Poder y dinero
Apenas había pasado un año y meses de la muerte de su hijo. El duelo todavía lo llevaba a flor de piel, a flor de los recuerdos; fresco en los sentimientos, fresco en el corazón. El golpe fue devastador, como lo es siempre la muerte del ser que más se ama en la vida, pero sobre todo cuando se trata de la ausencia terrenal de un hijo, del único hijo que no estará más.
Con la vida vuelta al revés, con el dolor y la ausencia de él acuestas, Viviana de un instante a otro se encontró aterrorizada dentro de una celda con ocho mujeres desconocidas que a punta de golpes le impusieron su ley y le dieron la “bienvenida” en aquel espacio tan reducido, donde ni los olores y ni los sudores encuentran un centímetro para transitar libremente.
Mientras unas reclusas la sujetaban para que otras la golpearan; mientras unas le tundían duro en el abdomen, otras le jalaban su cabellera castaña obscura; mientras ella tirada en el suelo aguantaba las patadas de las que serían sus compañeras de celda, y se veía como sangraba de boca y nariz, Viviana aún tenía tiempo para preguntarse por qué estaba ahí sino era ladrona, ni secuestradora, ni había matado a nadie.
Ahí se quedo por un buen rato tirada en un rincón de lo que sería su dormitorio. La tormenta de golpes que le dieron la dejaron inerme, no tenía ni un hilo de fuerza para sostenerse en pie, le dolía hasta la punta de las uñas.
Con dificultad se arrastraba para buscar cual sería su “lugar” para dormir, cuál sería su pequeño espacio, sus escasos 40 o 50 centímetros, sino es que menos, para habitar ahí que como iban las cosas pensó que sería una eternidad. Entretenida en el dolor de su cuerpo y en la elección de un rinconcito, no se dio cuenta de la presencia de tres mujeres, de las mismas que la habían maltratado momentos antes. Estaban frente a ella mirándola con lastima; una de ellas, quizá la que llevaba la voz cantante, le dijo: “manita discúlpanos, como estás acusada de violencia intrafamiliar y nos enteramos que está muerto tu hijo, pensamos que tu lo habías matado…y pos aquí se le da la bienvenida a las que mal obran…ojo por ojo, que no”.
A esas alturas, su poca capacidad de asombro que le quedaba la hizo recapacitar que había entrado a una celda con ocho personas que antes de preguntarle por qué estaba ahí, la masacraron.
Viviana llegó ahí, sólo porque tuvo la osadía de defender su más preciado tesoro y su integridad física de la furia de su familia. Sin una orden de aprehensión, dos agentes judiciales contratados por sus parientes, la llevaron esposada a Santa Martha Acatitla.
Ella que siempre se condujo con rectitud, con honestidad por la vida, sin más ni más, como quien abre y cierra los ojos, su vida se convirtió en un caos. Ahí en el piso mugroso de una celda pasó las noches durmiendo con las piernas encogidas y los pies escondidos para evitar que más tarde, cuando le ganara el sueño y perdiera completamente la conciencia, las otras reclusas pasaran y le robaran los zapatos.
“Nunca me imaginé vivir una situación de esa índole. Nunca fui una chica que se drogara, que tomara o que robara; siempre fui honesta, soy honesta. Me dolió mucho estar ahí por cumpa de mi familia; tengo 40 años y toda mi vida supe manejarme para no estar en estos ‘rollos’”.
Viviana narra con un dejo de dolor y un poco de resentimiento, poco, porque aun con la traición y el golpe que le asestó su familia, dice que no quiere llenarse el alma de odio, pues fue suficiente el que respiró y con el que convivió durante casi cuatro días en la cárcel, que le provocó un hastío total.
En un pestañear de ojos, Viviana se encontró, no sólo presa dentro de una cárcel, sino también de la maldad de sus “seres queridos”, de quienes gracias a la educación que le inculcaron, hicieron un ser de bien. ¡Qué contradicción! pero ahí estaba ella, quien durante casi cien horas tuvo que dormir y convivir con “personajes” que Viviana no invitó a su historia, que entraron a su vida en contra de su voluntad por la traición, la perversidad y el odio de su familia que la llevaron a ese sitio.
Se aterró de la cercanía que tenía con una mujer que sólo Dios sabe por qué, mató a su hijo, y que luego de descuartizarlo se lo comió; le asustó la frialdad con la que era escudriñada por la jefa de una banda criminal de “La Buenos Aires”; se preocupó porque le dijeron que en la celda contigua se encontraba “La Reina del Pacífico” y su estancia ahí, provocaría en cualquier momento, un intento de rescate y aquel “apacible” encierro se convertiría en un caos de golpes y sangre.
De la forma más cruda aprendió que ahí no existe la máxima: “dar sin esperar algo a cambio”, porque en ese mundo de paredes tapizadas de mugre, lamentos de impotencia y de injusticia, como los de ella, de violencia, y de las más bajas pasiones, “nada se da a cambio de nada”; ahí todo tiene un precio.
“Ahí vale más un cigarro que una moneda de 10 pesos. Quienes ya tienen sentencia te venden todo: un huarache en 18 pesos, un café te cuesta 10; los cigarros son dinero, son muy valiosos; hay quienes cambian dos cigarros por un vaso de agua”.
