
¿La filosofía cristiana puede desmontar la era del Deepfake?
Su hija de cinco años, lo detuvo
El grito de María, su hija de cinco años, lo detuvo.
El estaba enloquecido, había furia, celos, coraje, un orgullo y amor heridos que en ese momento lo llevó a tomar la espada de torero que tenía como adorno en una de las paredes de la sala.
Jadeante, con la mirada y la mente nublada, salió de la recámara y corrió hacia la estancia de su hogar, ahí sin titubeos tomó la espada, con ambas manos la apretó con fuerza, la llevó hacia arriba de su cabeza para tomar vuelo y asestar el golpe que vengaría la traición…
Mario, era el sueño de toda mujer hecho realidad. Alto, güero, de ojo azul, varonil, caballeroso, gentil, padre responsable y amoroso; trabajador, próspero empresario dedicado a la exportación e importación de equipos de cómputo; y además joven, detallista y enamorado de su esposa.
Como hombre hogareño que era, le gustaba estar con su esposa y con su hija. Viajaba mucho fuera de la ciudad y de Chile, su país de origen, por eso los momentos libres los pasaba con la familia.
Los fines de semana que no estaba de viaje, le agradaba mimar a Vanesa, el amor de su vida; le llevaba el desayuno a la cama, luego juntos disfrutaban ver sus programas favoritos de televisión, hasta que la “niña de sus ojos” se despertaba y corría hasta su habitación y se acomodaba en medio de los dos.
Así transcurría su vida, dedicado al trabajo y a sus amores: Vanesa y María.
La noche anterior, Mario pasó una noche de amor con Vanesa, su mujer, su esposa. Había sido una noche romántica y apasionada. Satisfecho, exhausto y abrazado a ella, se quedó dormido. Al día siguiente muy temprano tendría que presentar el proyecto y no podía fallar.
Orgulloso de la familia que había formado con Vanesa, se levantó, se metió a la regadera y se alistó para ir a la oficina.
Nervioso por la negociación que habría que hacer en unos momentos, tomó su portafolio, se despidió de su hija, y luego de darle un fuerte abrazo y un beso profundo y prolongado a Vanesa, salió de su casa rumbo a su oficina.
Las paradas largas y obligadas por el intenso tráfico vehicular, lo llevó, mientras esperaba, hacer un ensayo de lo que sería su presentación; fue ese el momento clave para darse cuenta del olvido que tuvo.
Molesto por el descuido y el tiempo que tendría que invertir para regresar por los documentos, dando un golpe en el volante, comenzó a buscar un hueco entre los automóviles para abrirse paso entre ellos y salir del cuello de botella en el que estaba y poder encaminarse hacia su casa.
Como pudo logró pasarse al carril del otro extremo para dar vuelta a la derecha. Alterado por el tiempo tan corto que tenía para volver a la oficina, llegó a su casa y de manera apresurada entró. Sabía en donde había dejado los documentos por eso de inmediato se dirigió a la recámara, al entrar, la escena que tuvo ante sus ojos, lo dejó instantáneamente paralizado y de un tajo lo aniquiló.
Con toda su belleza al descubierto, Vanesa se perdía entre las sábanas, caricias, besos y brazos del hombre que estaba con ella, y que no precisamente era Mario, su esposo.
Con apariencia lívida y sin importarle su desnudez, Vanesa de un salto bajó de la cama y corrió detrás de su marido, mientras su amante escapaba de la ira del hombre traicionado. Ella se deshacía en lamentos y gritos de perdón.
Mario ya no era él, era la furia personalizada; ya no pensaba, sólo escuchaba la voz interna de su amor hecho añicos que le clamaba justicia, venganza…
Mario no reclamaba, no gritaba, no expresaba palabra, no preguntaba el por qué; al verla ahí jadeante y perdida por el delirio que le provocaban las caricias de otro hombre, que no era él, su vida se le paralizó.
De pronto ensordeció a los lamentos de Vanesa y sólo la escena de su esposa haciendo el amor con otro hombre se le repetía en su mente.
Vanesa desnuda, hincada y abrazada a los pies de Mario, su esposo, gimoteaba y a gritos pedía, imploraba perdón, pero él ya no la escuchaba…
Con fuerza bajó la espada empuñada con ambas manos, a unos centímetros de acabar con la vida de su esposa y lavar la afrenta, María apareció y le gritó: “¡¡papáaaaa!!!
En ese instante volvió a ser él. Aterrado por el asesinato que iba a cometer, votó la espada a un lado de Vanesa que permanecía desnuda rogando clemencia. Él lleno de ira salió de su casa para siempre…
QMX/mmv