HISTORIAS COMUNES: Por el amor de una mujer

27 de septiembre de 2012
 , 
0:15
Marypaz Monroy Villamares

Mentalmente regresa la película de su historia. Recuerda que cuando muy joven tuvo la “felicidad” en sus manos. Se casó con el hombre casi “perfecto”.  Además de darle dos hijos, le ofreció una buena vida económica, pues él era un excelente y exitoso profesionista, sólo que tenía un “pequeño gran detalle”, cuando la ira nublaba su razón, todo en el seno familiar era violencia.

Dice Rebeca que el control de su vida lo tomó cuando decidió abandonar el hogar. Cuando, sin importar que su hija tuviera dos años y el niño aún en brazos,  tomara la determinación de empezar otra vida ella sola.

Hasta entonces fue que tuvo fuertemente sostenidas las riendas de su vida y las de sus dos hijos.

Para entonces aun tenía el control.

Después de la huída del hogar, cada paso fue estudiado, medido y organizado meticulosamente.

Sola y con dos hijos pequeños no podía darse el lujo de que lo planeado saliera mal, por eso cuando encontró trabajo en una gran empresa, no dudó en dejar “momentáneamente” a sus niños a cargo de un familiar. Ella necesitaba dedicarse sin descanso al nuevo empleo.

Rebeca estaba segura que sólo así podría dejar de depender de su esposo que tanto la había maltratado.

En la compañía no sólo encontró el empleo que le daría el sustento económico para sus hijos, también al hombre que la acompañaría a partir de entonces en su nueva vida.

El crecimiento de sus niños transcurrió entre demandas de divorcio, el incumplimiento de las pensiones alimenticias, la convivencia  con un “nuevo padre” y la solidificación de su relación con un hombre que le llevaba más de 20 años; y que pese a los comentarios insidiosos de familiares y vecinos, ella continuó.

Ese hombre de pelo cano, cariñoso, noble y que casi le doblaba la edad se convirtió en el padre de sus dos hijos.  Con él como pareja ya no habría de qué preocuparse. Él se haría cargo de la manutención del nuevo hogar, y ella, sólo al cuidado de él y los pequeños.

Los hijos crecieron. El niño se transformó en un joven alto y guapo, muy parecido a la madre. La niña en una señorita hermosa. Ambos apegados a la madre con amor y respeto.

Del verdadero padre, sólo tenían el recuerdo del ser que les dio la vida; de la pareja de su mamá, el hombre que vio por ellos en las buenas y en las malas, el que jugó con ellos, el que acompañó a su madre en tiempos de enfermedad.

Hasta entonces Rebeca aún tenía el “control” de su hogar y de la vida de sus dos hijos. Sin embargo, dice que el caos entró a casa cuando su primogénita de apenas 14 años de edad le anunció que en nueve meses más, tendría a su propio hijo.

Los consabidos regaños y reproches llegaron, pero al fin la razón la asistió y pensó: si ella que era la madre, no apoyaba a su hija, quién más lo haría.

Con el coraje y la afrenta del honor enlodado, aceptó el embarazo de Liliana. El “problema” se resolvió de la mejor manera, con la ilusión de que pronto sería una abuela joven.

El embarazo no era motivo para dejar de estudiar. Es así como entre clases, nauseas, vómitos, mareos y tareas escolares, Liliana terminó su preparatoria y dio a luz a una hermosa beba.

La dinámica del hogar cambió. Todos se organizaron para cuidar a la nena y ahora entre cambios de pañales, biberones y enfermedades propios de los recién nacidos, la adolescente madre siguió una carrera profesional.

Las atenciones para la recién integrante de la familia terminaron con las fiestas, con las salidas a los “antros”, así como con las interminables horas de plática por teléfono con las amigas y los pretendientes. Los placidos sueños y las levantadas tarde de los fines de semana fueron interrumpidos por el llanto de la pequeña.

La nueva mamá  entre estudios, exámenes y calificaciones vio crecer año con año a su nena; así cuando terminó su carrera, la niña cumplió cuatro años de edad.