El de Viviana es uno de los tantos casos que llegan a la cárcel siendo inocentes, y no es que todos los que están ahí lo sean, pero muchos son los individuos que entran por equivocación o por difamación o por algún acto perverso que los mantiene refundidos y atrapados en la injusticia y en la impunidad de los reclusorios.
A Viviana le bastaron sólo unas noches para conocer y vivir la crudeza del poder, la injusticia, la impunidad, la violencia, el odio, el lesbianismo, la locura, la perversidad. Todo en un sólo sitio, en un pequeño sitio, “como en el infierno de Dante”, dice mirando sin ver, ausente del momento y muy presente en su pasado, escudriñando en sus recuerdos para contarnos que llegó a la cárcel un viernes por la tarde, ignorante de la causa de su estadía ahí. Su infierno duró hasta el lunes a media noche.
Nunca se quejó del trato de sus ocho “compañeras”, ni mucho menos del que le daba el personal de custodia, “las jefas”, porque no quería provocar el enojo ni la venganza de ellas.
El terror a que le fincaran otros cargos y que esto le impidiera su libertad, la enmudecía y al mismo tiempo le daba la fuerza para aguantar “todo”, hasta que su abogado tramitara su libertad bajo caución; una libertad que había sido violada por el poder.
Por eso sin “chistar” se bañaba con el agua verde y fría que salía de las tuberías, porque sólo las jefas, las reinas, las meras meras, y las que tienen dinero para pagar, pueden bañarse con agua limpia, cristalina, caliente; las demás, son las demás, las jodidas… las que tienen que aguantar de “todo” y a todas, y esas no tienen derecho a nada, sólo a aguantar.
Para ellas, para las pobres, son los platillos que se preparan en la cocina del reclusorio, la comida que sabe a todo y huele a todo, pero que sólo sabe a putrefacción.
Las reinas, las que tienen “poder” no tienen que pagar 50 pesos por una cobija; ellas no dan el espectáculo a la hora de bañarse, porque tienen quien las cubra; ellas tienen jabón y toalla para ducharse; pasta y cepillo para lavarse los dientes; peine para acicalarse la cabellera; dinero para comprar alimentos de buena calidad y comer “decentemente”.
En cambio, las que no poseen nada, más que su dignidad, su honestidad, y el orgullo de no ser como ellas; tienen que sujetarse a lo que les dan y cómo se los dan: un café o té con agua de dudosa calidad; a las infecciones por la falta de higiene en los alimentos; a la insalubridad en baños y excusados, en las celdas y de los uniformes que han sido usados por cuanta mujer ha pasado por ahí.
“Cuando entras te mandan a unos cuartos que están llenos de ropa, de la gente que entra y la bota ahí, toda está sucia de mugre, sudor, huele feo, pero eso vale “madres”, a fuerza hay que escoger algo beige…”
En ese lugar ausente de toda educación, de todo principio, las mujeres que nada deben se enfrentan a lo inimaginable. “Te tratan mal, con palabras grotescas, que a lo mejor ni existen en el diccionario; las que son lesbianas te manosean. Todo el tiempo estás con la angustia de lo qué va a suceder…”
Es un mundo donde la infelicidad, la incertidumbre y el guardar silencio, el ver y callar es el pan de todos los días, “porque tienes presente siempre que nada puedes decir de lo que pasa ahí, porque si te atreves a denunciar lo que te hicieron, te fincan otros delitos y ahí te quedas…”.
El lunes a las doce de la noche, la justicia se hace presente, ve la luz, ve su libertad, camina por una amplia puerta hacia la gloria. Viviana vuelve a vivir. Apenas tres noches de infierno, pero suficientes para sufrir la injusticia y la impunidad.
No puede más y afuera, en la calle, libre del peligro de las “compañeras” y las “jefas” Viviana suelta todo lo guardado durante casi cien horas de encierro: llanto, golpes, injusticia.
No quiere que su alma se enlode de odios, de resentimientos, por eso ahora, lo que ahí dentro vivió: desesperación, miedo, llanto, terror, manoseo, lesbianismo, robo, abuso, golpes…enterrado quedó.
Y todo porque ella, una madre soltera sola y sin empleo, cuando su hijo murió no tuvo dinero para pagar los gastos de la funeraria y la cremación. Una de sus hermanas, menor que ella, con la que tenía ciertas desavenencias, muy solícita le ofreció pagar todos los gastos.
Viviana no pensó mal de su hermana, creyó en el amor filial, en la solidaridad que debe haber entre hermanos, entre familia, y se comprometió a pagar los 20 mil pesos lo más rápido posible, pues lo único que quería en ese momento, con su hijo muerto en la cama del hospital, era rendirle los honores funerarios a su pequeño, cremarlo como se lo había prometido en vida.
Y así fue, Viviana le cumplió la promesa. Pero su hermana que ni en los momentos más dolorosos, olvidó las rencillas entre ellas, saliendo del crematorio le arrebató la pequeña caja donde habían sido depositadas las cenizas del pequeño, y las guardó no sin antes advertirle a Viviana que no se las regresaría hasta que no saldara su deuda.
Había pasado una semana del fallecimiento y envalentonada por el dolor que le calaba el haber perdido a su hijo, por su ausencia, tocó la puerta de su hermana para suplicarle le diera la caja con las cenizas, como no obtuvo piedad de ella se metió a la casa, buscó la caja y se la llevó a la fuerza.
Ese fue el motivo para que la hermana de Viviana la denunciara por allanamiento de morada, daños materiales y físicos.
QMX/mmv