
Teléfono rojo
No podía ser que mi hermano con el que crecí y apenas si me llevaba dos años de edad
Cuando me soltó a bocajarro que pensó en quitarse la vida, mi corazón se sobrecogió. Me estremecí. Un nudo de emociones en mi garganta, impidieron la salida de mi voz. Simplemente enmudecí. No podía ser que mi hermano con el que crecí y apenas si me llevaba dos años de edad, pudiera haber pensado en acabar con su vida.
Aun a través del aparato telefónico percibía su tristeza al narrarme aquel momento de agobio y desesperanza.
Yo, del otro lado, pensaba en qué tan desdichado se debió haber sentido como para que un pensamiento de esa naturaleza haya invadido su cabeza.
No, él no. Mi ejemplo de tenacidad, del trabajo sin descanso, no podía haber pensado en hacer eso…
Desde pequeño, recuerdo que mostró disciplina y coraje para hacer cualquier actividad. En la etapa en la que los jóvenes dan más interés a las novias, el juego, los amigos, las parrandas; él se dedicó a estudiar.
El “restirador”, las escuadras, la regla de cálculo, el lápiz de dibujo del número 2; los transistores, los diodos, el cautín y los libros, eran sus fieles compañeros. Su programa favorito de los sábados era “Combate”. No se perdía ni un solo capítulo. A las ocho de la noche, listo estaba frente al televisor para ver su serie.
Poco salía y cuando lo hacía, sólo era para echarse una “cascarita”. Porque además de ser un excelente estudiante, era un buen y aguerrido portero de futbol. Creo que era su única distracción fuera de casa.
Como Sancho Panza con El Quijote, yo era su fiel escudero. Mientras él defendía la portería, muy cerca de él, yo resguardaba sus grandes tesoros: una resortera con su parque que consistía en un montón de pequeñas piedras y trozos de cáscaras tiesas de naranja y mandarina, con la que, cuando jugábamos, me perseguía para darme de “resortazos”; una naranja con un orificio por donde chupaba todo el jugo, era la forma en la que a él le agradaba comerse esa fruta; ah, y un suéter azul marino, decolorado y deshilachado de las mangas, que por in saecula saeculorum llevaba puesto, aun en temporadas de calor, o llevaba atado a la cintura.
Me encantaba verlo jugar sólo por divertirme y carcajearme cuando al dar la patada para el saque desde la portería, salía su zapato roto disparado junto con la pelota, y luego no faltaba que le cayera en la cabeza a uno de los niños del equipo contrario.
Poco me gustaba el futbol. A decir verdad, me quedaba ahí, sólo por dos cosas: por cuidar sus valiosos tesoros y por ver cómo salía disparado el zapato, y les caía en la “choya”, como decía él.
De niña, los momentos más divertidos los pasé con él, con mi hermano, el segundo de los cuatro.
Nos entreteníamos con cualquier cosa o juego.
Corría detrás de mí, con un pedazo de cáscara de naranja o mandarina entre los dedos, que llevaba listo para presionarlo cuando me alcanzara y echarme el zumo en los ojos.
O sin más ni más se sacaba un moco de la nariz e intentaba embarrármelo, digo intentaba, porque yo buscaba un rincón de la casa en donde esconderme, o entre risas y carcajadas corría por todo el patio para evitar que me alcanzara y que lograra su cometido.
Pese a que mi madre me regañaba porque me entretenía con juegos de niños, pues si yo era una niña, debía divertirme con muñecas, y no como lo hacía con mi hermano, él me enseñó a jugar canicas, trompo, “tacón”, “burro cansado”, bote pateado y a los “volados”.
Mi hermano terminó su carrera, se tituló y a los 18 años comenzó a trabajar. Conforme cumplía años, su carácter cambiaba. Se convirtió en un joven de expresiones adustas, de personalidad recia, tremendamente serio y formal. Ya no era divertido, pero si muy díscolo.
Poco reía. Poco platicaba. Ya no se carcajeaba a la menor provocación.
Hizo una gran empresa y formó su propia familia.
A partir de entonces, sólo fue trabajar y trabajar.
Esos grandes momentos de diversión se quedaron en el pasado, se quedaron olvidados en un rincón de nuestra infancia.
Ahora, ahí estaba él, del otro lado del teléfono sincerándose conmigo, revelándome un momento de ofuscación y debilidad.
Dice mi hermano que un mensaje que le envíe a su correo electrónico, lo volvió a la realidad, le devolvió la esperanza y las fuerza para levantarse de nuevo, sacudirse el polvo y continuar…
QMX/mmv