mundo duerme y lo vuelvo a ver…se vuelve a quitar la imagen y ya casi al llegar la mañana, me quedo dormida un rato y no siento nada, no recuerdo si soñé o no soñé, abro los ojos, veo que todos duermen y entonces veo nuevamente a Bernardo en ese cuadro, tiene tres flores blancas, él me las ofrece, con la mano me dice adiós y me avienta de besos…
Fue como decirme: tranquila mami estoy bien, te veo…Fue un alivio como un gran dolor, porque cualquier cosa de ese tipo te da alegría como te mata. Él de todas formas y en todo momento me sigue insistiendo: “mami vete de ahí…”.
Él muere un miércoles, en la mañana del jueves lo incineran, pero antes en su féretro le prometo que no me voy a suicidar, que su mami va a seguir siendo digna ante Dios.
Le dije que era el mejor hijo del mundo, que me sentía un ser privilegiado porque Dios me había dejado ser su mamá; que él era lo más importante en la vida, que lo amaba mucho. Siempre le dije lo que significaba para mí, y es un enorme alivio a mi alma que él lo haya sabido en vida
Privilegiada he sido, que yo prometo con el alma en la mano que no me voy a suicidar, que esperaré hasta que Dios lo permita, que digna soy y digna he de llegar, porque he de llegar hijo y lo que prometimos se ha de cumplir…”
Y así digna y orgullosa de haber sido la madre de un ser como Bernardo, sigue Verónica a pesar del dolor que le causó su muerte, y la infamia de sus familiares que por algunos días le quitaron las cenizas de su hijo como prenda de la deuda que ella contrajo con sus tías, al no tener dinero para pagar los servicios del velatorio y crematorio.
Unos días, fuerte, otros melancólica por la ausencia física, porque era un chico que tenía una vida por delante y “porque no sabes manejar tu vida sin él”; vive en busca de la perfección para seguir siendo la mejor madre del mundo.
“Llego a mi casa el día de mi cumpleaños y escucho como me dice mi hijo: mami feliz cumpleaños lo que más deseas yo te lo doy… entonces me quedo pensando, es cierto, lo que más deseaba era el dinero para recobrar sus cenizas, y me pongo a llorar en el baño, el dinero llega el 14 de febrero, cuatro días después de mi cumpleaños.
Cuando voy a la casa de mis tías a pagar y recobrar las cenizas y la ropa de Bernardo, descubro un dibujo que él me había dejado. En el centro está Dios…cuando lo veo me impacta… para mí es la fuerza que su mami iba a necesitar, que tenía que estar tranquila para llegar a donde él está, que es Cristo, y que él me pudiera ver con la misericordia que tanto le suplico y llegar a él…
Este dibujo es muy preciado…como mamá sólo queda agarrarme de algo tan firme y hermoso como es él, porque como que no encajas en la vida…Bernardo es lo más importante para mí…”
La muerte de un hijo nunca se termina de llorar. Verónica lo sabe por desgracia, en carne propia. Han pasado muchos años y el dolor permanece. No puede olvidar como el pilar de su vida se le fue. Sólo tres días duró enfermo. Hasta la fecha no sabe realmente qué pasó.
Antes de salir de la escuela de vacaciones, alguien le picó la cabeza con un objeto cuando bajaba las escaleras. Pasaron los días y de pronto le dolió la mitad de la cara. El doctor dijo que los nervios de la cabeza se le inflamaron por el piquete, pero nada de gravedad. El domingo 8 de enero de 2006 jugó todo el día con su bicicleta y sus amigos. El lunes por la noche se enfermó. “El día 11 murió”.
“Aceptar que él tenía que irse, las visiones que tenía, los soldados que veía y su dibujo (lo hizo momentos antes de ir al hospital de emergencia) me queda claro que ya sabía que se tenía que ir. Desde que tenía tres años de edad vio a la muerte, cuando tenía los ocho me dijo: mamá yo no vine a este mundo por el mismo motivo que todos…
Le agradezco infinitamente a Dios que todo haya sido tan rápido; murió en mis brazos y fue una fortuna…”
Han pasado los años y Bernardo sigue con ella, la apoya cuando el dolor y la tristeza por su ausencia física, la falta de trabajo y el desamor de su pareja, la aniquilan más.
“En una gran depresión que tuve, yo me veo en el sueño durmiendo, veo como Bernardo entra y de rodillas, se hinca en mi cama, se acerca y me dice al oído: mami lo tienes todo para ser feliz. Si él lo ve es porque puedo, me queda claro que uno tiene que continuar…”.
Y continúa. Verónica a pesar del dolor por la muerte de Bernardo y luego de sufrir el maltrato, difamaciones y hasta lo indecible por parte de sus familiares, ella continúa por la vida. Verónica abandonó la casa de sus tías donde por años, junto con su hijo, sufrieron la violencia de ellas. Ahora vive sola, unos días depresiva, otras melancólica, pero tranquila.
QMX/mmv