Rebeca estaba contenta con la nieta, y su hermano se había resignado a ser tío. Tal parecía que todo tomaba su cauce, que todo en casa volvía a la normalidad. No obstante otros eventos se avecinaban. Y como huracán que todo arrasa, la tranquilidad que da la cotidianidad, se volvió confusión.

Un día, así como cuando dio la noticia que estaba embarazada, la joven madre le anunció a Rebeca que se iría de la casa sola sin su pequeña hija. En un segundo todo en el hogar se transformó en gritos, llanto, enojo, súplicas. Como respuesta, Liliana sólo echó a todos una mirada de desdén y hartazgo.

Nada le importó. El amor maternal no afloró. No pensó en su hija. Quizá era lo que menos le interesaba. La joven madre sólo quería sentirse libre, sin ataduras, sin responsabilidades; quería vivir su vida, gozar su juventud, su belleza.

Así sin escuchar los ruegos de la familia y de su niña, sin mirar atrás y con un estruendoso portazo salió del hogar rumbo a su nueva vida.

Rebeca pensó que con el paso del tiempo a Liliana le llegaría la cordura y regresaría arrepentida al hogar al lado de su pequeña. Los días transcurrieron y la razón nunca se hizo presente en la joven madre.

Entonces la búsqueda comenzó. Llamadas aquí, llamadas allá. El ir y venir de una casa a otra, de una amiga a otra. Finalmente alguien se compadeció de Rebeca y le dijo en donde encontrarla.

Otro parte aguas se cernía sobre Rebeca.

Cuando llegó al lugar donde le dijeron que vivía, nunca imaginó lo que iba enfrentar. Tocó varias veces en la puerta del departamento, pero nadie salió abrir. De momento pensó que nadie se encontraba hasta que de pronto escuchó algunos “gemidos” del otro lado de la puerta, lo que la hicieron dudar en marcharse o esperar. En eso estaba cuando el sonido de la cerradura la sacó de sus pensamientos.

Una joven guapa con un cuerpo espectacular salió agitada, con la cabellera revuelta y con el maquillaje corrido, abrió la puerta y con una expresión de molestia preguntó a Rebeca qué quería; ella apenada dijo que buscaba a su hija Liliana, que le habían dicho que ahí vivía.

Sin dar respuesta la chica dio la media vuelta y se metió. Por la desesperación de ver a su hija, sólo pensó que era una buena amiga que le había dado alojamiento. Nunca imaginó más, hasta que unos minutos después apareció Liliana abrazada de la chica hermosa.

Con actitud altanera enfrentó a su madre y con cinismo le espetó: “vivo con el amor de mi vida, una mujer, la amo y no pienso regresar a la casa”. Y como si todo estuviera preparado, en frente de la atónita madre, se comenzaron a besar y a acariciar.

Hasta entonces se percató que las dos estaban casi desnudas, con los cuerpos sudados y el maquillaje corrido. No podía creerlo. No podía imaginar que su hija todas las noches tuviera un acto de amor con una mujer, ¡no puede ser!, se repetía.

Liliana su hija, vivía con una mujer. Con una mujer que no precisamente era su amiga. Su mente completamente nublada no atinaba a entender.

¿Cómo que su hija estaba enamorada de una mujer? ¿Cómo que Liliana era lesbiana, y desde cuándo? ¿Cómo sucedió?

Esto no podía estarle sucediendo a ella. Balbuceando por la impresión, Rebeca trató de disuadir a su hija para que recapacitara y regresara con su pequeña. No hubo respuesta. Sólo una mueca de desdén y la media vuelta que Liliana dio dejando a su madre atónita e incrédula.

Perdida en el espacio, Rebeca se dirigió a su hogar. En el camino buscaba las palabras adecuadas para darles la noticia a su marido y a su hijo.

Ya no sabía qué le preocupaba más, sí la preferencia de Liliana por las mujeres o el abandono de su pequeña. Por más que pensaba no sabía en qué momento su hija tomó el camino equivocado. Pero la realidad ahí estaba: El amor por una mujer pesó más que el maternal.

Los hechos ahí estaban: Todo por el amor de una mujer

QMex/mmv

Te podria interesar