Poder y dinero
El riesgo de los antivacunas
Para el quiropráctico Omar Gómez no son necesarias las vacunas, con el fin de prevenir enfermedades. De hecho, no ha permitido que a ninguno de sus cuatro hijos se les apliquen vacunas que para cualquier niño son normales como parte de su cartilla del sector salud. Él es parte del movimiento que está en contra de que las personas sean inmunizadas de manera “artificial”.
Gómez se ha dedicado a “ajustar” las columnas vertebrales de sus hijos, con la creencia de que esta práctica les permite generar la protección necesaria natural ante cualquier enfermedad. Sus padres y hermanos sostienen que la actitud del quiropráctico pone en grave riesgo a sus hijos, pero no hay manera de convencerlo de que sea más racional y valore los beneficios aportados por las vacunas.
Omar pertenece al movimiento anti vacunas existente en prácticamente todo el mundo y que en el último año ha resurgido ante la pandemia de Sars Cov-2. En su postura, los antivacunas sostienen diferentes argumentos, que van desde los religiosos hasta los que se ubican prácticamente en los límites de la ciencia ficción.
Desde 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS), definió a la conducta antivacunas, como uno de los 10 principales problemas más importantes de salud pública mundial y espera que no represente un escollo importante en la aplicación de vacunación para frenar la expansión de la Covid-19.
El movimiento antivacunas, existente hace más de 200 años, inició en Europa y en países desarrollados, pero paulatinamente se ha extendido a otras naciones, como México.
La OMS advierte que es mucho más fácil padecer lesiones graves por una enfermedad prevenible, mediante vacunación, que por una vacuna. Por ejemplo, la poliomielitis puede causar parálisis; el sarampión, encefalitis y ceguera y, muchos otros padecimientos, como ahora la Covid-19, pueden provocar la muerte.
La falta de protección para muchos niños, por parte de padres que están en contra de las vacunas, provocó que entre los años 2000 y 2019 se reportaran 185 casos de sarampión y la última epidemia que sufrió México, con anterioridad, fue entre 1989 y 1990, con más de 89 mil pacientes.
En diciembre de 2020, el Senado de la República elevó a rango de ley la obligatoriedad de aplicar el esquema de vacunación a los niños, ante el avance del movimiento antivacunas en el mundo, pero aún existen padres de familia que se niegan a vacunar a sus pequeños.
Actualmente, con la aplicación de las vacunas anti Sars Cov-2, se recrudecieron las teorías conspirativas que están en contra de esta medida, en México y en todo el mundo, que han sido desmentidas y tachadas de absurdas por los científicos y médicos.
Entre dichas teorías, se ubican las siguientes: presuntos cambios al ADN humano; implantación de un microchip en el cuerpo, por parte de la empresa de Bill Gates, Microsoft; el uso de células fetales en la producción de la vacuna, y baja posibilidad de que un infectado muera por Coronavirus.
Las personas que mantienen estas teorías absurdas consideran, de manera general, que es mejor inmunizarse, padeciendo cualquier enfermedad, que a través de las vacunas, pero desgraciadamente muchos padecimientos dejan secuelas permanentes en quien las sufre e, incluso, puede provocar su muerte.
Señalan, en otros casos, que las vacunas contienen mercurio, cuando en realidad a algunas vacunas se les agrega tiomersal, compuesto orgánico con mercurio que actúa como conservador pero que no tiene efectos sobre el cuerpo.
Falsamente, alegan que la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tosferina puede provocar el síndrome de muerte súbita en el lactante, cuando en realidad no existe relación alguna con este padecimiento y lo que es cierto es que estas tres enfermedades pueden ser mortales para el recién nacido.
Casi de manera general, estas personas alegan que las vacunas son un negocio millonario que deja ganancias a las grandes farmacéuticas y que ellos no participarán en ello. Prefieren enfermar o morir, así de obstinados.
Otra falsedad difundida es que algunas vacunas causan autismo, mentira que se produjo a partir de que la revista The Lancet, en un artículo de Andrew Wakefield, de 1998, erróneamente asociara la vacuna contra el sarampión, la paroditis y la rubéola, con trastornos del especto autista.
En 2015, la revista especializada PNEAS publicó un artículo en el que se señala que las vacunas no juegan papel alguno en las neuropatologías del especto autista y la mentira se vino a pique.
El artículo de The Lancet hizo resurgir en el mundo el movimiento de antivacunas, pero en realidad este existe prácticamente desde 1798, cuando el médico de Gloucestershire, Inglaterra, Edward Jenner, el padre de la inmunología, probó que era cierta la creencia tradicional de que inocular a una persona con una pequeña dosis de viruela bovina, brindaba al ser humano protección contra la viruela.
En la Inglaterra victoriana, muchos consideraron que inocular a una persona con una vacuna derivada de las vacas era completamente anti natural y anti cristiano. Así, empezó el movimiento antivacunas en el mundo y, ante la oposición desatada, algunos gobiernos como el inglés aplicaron la vacunación obligatoria, con penas monetarias y de prisión para quienes se negaran a aceptar las vacunas para sus hijos.
En 1869, los antivacunas ofrecieron como alternativa el método Leicester, nombrado así por un pueblo pequeño de Inglaterra, consistente en mantener en cuarentena a los enfermos con viruela y sus familiares cercanos, lo que efectivamente, tuvo efectos para frenar las infecciones, pero simplemente por el efecto de aislamiento de los enfermos, pero no porque se atacara el mal en sí mismo. Finalmente, la viruela pudo ser contenida Londres, en ese entonces, con sólo 5.5 casos por cada 10 mil personas.
En referencia a la importancia de la vacunación, la química española Adela Muñoz Páez indica que “uno de mis primeros recuerdos de dolor ajeno es el de las niñas de mi pueblo que habían padecido polio y no podían participar en muchos juegos, porque corrían con dificultad y cojeaban al andar. También recuerdo haber oído hablar a mi madre y a mi abuela de tías muertas en la niñez a causa de la tuberculosis o de personas con la cara picadita de viruela…”
Quienes se encuentran en la tercera edad constatan que la falta de una vacuna contra la poliomielitis dejó secuelas de parálisis total o parcial entre sus familiares o amigos. Entre los estudiantes de primaria de los años cincuentas y sesentas del siglo pasado se podían observar a niños con zapatos y equipos ortopédicos, porque sus extremidades inferiores no pudieron desarrollarse adecuadamente por la polio.
Esa realidad, común para muchos de nosotros, desapareció por la aplicación de la vacuna contra la poliomielitis, pero el fantasma de las enfermedades ya erradicadas de nuestro país, amenaza con surgir, ante el recrudecimiento de las tendencias antivacunas. Aún estamos a tiempo de frenar la oposición absurda de esas personas, que pone en riesgo la salud de muchos mexicanos, especialmente en tiempos de la Covid-19.