
Territorio, prevención, capacitación, tecnología… igual a nueva Auditoría
Es más común ver a un hombre mayor tener una relación amorosa con una jovencita, que a una mujer entrada en años con un hombre joven
Carmen y Miguel vivían en el segundo piso de un edificio de cuatro niveles de la colonia Roma. Ahí habitaban de manera sencilla. Ella era el único sostén del hogar. Lo que Carmen ganaba como mesera no era suficiente para pagar la preparatoria de su hijo y la carrera profesional de su pareja.
Aunque Carmen no reflejaba sus 45 años de edad, cuando salía abrazada con Miguel de 28, generalmente era blanco de miradas suspicaces, sonrisitas burlonas y cuchicheos mal intencionados.
Es más común ver a un hombre mayor tener una relación amorosa con una jovencita, que a una mujer entrada en años con un hombre joven, y máxime, si los gastos corren a cuenta de la dama.
Y efectivamente, Carmen cubría todas las necesidades de Miguel.
Las actividades diarias de Miguel consistían en: ir a la universidad, llevar a Carmen al restaurante, pasar por ella a las ocho de la noche, al terminar su jornada de trabajo y, después en casa, se dedicaba a estudiar y hacer tareas.
Para ella en el hogar, le aguardaba un segundo turno de labores: lavar, planchar y toda la limpieza del departamento, las actividades propias de una ama de casa.
Carmen siempre terminaba el día exhausta y lo que más deseaba al final de su jornada de trabajo era un masaje en sus adoloridos y cansados pies.
El trajín de ir y venir en el restaurante sirviendo mesas, después de 25 años, se le reflejaba en sus piernas varicosas.
Para ellos el día terminaba recostados en la cama viendo televisión, él una que otra vez masajeándole sus piernas.
Y comenzaban nuevamente el día: Carmen, preparando el desayuno para su hijo, Miguel y ella, casi siempre con el tiempo medido para salir y llegar corriendo al restaurante. Él por su parte, la dejaba en “El Buen Menú” y se dirigía a la universidad en donde estudiaba contaduría.
La cotidianidad de Carmen, apenas le dejaba los suficientes ánimos para salir a comprar los víveres que hacían falta para las cenas y los desayunos de la semana. Casi siempre deseaba descansar. Poco le atraía la idea y las ganas de asistir a las reuniones, a las que los amigos de Miguel los invitaban todos los viernes y sábados.
En el fondo, se sentía incómoda alternar socialmente con las amistades de su pareja, por aquello de la edad y las brechas generacionales, en este caso una amplia brecha de 17 años.
Vivían con muchas limitaciones. El sueldo base y las propinas que le daban a Carmen se estiraban a más no poder para cubrir todos los gastos, primordialmente los relacionados con la universidad de Miguel y los de la preparatoria de Ricardo, su hijo.
Por lo mismo, escasas fueron las ocasiones en que asistieron a una función de cine, teatro o a vacacionar.
La diversión y el esparcimiento no formaron parte de su vida.
Cinco años pasaron. Carmen cumplió 50 años de edad y continuó trabajando en el restaurante. Miguel, quien la conoció cuando un día fue a comer al “Buen Menú”, terminó la carrera de Contador Público. Ricardo, su hijo, que también concluyó la preparatoria, ya no pudo seguir una carrera profesional; entró al mismo restaurante que su madre a servir mesas para ayudarla con los gastos de la casa.
En ellos dos recayó la sobrevivencia del hogar. Hubo más holgura en la economía familiar.
En cambio, Miguel sí pudo hacer realidad sus sueños: tener su propio despacho de contaduría. Reto que logró con el apoyo económico y moral de Carmen y Ricardo, su hijastro, que más parecía su hermano menor.
Miguel puso manos a la obra: trámites, buscar una oficina, muebles, equipo de cómputo y un asistente para compartir los gastos y el trabajo.
Con ese nuevo reto, la cotidianidad en la vida de los tres habitantes de aquel departamento en un edificio de la colonia Roma, fue rota.
El amor de Miguel por Carmen, fue puesto a prueba.
Miguel buscó por todas partes una oficina que se ajustara a sus posibilidades económicas. La indagatoria resultó infructuosa.
Justo en esos días en la planta baja del edificio donde vivían se desocupó un departamento pequeño, que dada la mensualidad tan económica de arrendamiento, Miguel tomó de inmediato.
Fue así como junto con una compañera de la carrera, como su asistente, montó ahí el bufete.
Las oportunidades se le presentaban sin mucho empeñarse.
Al cabo de medio año, los clientes comenzaron a buscar sus servicios de contaduría. Los archivos comenzaron a llenarse de expedientes de personas físicas, y de pequeñas y medianas empresas.
La economía de aquella familia de tres, comenzaba a salir a flote.
Ya había para flores y regalos en los cumpleaños de Carmen y Ricardo; para salir a cenar, para ir al cine, para vacacionar. Ya vestían ropas nuevas. Los semblantes de preocupación desaparecieron y se cambiaron por unos más relajados.
El despacho siguió dando frutos.
Con el paso del tiempo, más trabajo y menos descanso.
Los sábados y domingos dejaron de ser de Carmen. Los paseos juntos se suspendieron. Las demostraciones de amor entre ellos se extinguieron; las consideraciones de Miguel para ella, se eclipsaron.
El trabajo fue el pretexto idóneo para evadir las noches de amor.
De lunes a domingo y en las más de ocho horas de trabajo, la compañía de Miguel, sólo fueron el trabajo y Julia, su “asistente”.
Carmen, en tanto, consciente de la gran carga de trabajo se acomedía para llevarles comida y café.
Así pasó casi un par de años y Carmen a punto de cumplir 52 años de edad.
El sencillo despacho se encontraba con la puerta entre abierta y en silencio…
—Mi amor, aquí les traigo más café —le anunció Carmen al amor de su vida, al entrar a la oficina.
Miguel de apenas 35 años de edad, no la escuchó. Sus cinco sentidos se encontraban perdidos en el fresco cuerpo de Julia; en la lozana piel, en la figura joven, en el ímpetu de un sexo brioso…
La escena fue un parte aguas para Carmen. La vida y los años le cayeron de golpe, la aniquilaron.
A pesar de lo disímbolo de la edad de ambos, esa relación era lo que daba impulso al trabajo de él y ella.
A partir de la traición de Miguel, él buscó otra oficina en donde establecer su despacho de contaduría, unos meses funcionó bien, al cabo de ellos la relación con su asistente se tornó tirante y no sólo terminó la “luna de miel”, también se vino abajo el bufete.
Luego de la debacle amorosa y profesional, Miguel buscó a Carmen para pedirle perdón y una segunda oportunidad.
Cuando llegó a tocar al departamento de Carmen, Miguel lucía opacado y gris, peor fue su transformación cuando la persona que salió le informó que hacía mucho tiempo que ella ya no vivía ahí. Entonces de inmediato salió y corrió a buscarla al restaurante, pero una gran desilusión más le aguardaba: “El Buen Menú” estaba cerrado y abandonado…
QMX/mmv