HISTORIAS COMUNES: ¡Mi hija la salvó!

08 de noviembre de 2012
 , 
10:04
Marypaz Monroy Villamares

El grito de María, su hija de cinco años, lo detuvo.

El estaba enloquecido, había furia, celos, coraje, un orgullo y amor heridos que en ese momento lo llevó a tomar la espada de torero que tenía como adorno en una de las paredes de la sala.

Jadeante, con la mirada y la mente nublada, salió de la recámara y corrió hacia la estancia de su hogar, ahí sin titubeos tomó la espada, con ambas manos la apretó con fuerza, la llevó hacia arriba de su cabeza para tomar vuelo y asestar el golpe que vengaría la traición…

Mario, era el sueño de toda mujer hecho realidad. Alto, güero, de ojo azul, varonil, caballeroso, gentil, padre responsable y amoroso; trabajador, próspero empresario dedicado a la exportación e importación de equipos de cómputo; y además joven, detallista y enamorado de su esposa.

Como hombre hogareño que era, le gustaba estar con su esposa y con su hija. Viajaba mucho fuera de la ciudad y de Chile, su país de origen, por eso los momentos libres los pasaba con la familia.

Los fines de semana que no estaba de viaje, le agradaba mimar a Vanesa, el amor de su vida; le llevaba el desayuno a la cama, luego juntos disfrutaban ver sus programas favoritos de televisión, hasta que la “niña de sus ojos” se despertaba y corría hasta su habitación y se acomodaba en medio de los dos.

Así transcurría su vida, dedicado al trabajo y a sus amores: Vanesa y María.

La noche anterior, Mario pasó una noche de amor con Vanesa, su mujer, su esposa. Había sido una noche romántica y apasionada. Satisfecho, exhausto y abrazado a ella, se quedó dormido. Al día siguiente muy temprano tendría que presentar el proyecto y no podía fallar.

Orgulloso de la familia que había formado con Vanesa, se levantó, se metió a la regadera y se alistó para ir a la oficina.

Nervioso por la negociación que habría que hacer en unos momentos, tomó su portafolio, se despidió de su hija, y luego de darle un fuerte abrazo y un beso profundo y prolongado a Vanesa, salió de su casa rumbo a su oficina.

Las paradas largas y obligadas por el intenso tráfico vehicular, lo llevó, mientras esperaba, hacer un ensayo de lo que sería su presentación; fue ese el momento clave para darse cuenta del olvido que tuvo.

Molesto por el descuido y el tiempo que tendría que invertir para regresar por los documentos, dando un golpe en el volante, comenzó a buscar un hueco entre los automóviles para abrirse paso entre ellos y salir del cuello de botella en el que estaba y poder encaminarse hacia su casa.

Como pudo logró pasarse al carril del otro extremo para dar vuelta a la derecha. Alterado por el tiempo tan corto que tenía para volver a la oficina, llegó a su casa y de manera apresurada entró. Sabía en donde había dejado los documentos por eso de inmediato se dirigió a la recámara, al entrar, la escena que tuvo ante sus ojos, lo dejó instantáneamente paralizado y de un tajo lo aniquiló.

Con toda su belleza al descubierto, Vanesa se perdía entre las sábanas, caricias, besos y brazos del hombre que estaba con ella, y que no precisamente era Mario, su esposo.

Con apariencia lívida y sin importarle su desnudez, Vanesa de un salto bajó de la cama y corrió detrás de su marido, mientras su amante escapaba de la ira del hombre traicionado. Ella se deshacía en lamentos y gritos de perdón.

Mario ya no era él, era la furia personalizada; ya no pensaba, sólo escuchaba la voz interna de su amor hecho añicos que le clamaba justicia, venganza…

Mario no reclamaba, no gritaba, no expresaba palabra, no preguntaba el por qué; al verla ahí jadeante y perdida por el delirio que le provocaban las caricias de otro hombre, que no era él,  su vida se le paralizó.

De pronto ensordeció a los lamentos de Vanesa y sólo la escena de su esposa haciendo el amor con otro hombre se le repetía en su mente.

Vanesa desnuda, hincada y abrazada a los pies de Mario, su esposo, gimoteaba y a gritos pedía, imploraba perdón, pero él ya no la escuchaba…

Con fuerza bajó la espada empuñada con ambas manos, a unos centímetros de acabar con la vida de su esposa y lavar la afrenta, María apareció y le gritó: “¡¡papáaaaa!!!

En ese instante volvió a ser él. Aterrado por el asesinato que iba a cometer, votó la espada a un lado de Vanesa que permanecía desnuda rogando clemencia. Él lleno de ira salió de su casa para siempre…

QMX/mmv

 

 

 

 

 

 

 

Te podria interesar